Gérard Mortier: «No consigo entender las películas de Pedro Almodóvar»

Como lleva muchos de sus 67 años viviendo solo, y sin ánimo de cambiar, muchos de sus fines de semana están llenos de viajes. A veces coge un avión sólo para ver un espectáculo que podría traerse al Real. Otras veces le invitan a congresos y mesas redondas en lejanos países. Finalmente, aprovecha para hacer visitas de carácter familiar o personal, antes a su padre —que fue panadero en Gante, y que falleció hace un año— y ahora a un amigo homeópata con el que se revisa cada dos meses. Cada tres semanas se escapa a la capital de su país, Bruselas, donde conserva la mitad de su biblioteca.

«Aquí, en Madrid, tengo los libros de música y de teatro; en Bruselas, la filosofía y la literatura. Siempre sé dónde está cada cosa y qué libro tengo que coger en cada viaje», presume, muy orgulloso de su organización. La lectura consume una parte importante de sus domingos, a menudo antes de acostarse, pero jamás en la cama. «Siempre leo sentado en una silla, y a ser posible con un atril», puntualiza.

Vamos, que le gusta relajarse, pero no demasiado. Así, suele levantarse relativamente temprano incluso los domingos, por tarde que se haya acostado la noche anterior, generalmente después de cenar fuera con amigos y colegas artistas. «Yo a las diez quiero haber concluido mi desayuno», insiste.

No es poca tarea para un hombre que se viste para desayunar como otros se vestirían para ir de boda. Decididamente, el «casual» no es para Mortier, aunque esté solo en casa. No digamos si tiene invitados a desayunar, cosa no infrecuente, según cuenta, ya que para él la primera colación del día es la más apasionante. Prepara personalmente y con mimo los cereales, las frutas y sobre todo el té. Es casi un profesional de esta infusión.

Después sale a lo que él llama «pasear» y otros dudan de si no será correr. «Elegí mi casa cerca del Retiro para disponer de un espacio donde poder caminar cada día», reivindica. Los días de diario anda entre media hora y cuarenta minutos, y luego coge el metro en la parada de Retiro hasta el Real. Los domingos se lo toma con mayor calma y no descarta excursiones a pie por otros parajes, como San Lorenzo del Escorial.

No ve nunca la tele porque «no me interesa». Tampoco ve películas en casa. Le gusta aprovechar alguna tarde de domingo para ir al cine, siempre acompañado, «para ver la reacción de la gente». Desde que está en Madrid, Mortier se interesa particularmente por el cine español, aunque dice que su dominio del castellano (por lo demás impresionante) «no me permite aún enterarme de todo lo que dicen en una película de Almodóvar».

Otra cosa que hace Mortier los domingos es hacer la compra… ¡en El Corte Inglés! Me encanta, tienen de todo, ¡y es tan rápido!», se extasía. Parece una madre de familia estresada. A la pregunta de si le gusta vivir en Madrid, lógicamente, responde que le encanta. Y, lógicamente, nosotros tratamos de descubrir si lo dice por buena educación o porque es verdad.

Admite que la ciudad es todavía una especie de juguete nuevo a medio sacar de la caja, aunque cargada de promesas. Por ahora se siente querido y muy arropado por el público: «Algunos abonos del Real no se renovaron, pero en cambio se sacaron muchos nuevos».

Sin embargo, a veces le gusta escaparse del mundanal y madrileño ruido e irse todo un fin de semana a un escondite secreto que solo él conoce: «Hay un hotel maravilloso en Andalucía, en medio de la montaña, sin nada de nada en cinco kilómetros a la redonda… No digo cómo se llama ni dónde está exactamente para poder seguir retirándome allí en secreto, en especial cuando pienso en nuevos proyectos». Y después de vuelta a Madrid y a los aplausos, como nuevo.