«Entre tanto montaje faraónico, "Chicago" era tan sencillo que parecía algo nuevo»
Jovial y apacible, John Kander (Kansas City, EE.UU., 1927) es una leyenda de Broadway. Junto con el letrista Fred Ebb, fallecido hace cinco años, ha firmado varios de los musicales más populares de las últimas décadas -«Cabaret», «El beso de la mujer araña», «Chicago»-; ... es también el autor de canciones como «New York, New York». Es difícil que deje su casa, pero ha venido a Madrid para asistir al estreno de la producción española de «Chicago».
-¿Cómo fue su primer encuentro con Bob Fosse?
-Habíamos trabajado juntos en la película «Cabaret» y en el show televisivo «Liza with a Z». Fosse llevaba años queriendo convertir la obra teatral «Chicago» en un musical, pero no podía obtener los derechos porque la autora, Maurine Dallas Watkins, se había vuelto una mujer muy religiosa y había retirado los derechos del mercado. Cuando ella murió, su familia vendió los derechos. Bob Fosse nos llamó a Fred y a mí para formar parte de este proyecto, y no lo dudamos ni un momento, entre otras cosas porque en él estaba Chita Rivera, que era -y sigue siendo ahora- una de mis mejores amigas.
-¿Cuánto hay de la música de los años veinte en la partitura de «Chicago»?
-La mayoría de las canciones están relacionadas con un actor de variedades de aquella época. Mama Morton se inspira en Sophie Tucker; «Mr. Cellophan» es un homenaje a Bert Williams. La combinación entre jazz y vodevil fue el punto de partida, y todo fue evolucionando.
-¿Tuvieron que variar su manera de trabajar para adaptarse a Fosse?
-No. Desde que empezamos nuestra colaboración siempre trabajamos igual. Nos sentábamos y hablábamos. Fred, Bobby y yo estuvimos horas y horas hablando y hablando... Sólo con horas y horas de conversación se consigue que todos los creadores del espectáculo trabajen en la misma dirección. Bobby también concebía el trabajo así. Teníamos una especie de juego que llamábamos «What if?» (¿Qué pasaría si?»). Nos sentábamos y decíamos: «¿Qué pasaría si Roxie perdiera el niño?» Y probábamos, y lo que podía parecer una idea horrible al principio a lo mejor no lo era tanto cuando tomaba forma.
-La producción original de «Chicago» en 1975 duró dos años en cartel; el nuevo montaje lleva ya trece años. ¿Qué tiene esta producción que no tuviera aquella?
-No tengo ni idea. La primera producción no gustó a todos, pero es curioso que algunos de los críticos a quienes no gustó la obra en 1975 la aplaudieron en 1996... Y era el mismo texto, la misma música, los mismos personajes, la misma orquestación, la misma aproximación coreográfica. Nada es diferente básicamente.
-¿Puede ser que escribieran una obra demasiado moderna para entonces?
-Tampoco lo sé. En el teatro musical hay modas que van y vienen, y en la época en que se repuso, en 1996, lo que dominaba eran los montajes faraónicos: que un helicóptero bajara al escenario, por ejemplo... No sólo era lo que se llevaba, sino lo que se esperaba del teatro musical. Y «Chicago» era una producción tan simple y despojada, casi de cámara, que parecía algo totalmente nuevo.
-Están de moda los denominados jukebox musicals, que se basan en éxitos del pop o el rock. ¿Falta imaginación o capacidad de riesgo de los productores?
-Siempre ha habido musicales basados en recopilaciones, y eso está bien; pero no tantos como ahora. Porque hay muchos, muchos autores con talento, que están escribiendo para el teatro musical. Pero los productores no apuestan por ellos. Fred y yo fuimos, junto a Jerry Herman, a Stephen Sondheim, autores a quienes se nos permitió fracasar. «Flora and the red menace» fue un fracaso absoluto. Al día siguiente se nos propuso trabajar en «Cabaret». Eso ya no ocurre. Y es una pena que gente con talento, como por ejemplo Lin-Manuel Miranda, autor de uno de los grandes éxitos recientes de Broadway, «In the Heights», no pueda tener continuidad en su trabajo. Y siento que para poder estrenar una de esas obras cortadas por la misma tijera se quede una gran obra en un cajón.
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