Un partido sin importancia

Todo lo contrario, el Barça afrontaba su viaje más intrascendente, aunque como dice mi suegro, el peligro puede estar en cualquier parte. El árbitro, Mark Clattenburg, inglés, de mi edad y electricista, aunque vive en Newcastle, nació en Consett, County Durham. Tenía todo el aspecto del nordeste, con su piel gruesa y seca, sus ojos pequeños y su expresión retraída, de bebedor solitario. El partido no tenía ningún interés pero los primeros planos del árbitro constituían un fenomenal retrato de las clases bajas inglesas, con esas facciones duras, de sordidez y taberna, que por mucho dinero que ganes te quedan marcadas para siempre.

Sobre el partido, decir que cada vez que el Barça tocaba la pelota, yo me acordaba de Busquets, que no jugaba. En el 19, una genial asistencia de Rakitic, quirúrgica y vertical, dejó a Messi sólo ante Leno y el primer gol del Barça subió al marcador. Fue una jugada salida de la nada, porque el poco fútbol del partido lo estaba poniendo el Bayer, que en el 23 empató mediante un gol del Chicharito aprovechando una defensa blandengue y despistada.

Cuando en el fútbol no te juegas nada, como en la vida, todo tiende a parecer vulgar, prescindible. Por eso tantos columnistas parecen peluqueras, y yo creo que en su interior, tienen que serlo.

Para el aficionado del Barcelona, el partido fue una de esas interminables peluquerías de señoras si tú eres un hombre. Nada tuvo la menor importancia, salvo mi árbitro inglés, con su pelo cortado por un leñador de hacha y bosque; un leñador más propio de su lugar de nacimiento que de su lugar de residencia, como si cortarse el pelo así fuera una tradición local que todos los hombres del pueblo tuvieran que seguir. La primera parte terminó tan prescindible e inane como había empezado. La niña dormía desde las ocho con los nervios y la expectación de las grandes vísperas. Y yo, qué quieren que les diga. Entretenido. Lo inglés me gusta tanto, que hasta los ingleses pobres me gustan, y el interés por un árbitro así puede remontar cualquier soponcio, cualquier peluquería.

La segunda parte empezó con el Bayer más acelerado, en busca del gol que si la Roma perdía le metería en octavos . Poco talento en Leverkusen si aquello fue todo lo que pueden dar. Incluso ante una defensa que parecía un concurso de acuarelas fallaron con gran mediocridad las más claras ocasiones. Cuando en el 51 Bartra vio la cartulina amarilla, me di cuenta de que mi inglés era zurdo. Pobre y zurdo. Y eso hizo que todavía me interesara más por el curioso ejemplar.

El partido avanzaba hacia su ocaso con el Barça desaparecido, el Bayer mostrando a la vez sus ganas y su impotencia, y mi mujer acabando de preparar las maletas con esas preguntas que las esposas nos suelen hacer sobre eventualidades del viaje imposibles de vaticinar. ¿No es entrañable? Vida doméstica, vida total.

El Bayer lo continuó intentando hasta el final, de un modo algo patético, con una falta de eficacia altamente inelegante, y daba la sensación que ni con el Barça dejándose ganar –que lo parecía, por la pobre actitud de sus jugadores– serían capaces de marcar los alemanes. Ter Stegen algo paró, pero sin despeinarse demasiado.

Me marcho a París. No creo que pase nada. Pero recuérdame alegre, y libre, si te dicen que caí.