Vocación de intemperies
Capilla ardiente
El arquitecto y escritor se estrena como columnista en ABC de la Caza con esta historia
Zonas de exclusión cinegética
Subió a la braña por los mismos pasos de siempre. Todavía era oscuro, pero él podía andar casi a ciegas las veredas de montaña por las que su padre le había guiado de niño. Aunque hacía mucho de aquello, el paisaje que la difusa ... luz del alba empezaba a dibujar parecía el mismo. Solo el olor era distinto. Y también el silencio, el aplastante e inusual silencio.
A la mágica hora en que ya en el campo se ve pero aún no hay en él colores, no se oía cantar un pájaro ni zumbar un insecto. Silencio, silencio y silencio.
Y, con cada inhalación, el inconfundible olor a leña quemada. Ello le bastaba al cazador para saber que aquella mañana de septiembre todo iba a ser distinto. Y muy duro. Pero desde lo más hondo de su ser algo le exigía enfrentarse cara a cara a la devastación.
Al llegar al alto se perfilaban ya por oriente contra el horizonte las quebradas cumbres de Picos. Con cuidado, manchándose las manos de ceniza, se encaramó a una peña. Y allí, con el alma encogida, fue viendo amanecer.
Cuando llegó el día comprobó que un negro sudario había cubierto todo cuanto amaba: los pastos de los collados cimeros que en pocos días habrían escogido los venados para berrear, los espesos manchones de piornos de los barrancos donde con sus sabuesos desencamaba los jabalíes, los bosquetes de hayas que habían guardado a algunos de los últimos urogallos cantábricos...
Entonces, desolado y con lágrimas en los ojos, solo supo mirar al cielo y rezar para que lloviera.