'Minerva', una teleserie de romanos en Mérida

'Minerva' cuenta, efectivamente, la historia de una mujer de clase acomodada, esposa de uno de los arquitectos imperiales y la mejor amiga de Polux, senador inspirado, según Assumpta Serna, en Plinio el joven; su hija, Gaia, es una inquieta dramaturga de sexualidad abierta. La acción comienza en los tiempos del emperador Domiciano, célebre entre otras cosas por su cruel persecución de los primitivos cristianos.

Pero ahí se terminan los lazos de 'Minerva' con la época romana. Hay referencias temporales -incluso en varias ocasiones se alude al propio teatro de Emérita Augusta-, pero la obra podría estar situada en cualquier otro lugar y época, y no variaría. Y es que en muchos momentos -y con esta comparación no se pretende desmerecerla-, 'Minerva' tiene espíritu de 'sit-com' o de teleserie (su horario, el que prefiera el espectador). Es una pieza que aborda un sinfín de cuestiones, pero lo hace casi siempre pasando sobre ellas de puntillas: desde la ya mencionada persecución a los cristianos, la esclavitud, el papel de la mujer en la sociedad o la libertad sexual -a pesar de ser un matrimonio 'burgués', Minerva y Céler, su marido, reaccionan con impasibilidad ante la homosexualidad de su hija y de su prometido-. 'Minerva' es, fundamentalmente, un canto a favor de la familia tradicional, con todos sus matices y con todo lo bueno y lo malo que entraña esta vapuleada institución.

La protagonista, Assumpta Serna, no se ha prodigado demasiado en el teatro; 'Minerva' es de hecho el debut en el Teatro Romano de Mérida de una actriz de prolífica carrera en las décadas de los ochenta y noventa especialmente, y que trabajó en la televisión y el cine a las órdenes de Pedro Almodóvar, Pilar Miró, Mario Camus o Carlos Saura. En torno a ella pivota este montaje, en el que encarna a la protagonista con un poderoso dominio de la escena y de la palabra. La actriz define a su personaje como una mujer progresista, abierta a otras culturas -se la presenta como traductora- y adelantada a su tiempo. En escena se la muestra también como una mujer tradicional, conciliadora, prudente, liberal, pacífica y tolerante, capaz de sacrificar su vida por salvar la de su esclava, Tácita (considerada más una amiga que una sierva), o de hacerse cargo de la crianza y la educación de su nieto, Petronio, para que su hija pueda hacer su vida y cumplir su sueño de escribir teatro lejos de Roma.

La placidez de Minerva contagia al resto de personajes, todos ellos (incluso el emperador Domiciano) bañados por un buenismo que va diluyendo los conflictos que pudieran aparecer a lo largo de la obra (y que abren otras vías tan interesantes como inexploradas) y lastran la función, prometedora en sus primeros momentos, y que se sirve al público, para bien y para mal, de manera 'clásica', sin mayores riesgos pero también sin estridencia.