El torero, donde se ata el bailarín y el suicida

Los toreros, en alguna época, se empleaban de travoltas de 'prime time', en la tele, o se hacían una vuelta al mundo, con crónica puntual en los papeles del colorín. Los toreros, antes, se morían o se compraban una finca, pero también pueden cumplir una época en la trena, como Ortega Cano. A otros les dio en su día por el pluriempleo del baile, en la tele, como Miguel Abellán, que es un modo de marcar paquete, pero de otra manera. Cayetano Rivera, o Francisco Rivera, son dos guapos de verdes lunas que a veces han hecho paseíllo en el 'Hola'.

Lo que pasa con Francisco Rivera, como con otros, de Jesulín hacia arriba, o hacia abajo, es que a veces nos olvidamos de que son un torero. Quiero decir que están un rato en el cancán de las portadas, por biografía de famoso, y otro rato en los ruedos de la media verónica, con lo que se van jugado la vida en serio, aunque nosotros estamos por ejemplo al show de una boda, o un amorío, o bien a otros dulces festejos, según dicta el calendario.

Noticia Relacionada

Morante brinda el toro de su reaparición a su apoderado: «Por todo lo que andamos luchando»

Alicia P. Velarde

El maestro de La Puebla ha reaparecido este martes en Santander cuajando una extraordinaria tarde

Hay muy diversas maneras de ser torero, que es como decir que el torero va desde Curro Romero a Manuel Benítez, aquel que fuera un yeyé del capote. Desde Manolete a Roca Rey, o Morante. En una baraja de la elegancia pudiera entrarnos el naipe impar de la torería, que vendría a ser una chulería sin descomponer la figura. La profesión de torero deviene muy pródiga en elegantes, porque suele tener el torero hechuras de sota macho y porque el que viene de torear a la muerte, una tarde sí y otra no, resulta lo contrario a una persona ordinaria. Yo diría que el torero de edad, y aún más el torero retirado, e incluso fracasado, es el soberano mayor de las artes naturales de la elegancia. Hablo de los que ya no caben en el traje de luces, por edad sobrante o por vocación vencida, pero siguen llevando el traje de matador aunque no lo lleven, porque la torería no se acaba nunca.

Y tampoco se cura con los años, afortunadamente. Más bien al revés. Hay que torear mucho fuera de la plaza, hasta que llega el infarto o una moto insomne que se saltó el semáforo. Rachas ocurren, a veces, en que vamos camino de tener toreros que incluso sólo torean, como Morante, o Tomás, pero el torero se desmanda algún rato como chico 'show', o toreador de su propia fama. Es lo que los puristas llaman matadores mediáticos. Algunos llegaron al virtuosismo del frikismo, en algún episodio de alarde.

Pero al fondo de este oficio de arte siempre quedan ejemplares mitológicos, como Curro Romero. Hay mucho en Curro de bohemia bien peinada, de aristocracia de la insomne soledad convencida. A Antonio Burgos, que le esclarecía los abismos últimos, le dijo Curro que se hizo torero para sacar a su gente del lodo, y para «hartarse de dormir». Le tienen ley incluso los que nunca le vieron torear. Y si no, pues allá ellos. Que tanto misterio indescifrable se pierden.