Raúl Aranda, el aragonés que abrió Las Ventas de par en par

Era la segunda corrida de la entonces denominada Feria de Primavera y la plaza llena era un hervidero con todas las miradas puestas en el nuevo y jovencísimo matador. El cartel era rematado, toros del Conde de la Corte , y dos diestros con el máximo cartel en Zaragoza en aquellos años, Palomo Linares y Miguel Márquez.

Aranda le cortó una oreja a ‘Lavarropa’, el toro de la ceremonia, y las dos al sexto. Una tarde triunfal que confirmaba todo lo bueno que había desarrollado en su corta pero intensa etapa novilleril. Debutó con caballos a finales de 1969, y al año siguiente ocupó los primeros puestos del escalafón, copando carteles con José María Manzanares, José Luis Galloso y Antonio José Galán , integrantes de una generación que avivó muchas esperanzas entre los aficionados de toda España.

Raúl sorprendió desde sus primeros pasos por su concepto clásico del toreo, al que fue fiel durante toda su carrera. Tras la alternativa se abrieron muchas puertas, aunque comenzaron a vislumbrarse las sombras que le frenaron en los momentos clave: las cornadas. Una en Tarragona en septiembre le impidió culminar aquella primera temporada. Todo cambió ante la del 72, anunciado el día de San Isidro para confirmar la alternativa con toros de Galache, Manolo Cortés de padrino y Julián García de testigo.

Era el momento de consolidar todo lo hecho y colocarse en un lugar de privilegio en el escalafón o de quedar en un segundo plano si las cosas no salían bien. Madrid se le rindió y cuando llegó al hotel después de desorejar al sexto toro y abandonar Las Ventas a hombros, su apoderado, Manolo Cisneros , podía incluso decir que no a algunos de los muchos contratos que ese mismo día le ofrecieron.

En ABC, la crónica de Antonio Díaz Cañabate hablaba de una «gran faena» de muleta. «Raúl Aranda torea bien, torea lento. Raúl alza la espada. La ansiedad se extiende por la plaza. El toro ha muerto y los pañuelos se agitan alocadamente. Una oreja ¡La otra! ¡La otra!, se pide con frenesí. Y la otra es concedida». Ya estaba entre los mejores, en la Beneficencia también cortó un trofeo, y de ahí a todas las ferias de España. En el viejo Chofre de San Sebastián consiguió la preciada Concha de Oro... Pero cuando se está ahí, la suerte es tan importante para alcanzar la gloria como para mantenerla, y Raúl Aranda no tuvo suerte.

Llegaron cornadas que cortaron una y otra vez rachas de triunfos. Aquella escalofriante de Bilbao en las Generales de 1974 hubiera apartado de los ruedos a más de un valiente. Y Raúl siguió con una afición que le permitió acariciar muchas veces el cielo del éxito. Madrid, siempre le reconoció su clase, en Barcelona, Pamplona..., y Zaragoza, tan exigente con su torero; como lo fue con Nicanor Villalta y Fermín Murillo, y después con El Tato. Con los aragoneses que traspasaron sus fronteras.

A finales de 1996 dijo adiós a muleta y espada en un festival en la Misericordia , en el que estuvo arropado por Manzanares, Dámaso González, Capea, Curro Vázquez y Roberto Domínguez, sus toreros. Apartado de los ruedos, la afición siempre; como apoderado y como celebrado comentarista de las retransmisiones taurinas de la televisión autonómica aragonesa, aún se vistió de corto para un festival en 2008.

Cincuenta años de historia del toreo, con luces y sombras , con gloria y sangre. Medio siglo de aquella tarde que ilusionó como pocas a una afición.