Crítica de ópera: 'El caballero de Olmedo' ante el tiempo y su apreciación
La primera representación, celebrada el viernes 6 de octubre en el Teatro de la Zarzuela, culminó con una sonora aclamación que aún (es fácil predecirlo) tendrá eco en las próximas funciones
Lluís Pasqual: «La envidia es un estigma que tenemos los ibéricos»
Alberto González Lapuente
El inexorable crecimiento de los medios virtuales que tanto hacen por la divulgación y el fácil acceso a los hechos más recónditos ha colaborado a la proliferación de una falsa realidad de innegables consecuencias en el ámbito artístico, tan sensible al engaño y a la ... construcción de una realidad aparente. Las artes plásticas llevan tiempo analizando el fenómeno, tan viejo como el estuco que nunca fue mármol y tan cercano como las mentiras de Trump con las que hace algunos años se construyó en el soho neoyorkino un imponente mural en el que cada una de sus frases, escrita en un pequeño papel de color, se superponía a la otra generando una panorámica que bien podría asociarse al mapeo cromosómico, es decir, al retrato de la sociedad que lo cobija. De cerca o de lejos el efecto que producía era muy distinto, porque el arte de la ilusión puede ser enormemente placentero o producir resultados irritantes, según el grado de proximidad que cada cual ponga durante la observación.
Lluís Pasqual: «La envidia es un estigma que tenemos los ibéricos»
Julio BravoEl director de escena catalán dirige la producción de 'El caballero de Olmedo', una nueva ópera de Arturo Díez Boscovich sobre la obra de Lope de Vega, que verá la luz el próximo 6 de octubre en el Teatro de la Zarzuela
Sucede así que en el Teatro de la Zarzuela se representa estos días 'El caballero de Olmedo', ópera compuesta por el director de orquesta Arturo Díez Boscovich sobre libreto de Lope de Vega adaptado por el director teatral Lluís Pasqual y cuya primera representación, el viernes, culminó con una sonora aclamación que aún (es fácil predecirlo) tendrá eco en las próximas funciones. No hay que indagar demasiado para entender que una conjunción de buenos elementos colaboran a que el resultado sea satisfactorio: desde la higiénica puesta en escena de Pasqual en la que el ejercicio del oficio supera con mucho a la inspiración, a la eficaz escenografía de Daniel Bianco en donde lo práctico es reflejo de un conocimiento entregado a la utilidad de grandes paneles que reconstruyen espacios y actúan como pantallas abiertas a la sugerencia de estados y paisajes; de unos intérpretes que forman, en el primer reparto, un conjunto bien avenido y comprometido con la causa; de la energía que expande el director de orquesta Guillermo García Calvo, y de una música en la que el talento toma forma de impostura estética.
Se aplaude a Rocío Pérez, sin duda, en su encarnación de Doña Inés por la claridad y matices de su evocación. A Joel Prieto, que es Don Alonso, porque tiene planta, encanto y trastea al personaje. Germán Olvera se presenta decidido y con arrestos representando a Don Rodrigo. Y Gerardo Bullón aparece, una vez más sobresaliente como Don Fernando y beneficioso en su ejecución. Los términos son intercambiables a la hora de citar al maestro García Calvo quien va al grano de una obra cuya articulación reclama pulso y dirección. Ahí es donde Pasqual asoma recolocando una trama que gestiona con la habilidad del prestamista siempre dispuesto a dar, pero sin entregarse y mucho menos regalar. Con el bagaje de tres escenificaciones previas de 'El caballero de Olmedo', Pasqual sitúa al título en la cima de sus intereses calificándolo como «la historia más bella de nuestra lírica sobre el amor y el dolor de su ausencia». La posición es envidiable y colabora a que la adaptación del texto sea una extraordinaria síntesis y tenga un formidable sentido dramático. Lope/Pasqual forman un binomio potente desde la perspectiva literaria y la razón es obvia pues le debe todo al primero. En solitario, el resultado es diverso debido a que Pasqual canaliza la pasión y la indignación que, según dice, le genera la obra, en una blandura, debilidad y corrección manifiestas. A todas luces es infinitamente mejor aquel Pasqual que cogió a 'Doña Francisquita' y la interrogó hasta atropellar la complacencia general, que este tan decididamente entregado a la causa del cumplidor y cuyos límites se difuminan en una vaguedad.
Pero donde la apariencia tiene perfiles sospechosos es ante la partitura de Boscovich, decididamente entregada al proselitismo de su naturaleza ambigua, sobrecargada de referencias musicales de lo más diverso, que se engarzan en un entramado sencillamente habilidoso. 'El caballero de Olmedo' tiene el mismo acabado que las tesis escritas con inteligencia artificial: aparentes por su consistencia formal, ordenadas en una estructura coherente, aunque inquietantes por el contenido tramposo, lleno de infiltraciones, camuflajes y atribuciones de supuesta originalidad. Como el mural construido sobre las palabras grandilocuentes y decididas de Trump, sospechosas y recusables cuando se leen una a una, pero con indeseable capacidad para crear a su alrededor una experiencia, en este caso estética, cuya consecuencia inmediata es el éxito y la aclamación. Hay tras la partitura de 'El cabalero de Olmedo' un músico perspicaz, que acepta de una forma decidida y sin complejos la construcción de una obra en la que lo íntimo, lo pasional y lo dramático tiene carácter cinemascópico. Incluso este pase es incómodo, porque engorda mediante el artificio la sustancia del texto de Lope y porque lo contextualiza en un espacio temporal de sobrepasada anchura. Y porque todo ello se produce sobre el escenario de la Zarzuela, donde las opciones tienen su importancia, si es que se asume que tras su gestión se deben asumir ciertas responsabilidades. Pasqual lo sabe bien porque ha trabajado anteriormente con competencia, y de ahí el sinsentido de su atenuada propuesta; Boscovich elude el asunto sin pudor decidido a poner la sensibilidad artística en manos del provecho.
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