El Mundial ya es una quimera para la Argentina de Messi

Se bautizaba Messi en una Bombonera engalanada para rendirle honores de legatario del Diego, encauzados los fervientes ánimos hacia el diez como solución al tembleque que propiciaba el vistazo a la parrilla de salida para Rusia. Y los recogía el capitán de la albiceleste como viene acostumbrando, cargándose el equipo a las espaldas y jugando a ser generador y ejecutor , sin prestar atención a si frente a él se encontraba Dybala, Icardi o el inusitado Benedetto.

El caso es que si habitualmente el fútbol del cuadro que hoy encabeza Sampaoli no fluye , independientemente de si en el fondo forman tres o cuatro o si peloteros como Banega cogen el timón en la media o lo manejan piezas rígidas como Biglia, difícilmente iba a hacerlo en el escenario más complicado para el futbolista que se recuerda en el fútbol a color. Argentina fue un equipo sin mayor identidad que el ímpetu desmedido que la grada la exigía, y que en ningún momento presentó mayores avales que le acercasen al triunfo que las intentonas de un Messi sin colaboradores, paralizados estos a la espera del milagro de La Pulga.

Apenas una diagonal de Leo y un cabezazo de Benedetto inquietaron a Perú, superior del minuto 0 al 45 y azote cardíaco para la tribuna de La Bombonera cada vez que visitaba a Romero, con Flores y Farfán rajando por los costados y Guerrero como permanente amenaza.

Se insiste en que los locales nunca exhibieron ningún rasgo cercano a un equipo al que se le presupone candidato a la próxima cita mundial, mucho menos a un conjunto maquetado por el meticuloso Sampaoli, si bien es cierto que la peculiaridad del contexto argentino enmaraña cualquier análisis y termina rebajando la síntesis a la esquizofrenia. A 6 de octubre de 2017, la camiseta albiceleste quema el pecho de quien la viste. La suplencia de Dybala e Icardi, los abanderados del relevo generacional y sin duda más dotados que el punta de Boca Juniors Benedetto, es la evidencia más certera.

Perú, cómoda como estaba con el guión establecido y a la espera de la oportunidad para apuntillar al toro argentino, se acható y permitió que los arreones albicelestes comenzasen más cerca del área. Lo aprevechó Messi para inventarse tres ocasiones manifiestas en apenas un cuarto de hora. Y quizá con un puñado de pulsaciones menos y un Gallese menos inspirado hubiesen tenido más visos de acariciar la red. No fue así, y los últimos minutos arribaron con una nación pendiente de si el Papu Gómez del Atalanta comparecía, de si de la entrada de Rigoni y Enzo donde Di María y Banega germinaba algo o si, como se intuía, se debía legar todo al que llevaba el brazalete.

Como si de una pandemia continental se tratase, el desenfreno que regía en Buenos Aires se propagó hasta el Colombia-Paraguay y el Chile-Ecuador, fundamentales ambos para el desenlace final del voluptuoso grupo sudamericano. Habrá quien diga que se le presupone el triunfo en la última jornada a Argentina frente a Ecuador, ya fuera de todas las cábalas, pero los 16 goles en 17 jornadas , que la sitúan como la segunda selección menos goleadora del grupo sólo por detrás de Bolivia, invitan a torcer el morro. Y ni así tendrá asegurado el pase.