El rostro de la decadencia ante el espejo

Miró ha reducido la nómina de personajes a cinco: la actriz madura, la actriz joven, el autor y director, la representante de la primera y un crítico; es la actriz madura, encarnada aquí por Ana Belén , el eje sobre el que gira todo. Ella encarna a una actriz de éxito en cuya vida entra una joven aspirante a actriz -que trabaja como acomodadora en el teatro donde aquella actúa- tan entusiasta como impertinente, que se convertirá en un incómodo espejo que sacude violentamente su vida.

Pero ese combate que en la película libraban los personajes que encarnaban Bette Davis y Anne Baxter se diluye en la versión de Miró, que dirige el foco a la actriz madura, a sus propias inseguridades, a su ocaso y a su inapelable deterioro; pero su batalla no tiene otro rival que ella misma. Eva pelea contra la propia Eva, El empuje de la joven actriz, en quien la madura no confía nunca, pierde fuerza como motor de la acción y su personaje pierde fuelle conforme transcurre la función. La obsesión de la una por la otra desaparece también.

Sobre un espacio muy atractivo de Enric Planas , en el que destaca el magnífico empleo de dos pantallas sobre las que se proyectan en ocasiones imágenes de los personajes en directo, Silvia Munt plantea una función desnuda, directa, aunque los saltos temporales que se proponen no quedan todo lo claros que deberían quedar.

Ana Belén es una de las grandes divas (dicho sea en el sentido más positivo del término) de nuestra escena. Y como tal sabe darle a su personaje la necesaria altivez que precisa, pero también es capaz de mostrar con la mirada la tremenda vulnerabilidad de esta actriz en la cuesta abajo de su carrera y de su vida. Dominadora de la palabra y del gesto, viste de dignidad a su Eva. A su lado, Javier Albalá llena de energía al autor necesitado de un éxito que rehaga su carrera, y completan eficientemente el reparto de esta buena función Mel Salvatierra, Manuel Morón y Ana Goya .