Roca Rey, el fenómeno inconformista que revoluciona a las masas
El peruano pierde dos orejas con el descabello ante el bravo Forajido, premiado con la vuelta al ruedo, y amarra la puerta grande en el sobrero de la variada corrida de Victoriano del Río
Quién es quién en San Fermín
Pamplona
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Iniciar sesiónNo ha parido madre en el último cuarto de siglo un fenómeno como el de Andrés Roca Rey. Desbordante la pasión con el rugido del Jaguar del Perú en Pamplona, rendida al limeño en su segundo paseíllo en San Fermín, más rotundo que ... el anterior. Los niños del ‘chiqui-encierro’ ya no querían ser corredores; los niños querían ser toreros. La sombra roquista se alargaba en la anochecida. En volandas se llevaban al héroe de masas más subversivo e incómodo. Ya no había orden ni concierto en el tendido, convertido en manicomio. Todos locos con la Roca. Incluso los toreros, que buscan el reclamo de sus ‘No hay billetes’, pero luego les resulta fastidioso sentir por qué Roca sí y ellos no... Mira que Pamplona se colma de expectación aunque se anuncien el primo de su vecino y el mío, pero cuando en los carteles figura el apellido peruano no falla el reventón. Ni un lazo rojo más cabía.
Cantaban la canción del Rey cuando apareció en la arena el de la taquilla. Y lo hizo por todo lo alto con vuelos por abajo. A la verónica, ganando terreno a un toro de afilado hocico y justo trapío. Forajido se llamaba, premiado con la vuelta al ruedo. Debió arrastrarse sin las dos orejas, pero se tragó la muerte tras una estocada a carta cabal y el matador se atascó con el descabello. El peruano, tan listo siempre, no lo anduvo ahora. Debió de tirarse a los bajos (entiéndase la ironía), pues en el que llaman ‘gache más grande del mundo’ hay oreja segura si el animal dobla rápido aunque se mate en los infiernos.
Vestido de fuego y oro, ardía el caldero roquista. Ansioso estaba el matador por quedarse a solas y enfrentar su serena calma a Forajido, que desenfundaba abiertas embestidas, con ese punto de más que tanto gusta a muchos toreros. Sabía Roca que la pólvora era brava, pero que había que cuidarla para que Forajido se creyera lo que era: un grandioso toro. Largo su viaje, extendido más por Andrés, sin atosigarlo en los inicios. Tras catar los dos pitones, con una intensa ronda diestra y tres naturales de oro viejo en manos jóvenes, lo apretó cada vez más. Y más. Bramaban sol y sombra con el toreo en redondo, con el toro siempre empapado de muleta. Qué ritmo tenía. De lujo respondía a su mando, que lo era por delante y por detrás. Rodaba el gentío escalera abajo en la andanada cuando se lo sacó por la espalda. Hasta los alamares descosió Forajido en aquel encuentro milimétrico. «¡Perú, Perú!», cantaban las peñas. Cogió la espada y la arrojó a la arena para torear naturalmente y seguir por una variedad de luquecinas. ¿Está el enemigo? Que se ponga... Y al que puso para la hora final fue a Forajido, al que mató por derecho. Gran estocada, pero este toro pistolero hizo un guiño al salvaje oeste de Ferroni: odiaba la muerte y se tragó la suya propia. No le quedó otra que coger el verduguillo y cambió dos orejas de ley por dos avisos.
San Fermín en directo: Emilio de Justo, Roca Rey y Tomás Rufo, con toros de Victoriano del Río
Ángel González AbadSigue en vivo la séptima corrida de la feria
Le quedaba en la canana Español, un ejemplar de famosa reata e imponente cara que había causado sensación en los Corrales del Gas. Tantas fotos le habían hecho que distinguía mejor que cualquier fotógrafo una Sony de una Canon. Español se quedaría luego sin su instantánea de la faena, pues se lastimó una mano y fue devuelto. Con toda la rabia contenida, todo orgullo y coraje, enfiló Roca hacia la puerta de chiqueros para recibir al sobrero, con el hierro de Cortés. Entre ovaciones libró limpiamente la portagayola al terciadito Soleares. ¿A quién le importaba si no había fiesta igual? ‘¡Riau, riau!’, antes del concierto de pasiones. Al son de «lololo, lololo» brindó al público y se plantó de rodillas en los medios, donde pesan los toros, para citarlo en la distancia. Irrefrenables las ansias del peruano, que lo crujió por abajo mientras el de Cortés repetía con humilladora clase. Por un momento hasta silenció el bullicio: los de la peña ‘¿Dónde está Wally?’ convertían las rayas de sus camisetas en lunares y se atragantaban los que no habían terminado el bocata de la merienda. Roca es un torero para no comer ni pipas. Asustaba su valor, soberbio frente al toro, al que dejó escenas de poderío y ligazón y pases de la marca que entusiasma a Pamplona y al mundo, que por algo lo llaman fiesta universal. Siempre fue verano con Roca, volcánico metido entre los pitones. Soberano su arrimón mientras Soleares rozaba sus atributos. Le arrastraban al torero sideral, al que se entregaron toro y gentío. Con todo muy loco ya, improvisó unas manoletinas, una espaldina y un desplante a cuerpo limpio mientras acariciaba los pitones. «¡Roca Rey-Roca Rey!», era de nuevo el grito de guerra. Ahora sí dobló el rival tras caerse el acero. Ni por esas le privaron de las dos orejas, aclamadas desde la primera a la última fila. El Jaguar ya tenía su presa: su segunda Puerta del Encierro consecutiva y su título de triunfador de San Fermín.
Feria de San Fermín
- Monumental de Pamplona. Jueves, 13 de julio de 2023. Séptima corrida. Séptima corrida. Llenazo. Toros de Victoriano del Río y Toros de Cortés (5º bis), desiguales de presencia, más serios unos y más terciados otros, de interesante y variado juego; destacaron el 2º, premiado con la vuelta al ruedo, 3º y 5º; exigente el 1º; deslucidos 4º y 6º.
- Emilio de Justo, de sangre de toro y oro. Media y descabello. Aviso (silencio). En el cuarto, pinchazo y estocada baja (silencio).
- Roca Rey, de rojo fuego y oro. Estocada y cinco descabellos (saludos). En el quinto, estocada caída (dos orejas).
- Tomás Rufo, de azul y plata. Estocada (oreja). En el sexto, estocada caída (ovación de despedida).
Suyo fue el mejor lote de una variada corrida, en la que hubo otro toro de mucha clase, el tercero, aunque se apagara y acabara rajadito. Una oreja le cortó Tomás Rufo, que salió con disposición máxima y, como el toro, fue a menos. Muy exigente el ‘abreplaza’, con temperamento y aspereza, al que Emilio de Justo toreó sin concesiones a la galería antes de vérselas con el cuarto, deslucido como el sexto. Lo que poco importaba ya al público, que sólo hablaba de la Roca peruana, el inconformista fenómeno de masas.
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