El discípulo orteguiano
ROSARIO PÉREZ
El discípulo apareció solo. Sin el maestro, ausente tras una penúltima clase de toreo en Yerbabuena, antes de la crucifixión en la carretera. Rafael Cerro miró al horizonte, con la luminosidad de sus ojos oculta bajo el velo de la tristeza. Mientras el alumno afrontaba ... su examen de mayores exigencias, apoderado se debatía entre la vida y la muerte. Con la pena acuestas, no era fácil deslindar la frontera del deseo y la tragedia. Pero Cerro se acordó de los consejos del sabio: «Hay un día y una hora en la que hay que jugarse el todo por el todo». Con esa mentalidad que Ortega Cano contaba en sus quites de mayo de 2007 en ABC, llegó el alumno a Madrid. La meta: «Cortar las dos orejas y llevárselas al hospital, para que se sienta orgulloso de mí cuando despierte». Maestro, no hubo trofeos que pasear en la faena del brindis, pero a usted le hubiesen maravillado varias escenas del debut de su pupilo. Sus doblones y ese aromático cambio de mano traían el perfume de Yerbabuena, tanto los de apertura como los de cierre. ¡Y un capote con su huella! Sus lances emanaron un haz de luz orteguiana.
Sí portaba dos galones el sexto, el mejor de manso y deslucido sexteto de El Ventorrillo. Nobleza y movilidad en sus repetidoras embestidas. Cerro se plantó con la intención de cuajarlo, porque su concepto clásico reúne condiciones para calar, pero le faltó dar un pasito hacia delante y cargar más la suerte. Pero lo que de verdad le faltaba era usted, su maestro, para darle las instrucciones precisas y los ánimos en fecha tan crucial. Que no toreo lo suficiente reunido, cierto es, pero el chaval de Navalmoral acaba de debutar con caballos y aún tiene mucho que aprender. Y para eso, maestro, le necesita a usted, para que pula a ese diamante que tan ilusionado le tiene. Madera de torero hay.
Se presentaba un novillero de legendaria dinastía, Diego Silveti, hijo del Rey David y bisnieto del Tigre de Guanajuato. Menuda joyita le tocó para su estreno en Madrid. Suelto y huido durante la lidia, puso pezuñas en polvorosa en cada pase, con arreones de manso. Hasta que mediada la faena imposible, le propinó un feo volteretón. Menos mal que de lo malo que era ni hizo por el chaval mexicano, que le hurtó algún muletazo en el que se atisbó su enjundia torera. Como toda la camada de valientes mexicanos que han pasado por Las Ventas, Silveti demostró su arrojo en las gaoneras al cuarto. La firmeza se erigió aún más en los estatuarios y en las bernadinas con la muleta ondeando cual bandera. Con el acero pasó penurias y a punto estuvo de oír los tres avisos.
Víctor Barrio volvió a demostrar su disposición y firmeza con un lote manso y blando. A la hoguera deberían ir Turco y Platero. Con tan pésimo lote, ni el espigado torero pudo levantar pasiones, ni turcas ni españolas.
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