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Paquirri: la sangre de un superhombre

Francisco Rivera fue matador de toros

Paquirri, en el patio de cuadrilla de Las Ventas ABC

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«Doctor, la cornada es fuerte, tiene al menos dos trayectorias, una para acá y otra para allá. Abra todo lo que tenga que abrir, lo demás está en sus manos. Tranquilo, doctor». Aquellas palabras de Paquirri en la enfermería de Pozoblanco tranquilizando a los médicos, mientras la vida se le iba, dieron la vuelta al mundo y demostraron la grandeza de los hombres que se visten de luces. Francisco Rivera Pérez era una popular figura, todo entrega y pundonor, un profesional de manoletinas a montera. Su muerte conmocionó a toda España y vistió de luto la piel de toro.

La cornada mortal de Paquirri paralizó a toda España, pendiente del televisor en una época sin móviles ni redes sociales. ABC lo llevó a su portada hasta en dos ocasiones. Una mostrando el dolor de Isabel Pantoja, su viuda, y otra mostrando el féretro del matador en el que fue su último paseíllo. Moría un torero; nacía un mito.

Feria de Pozoblanco. Corría el año 1984. El reloj de aquella tarde del 26 de septiembre marcaba las siete y veinte cuando sobrevino la trágica cogida, con un astado de Sayalero y Bandrés . Su banderillero Rafael Torres lo narraba así: «Mientras el caballo de picar se colocaba, se aguantó al toro en el burladero. Cuando se dirigió a Paquirri , se le cruzó. Y al siguiente lance se le venció por el izquierdo y le echó mano. Su instinto fue agarrarse a la cara y el pitón lo zarandeó durante mucho tiempo hasta penetrar en varias trayectorias. El toro no soltaba a Paco y el boquete era cada vez más gordo». El torero, que dejó un reguero de sangre, fue trasladado a la enfermería: «Allí no había ni anestesia. Estaba llena de telarañas, muy sucia» , contaba otro subalterno, Rafael Corbelle. Aquel percance fatal marcaría un antes y un después en la asistencia sanitaria en los cosos.

Buscaron su salvación en Córdoba tras la cornada de «Avispado», pero el corazón del torero se paralizaba en aquella terrible agonía de una angosta carretera. Según se señala en la crónica de ABC de aquel día, «la muerte le sobrevino antes de llegar a la mesa de operaciones» del Hospital Militar. «¡Se me ha muerto, se me ha muerto!» , gritaba desconsolado su mozo de espadas, Ramón Alvarado. Un año antes, el popular matador había contraído matrimonio con Isabel Pantoja, con quien tuvo un hijo, Francisco. Anteriormente, había estado casado con Carmina Ordóñez. Fruto de esta unión nacieron Francisco y Cayetano, mantenedores de su sangre torera.

Diestro largo, dominador de los tres tercios y con excelentes condiciones atléticas que le permitían gobernar toda clase de embestidas, Paquirri se había doctorado en Barcelona en 1966. Figura indiscutible e imprescindible, en los anales de la Tauromaquia quedan grandes obras suyas, como la que inmortalizó al torrestrella «Buenasuerte» en Las Ventas. Francisco Rivera nació torero y murió figura. Tan poderoso lidiador, un superhombre, perdió todo en el escenario donde todo lo había ganado: el ruedo. Y se marchó en brazos de la noche septembrina más amarga para convertirse en leyenda.

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