Molinetes y trincherazos
El José que jamás fue y el que sigue siendo
Lo cierto es que José sigue siendo mal entendido en una inmensidad que, llevada por el exceso de pasión, lo quisieron endiosar llevados por el rencor imperdonable hacia Juan Belmonte
Que casi ningún genio en su tiempo ha sido reconocido y sí vilipendiado es una ironía pagana de la que no se han salvado ni los más auténticos. Resulta casi sacrilegio releer algunas crónicas de la época y constatar cómo se las gastaban con Gallito, ... el mejor de los nacíos, sí, el llamado Rey de los Toreros (eso de rey jamás me gustó). José Gómez Ortega nació tal día como ayer en 1895, sobra decir que del menor de los Gallo debemos seguir escribiendo, pues de Gallito se ha escrito en las últimas décadas mucho y mal; salvando, claro, esa magnífica reedición de Paco Aguado, «El Rey de los Toreros». Ya antes había que destacar aquel libro de Corrochano, «¿Qué es Torear?», tratado algo académico, eso sí; y aquel de Gustavo del Barco, «Joselito el Gallo», para mí de lo mejor que se ha escrito junto a aquel «Arte de Birlibirloque», una ironía musarañera, que nos dijera su autor José Bergamín, y que no es otra cosa sino un ataque enervado pero brillante a Juan Belmonte para ensalzar a Gallito. Modestamente, quien les escribe siempre ha escrito de José. En casi todos mis libros he ensalzado su figura, más como un decir que como un hacer, incluso en un capítulo de «Quejíos» titulado «José, un gitano a contra estilo», además de unos aforismos luzbelianos en «Galleando y Belmonteando», libros poco entendidos... satíricamente, precisamente por ese enduendado y diablesco ir a contracorriente de una afición de folclore y pandereta. Lo cierto es que José sigue siendo mal entendido en una inmensidad que, llevada por el exceso de pasión, lo quisieron endiosar llevados por el rencor imperdonable hacia Juan Belmonte. ¡Como si el Pasmo tuviera culpa de haber sido un torero literario y el coloso de Gelves no! Y es que hay cosas donde nadie manda, y son justo ésas las más profundas, así como difusas y obtusas para la greguería. Por un lado me tranquiliza que José siga siendo mal entendido por esos forofos del endiosamiento folclórico, pues lo concibo como señal de genialidad, el burlar en su lidia para quedarse a solas con lo más humano de su ser y obra, con ese hombre tan joven como arrogante que, en su visión de ser, nos dejó la palabra última, la de su tragedia, sí, la del torero que da su vida y en su valor no quitó la mirada ni al toro de la muerte en Talavera.
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