Jaime Ostos, el torero de las 25 cornadas: «Tiene mucho mérito jugarse la vida para hacer felices a los demás»
Conocido como Jaime ‘Corazón de León’, sopla hoy las velas de su 90 cumpleaños después de superar la cornada más grave de su vida
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Iniciar sesiónJaime Ostos cumple hoy 90 años. Acaba de superar una grave enfermedad. «Gracias a Dios, ya estoy muy bien, pero me llegué a quedar en 45 kilos . Ahora puedo pasear por el jardín. Ha sido el toro más duro de mi vida», comenta.
— ... Contradice el tópico de ‘más cornás da el hambre’.
—En mi pueblo me llamaban ‘el torero señorito’ porque era de familia acomodada. Yo acabé el bachillerato y dije que quería ser torero.
—¿De dónde le vino esa afición?
—La primera vez que acudí a los toros, en Écija, mi pueblo, vi que tiene mucho mérito jugarse la vida para hacer felices a los demás. No quería ser uno más. Siempre me ha gustado el arte: el toreo me ha permitido dejar algo a los demás.
—Su carrera fue muy rápida.
—Enseguida triunfé en Barcelona y en Sevilla. Mis paisanos iban a verme en carreta, en bicicleta...
—En 1956 tomó la alternativa en Zaragoza. Alcanzó la cabeza del escalafón en 1959 y 1962. No se dejaba ganar nunca la pelea. Cuenta Jean Cau lo que decía a los otros matadores, antes del paseíllo: «Si hay alguien que quiera seguirme, le advierto que aquí estoy yo. ¡Hoy voy a cortar orejas!»
—Jamás me he peleado con nadie: solamente con el toro. Eso sí, he toreado siempre de acuerdo con mi carácter, mi amor propio.
—Vivió de cerca la rivalidad de Luis Miguel y Antonio Ordóñez.
—Eran muy diferentes. Luis Miguel era más poderoso, muy humano; tenía gran presencia y personalidad. Antonio Ordóñez era más artista pero, si un toro no le gustaba, no sabía disimularlo.
«Nunca me he peleado con nadie: solamente con el toro»
—También alternó con Pepe Luis.
—Simpatizanos mucho. Una vez que yo había arriesgado mucho y había sufrido varias cogidas, un periodista vino a decirme: «¿No cree usted que está loco?» Pepe Luis le corrigió: «El que está loco es el que se atreve a torear con él».
—También trató a Hemingway.
—Hablé mucho con él. Me dijo que se hubiera sentido un hombre completo si hubiera salido a hombros por la Puerta del Príncipe. Otra vez, en Pamplona, me contó que iba a correr el encierro y acabó yéndose a beber una botella de vino... Sentía debilidad por Ordóñez.
—Llevaba una formidable cuadrilla: los banderilleros El Vito, Luis González y Pepe Blanco; los picadores Curro Toro y Cipriano Velázquez.
—Presumo de haber llevado la mejor cuadrilla de la historia del toreo, unos fenómenos. Cuando, en el grupo especial de matadores, se les pagaba 7.500 pesetas, yo les daba 10.000. El que menos tiempo estuvo conmigo fueron 23 temporadas.
—Toda la temporada de 1960 viajó con ustedes Jean Cau, que había sido secretario de Jean-Paul Sartre, y escribió ‘Las orejas y el rabo’.
—Era una persona muy inteligente. Quería averiguar qué clase de gente éramos los toreros. Llegó a decirme: «¡Qué buen pintor hubieras sido tú si, en vez de capote y muleta, te hubieras dedicado a los pinceles!»
«Los políticos no pueden poner cortapisas al arte de torear ni a ningún arte»
—Sufrió una gravísima cornada en Tarazona de Aragón, el 17 de julio de 1963. Tituló ABC: ‘El diestro perdió más de cinco litros de sangre. Antes de ser operado, a vida o muerte, recibió los últimos sacramentos’.
—No se puede luchar contra el destino. Habíamos toreado en Barcelona y don Pedro Balañá me dijo: «¿Estás libre el sábado?» Le dije que sí y nos fuimos a Tarazona. Él nunca firmaba un contrato. Miraba los tendidos y, según el público que hubiera, te pagaba. Esa tarde, se acabó el papel: en una plaza de 5.000 personas, cobré 350.000 pesetas.
—¿Por qué le cogió el toro?
—Al citar al natural, el fuerte viento me levantó la muleta, me dejó al descubierto. El toro me metió el cuerno por debajo. Fue una cornada en seco, en el bajo vientre.
