Una comedia cliché, y lo contrario
La comedia, tenga el apellido que tenga (romántica, loca, musical, de enredo...), ha de ser tan espiritosa y juguetona como la bola de la ruleta, y apoyarse a ser posible en tres soportes: una idea, un desarrollo de esa idea y unas interpretaciones. «7 minutos» ... es una comedia algo juguetona, y tiene, además, una buena idea y unas notables interpretaciones... Sólo le falta, pues, para que encaje en el molde una de las «patas», la del desarrollo de la idea que propone.
La idea que mueve esta historia está tallada en el ADN del ser humano: cómo regatear la soledad o -dicho en comedia- cómo encontrar la pareja idónea. Las interpretaciones son buenas porque los actores se pegan al cliché de los personajes de tal modo que al segundo los reconoces: la borde amargada, el simpático, el macarra tierno, la neurótica, la ingenua miedosa, el marido impresentable... incluso se le pone el aliño correcto de cualquier salsa: la pareja gay. En el Festival de Málaga se premiaron las interpretaciones sensibles y profundas de Toni Acosta y Asier Etxeandía, pero se podrían haber premiado las muy extremas de Antonio Garrido (con un cierto corte Bardem en su mezcla de lo agresivo y lo dulce) o Pilar Castro, que hace deambular a su personaje entre lo enternecedor y lo cargante, entre lo voluptuoso y lo luctuoso.
La historia arranca en un lugar imprevisto, ocurrente: una sesión de citas rápidas para encontrar pareja. Siete minutos de charleta, y a otra mesa. Ahí conocemos a los personajes; de inmediato, pues están pegados a su cliché. Y llega «la pata coja» del asunto: el desarrollo de esa idea y de esos personajes, tan reconocibles y tópicos, tan nosotros mismos, debería huir lo más lejos posible ya del tópico, del cliché y de la frase hecha. No es así: todo ocurre como si Daniela Féjerman y Ángeles González-Sinde hubieran hecho el guión a máquina (la máquina de hacer argumentos de comedia ligera, coral y correcta), con un desprecio absoluto hacia el ingenio, lo imprevisto o la sorpresa. Aunque, para ser justos, contiene un giro de guión (¡esta ministra!) realmente insospechado, tan fuera de cliché, tan «incorrecto», que casi anula todo lo dicho antes, y que consiste en darle una solución y un desenlace a la pareja gay de película de adolescentes y colegiales de teleserie americana. En cualquier comedia hay que saber dónde habita el humor, y en ésta nunca está fuera del rostro del actor Luis Callejo.
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