Alonso y Button, dos turistas en Melbourne
Los españoles que trabajan en Australia cuentan que aquí hay que venir relajado. El lema de bienvenida del país es un «don´t worry (no preocuparse)» de ritmo caribeño. Todo el estrés europeo, las urgencias de los informes «para ayer, no para hoy» y el caos ... circulatorio quedan aparcados en la aduana. En Melbourne, como en el resto de Australia -sobre todo por el norte-, viven al son del «carpe diem» (disfruta el momento). A los habitantes del viejo continente les desesperan, pero ellos dibujan un gesto amable porque no entienden tanta prisa. Button y Alonso lo comprobaron ayer.
Swanstson Street es la arteria principal de Melbourne. Una calle a plena actividad, compras y restaurantes por el día y bullicio en los pubs por la noche. Cualquier pasajero tiene que pasar por Swanstson para decir que ha estado en Melbourne. Jenson Button, el vencedor de la primera carrera de la temporada de Fórmula 1, no quiso ser menos.
Lejos de las habituales medidas de protección que suelen acompañar a los pilotos de F-1 -reservados en restaurantes exclusivos, coches con lunas tintadas a la puerta, guardaespaldas personales-, el inglés del equipo Brawn -ayer la escudería despidió a 270 empleados para recortar gastos por la falta de publicidad en sus coches- se fue a patear Swanstson en un lunes laborable en Melbourne.
Un café romántico
A las cinco de la tarde, Swanstson era un hervidero de gente que iba y venía. Melbourne es un crisol de razas. Ciudadanos de Vietman, India, Filipinas y Tailandia son su mayor colonia de inmigrantes. Y casi todos tenían un paso unidireccional. Las calles colindantes a la estación de tren de Flinders, que reparte a la población por el extrarradio, donde se juntan 3,8 millones de habitantes. Por esa zona invitó Button a su novia a un café.
Cogidos de la mano, el líder del Mundial y su pareja entraron en un Starbucks sin que nadie les parase, pidiese un autógrafo al piloto o, simplemente, le abordase para felicitarle. Button no iba de incógnito. Sus habituales gafas de sol tamaño XXL y ningún impedimento para identificarlo.
La calma de los australianos, tan reconfortante. Fernando Alonso, que es una estrella mundial, ya ha vivido unas cuantas de éstas en Melbourne. La semana pasada, el portero de un casino solicitó su carné de identidad porque pensó que era un adolescente sin permiso de sus padres para jugarse unos dólares al black jack. El curso pasado, en el hotel donde se hospeda desde hace varios años, el encargado de las pistas de tenis le pidió las credenciales cuando se dirigía a la cancha con unos amigos. Nombre y número de habitación, por favor. Alonso, Fernando Alonso, respondió sonriente el español.
Ayer, más de lo mismo. Hasta las antípodas se ha traído el asturiano su bici Colnago blanca, deferencia de su amigo y fisioterapeuta Fabrizio Borra. Con ella lleva recorriendo la costa desde la semana pasada, a razón de 110-130 kilómetros diarios, una velocidad de crucero de 30 por hora y pulsaciones al límite. Ayer también frecuentó esa carretera donde se para en una tienda que vende maillots. Y nadie le molestó. Tampoco por la tarde, cuando se fue a un karting para hacer lo que mejor sabe: conducir. «Me encanta Australia por su gente, lo abierta y cariñosa que es», dijo en su día a ABC. A él y a cualquiera.
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