«He sufrido 25 cornadas, dos veces me han dado la extremaunción, pero ser torero me hizo persona, me permitió ayudar a los demás y que la gente me recuerde con respeto»
—Ángel Peralta intentó detener la salida de la sangre con una sábana. Doscientas personas hicieron cola delante de la enfermería para donar sangre. Leo: «Su tensión llegó a ser de 1’8».
—Yo oía a través de la puerta de mi habitación la conversación de los médicos, que no me daban esperanzas de vida... Cuando empecé a mejorar, tenía un noventa por ciento de posibilidades de perder la pierna. Fue muy fuerte.
—¿Qué es lo que más recuerda de ese percance?
—Tanta gente ofreciéndome su sangre, tanto cariño. Cuando fui a Zaragoza a dar las gracias a la Virgen, en la plaza del Pilar se formó una verdadera manifestación.
—Luis Marquina, el hijo de don Eduardo, el poeta, filmó un documental sobre ese drama, ‘Valiente’, con una estructura parecida a la de ‘Ciudadano Kane’.
—La película refleja fielmente la realidad. Yo tenía ya muchas cornadas: todas se habían curado en un período de treinta días; ésta duró un año largo. En la primera corrida que toreé, después del percance, me fui al mismo sitio de la plaza y realicé la misma suerte.
—Fue un verdadero as de espadas.
Jamás usé la espada de mentira, ni en los tentaderos. Una vez, en El Puerto, sufrí una herida en un dedo y Antonio Ordóñez me dio su espada de madera. En el primer muletazo, el toro, en un derrote, lo rompió: yo no sabía usarla, no estaba acostumbrado.
«Nunca he pertenecido a ningún partido político, no he distinguido a la gente por su dinero: lo mismo me da si calzan alpargatas o zapatos de charol»
—Casi siempre mataba bien.
—En mi tiempo, Rafael Ortega y yo hemos sido los mejores, en eso. Algunos mataban bien algunos toros: Paco Camino, José Fuentes. Lo difícil es la continuidad: matar bien todos los toros. Yo solía matar al encuentro y era muy seguro en el volapié: con la mirada fija en el morrillo, vaciando la embestida con la mano izquierda. Una tarde, en Madrid, pinché cinco veces y me seguían aplaudiendo...
—Cuenta Jean Cau una tarde en que desafió al toro, a cuerpo limpio. José Ignacio Sánchez Mejías, su apoderado, prometió que, si no sufría la cornada, él no comería huevos fritos –lo que más le gustaba– en seis meses.
—Fue en Francia. Yo nunca me había puesto de rodillas delante de un toro, eso lo dejaba para la iglesia, pero un espectador se metió conmigo: llevé al toro delante de él; de rodillas, me hinché a darle muletazos...
—¿Qué le parece que no haya toros en Cataluña?
—No puedo comprenderlo. Barcelona fue decisiva en mi carrera y en la de tantos diestros: la gente llenaba la plaza, era una afición magnífica.
—¿Qué cambiaría, si pudiera, en las corridas de toros actuales?
—Dos cosas: el toro tiene que comer de verdad, no piensos compuestos, y no debe superar los cuatro años, cuando alcanza su potencia máxima.
«Me siento español; en todas las plazas americanas he visto la bandera española. Y ahora mismo ya no quedan comunistas ni en Rusia...»
—¿Qué cambiaría en la España actual?
—Nunca he pertenecido a ningún partido político, no he distinguido a las personas por su dinero: lo mismo me da si calzan alpargatas o zapatos de charol. No soy de derechas ni de izquierdas, sino de la gente, pero hay cosas que no puedo entender: los políticos no pueden poner cortapisas al arte de torear ni a ningún arte. Veo a algunos políticos que hablan de lo mal que estaba esto sin conocer de verdad nuestra historia. Me siento español; en todas las plazas americanas he visto la bandera española. Y ahora mismo ya no quedan comunistas ni en Rusia...
—Pero sí en el Gobierno de España... Desde sus noventa años, ¿le ha valido la pena ser torero?
—¡Sin duda! He sufrido 25 cornadas, dos veces me han dado la extremaunción pero ser torero me hizo persona, me ha permitido ayudar a los demás y que la gente me recuerde con respeto.
—Leo a Cañabate: «El valor de Jaime Ostos es de oro de ley». ¿Le gustaba que le llamaran ‘Corazón de León’?
—Un torero ha de tener un corazón muy grande. Al principio, no entendí ese nombre pero me lo explicaron: «Es un hombre honrado y luchador». Eso ha sido siempre mi vida: una lucha honrada.
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