Rosa María Calaf, premio Luca de Tena: «De la vida no me pienso jubilar en absoluto»
La histórica reportera y corresponsal de TVE, galardonada por sus cuarenta años de trayectoria periodística
«Mucha gente que me para por la calle me dice: 'Creo que he conocido el mundo gracias a usted'. Es un privilegio»
«Yo pude hacer cosas gracias a que hubo otras que lo pelearon antes, como Josefina Carabias o Sofía Casanova»
Rodrigo Cortés, Rosa María Calaf y Said Khatib, premios Cavia, Luca de Tena y Mingote
Rosa María Calaf, fotografiada en la estación de tren de León
No podía ser de otra manera. Rosa María Calaf (Barcelona, 1945), La Calaf, conoció ayer que ha sido galardonada con el premio Luca de Tena en mitad de un viaje. «Venir de Barcelona a Ponferrada es una aventura», dice por teléfono desde León. « ... He cogido el AVE de las ocho y media de la mañana, he tenido que cambiar en Chamartín, coger otro AVE a León y ahora estoy esperando el tren de Ponferrada, donde tengo un acto». Dentro de un mes hará 79 años, pero sigue teniendo dentro el veneno del reporterismo, ese que ha practicado durante cuatro décadas en radio y, sobre todo, en la televisión pública.
—Dicen que ha viajado a 183 países...
—Pues sí, 184 ya, porque he ido a Arabia Saudí, en mayo pasado, que me faltaba.
—¿Y qué pasa con los que le quedan?
—Intentaré hacerlos, lo que pasa es que algunos van a ser complicados. Uno, por ejemplo, es Somalia, y el otro es Eritrea, que es muy difícil que te den visados. Luego está Yemen, que antes se podía ir, pero ahora no. Me quedan Salomón o Nauru en el Pacífico. Tengo que ver cómo me organizo un viaje para no ir solo ahí, porque es un viaje costoso y complejo. Es una tontería, pero me haría gracia poder decir que he estado en todos. [risas].
—Este premio es a su trayectoria. Pero, ¿Rosa María Calaf se ha jubilado?
—En el papel, sí. Lo que pasa es que yo siempre he pensado que la jubilación no va más allá de un papel, sobre todo, cuando amas tu profesión, y es una profesión como el periodismo. Me parecería que sería como jubilarme de la vida. Y de la vida no me pienso jubilar en absoluto.
—¿Se considera una mujer pionera en esto del periodismo?
—Yo pude hacer cosas gracias a que hubo otras que lo pelearon antes, como Josefina Carabias o Sofía Casanova. Ellas nos abrieron el camino a las que vinimos después. Probablemente mi generación ha significado un paso adelante para muchas de las que nos han seguido. Es una de las satisfacciones enormes que tengo, cuando encuentro tantas compañeras que están en primera línea de la información y me dicen que me ven como un referente. Es un orgullo enorme y mucha responsabilidad también.
—Pero su vocación era otra... estudió Derecho.
—Estudié Derecho no para ejercer la abogacía, sino porque quería hacer carrera diplomática y era la vía más convencional en aquel momento. Siempre mi mirada fue hacia el exterior, porque tuve la enorme suerte de nacer en una familia viajera, lectora y que me permitió crecer como persona y como quería, en aquella época en que eso no era tan habitual. En un momento determinado, el periodismo me encontró a mí más que yo al periodismo, y me di cuenta de que era lo que yo quería hacer.
—La primera de sus corresponsalías fue en Nueva York, en 1984. ¿Cómo de grande fue ese contraste?
—Por suerte, yo había estado estudiando un invierno en Estados Unidos, en Los Ángeles, y ya conocía la sociedad americana. El periodismo anglosajón siempre fue un gran referente. Realmente fue una escuela magnífica. Las dos grandes escuelas que me han permitido desarrollar mi tarea han sido el paso por el programa 'Informe Semanal', una escuela de reporterismo impagable, y que mi primera corresponsalía fuera Nueva York.
—Uno de sus hitos fue abrir la corresponsalía de TVE en Moscú, cuando la Unión Soviética.
—Fue en los principios de Gorbachov, quien permitió que las televisiones extranjeras se instalaran allí. Fue una experiencia extraordinaria, desde el punto de vista informativo y logístico; una corresponsalía donde no había absolutamente nada y había que importar hasta los bolígrafos.
—¿Ha cubierto conflictos bélicos?
—Yo siempre digo que no soy corresponsal de guerra, pero sí que me ha tocado cubrir conflictos porque estaban en mi zona de cobertura de la corresponsalía. Mi primer gran conflicto fue la ocupación del sur del Líbano por parte de Israel, en el 82. Fue el primero y me mostró que podía hacer conflictos. A partir de ahí, me tocó el final de los Balcanes, cuando no había conflicto abierto, pero sí enormes tensiones. Después del 11 de septiembre me tocó estar en Pakistán. Y, en fin, diversas revueltas y golpes de Estado.
—Ha contado que sufrió un intento de violación en Yugoslavia.
—Durante muchísimo tiempo no lo conté, ni siquiera a mi familia. Es un dilema que todavía tengo ahora. No quería convertirme en protagonista, dado lo que estaba sucediendo en los Balcanes con las mujeres, con tanta violencia y la sexualización de los ataques a las mujeres. Hace unos años, unas colegas del País Vasco me convencieron de que era importante que se supiera para que se viera que efectivamente esas cosas ocurren. Considero que es importante como llamada de atención para evitar que el periodista, y las mujeres, sean un objetivo en zonas de conflicto.
—¿Esa concepción de que el periodista no debe ser el protagonista está ahora en entredicho?
—Creo que sí. El periodismo se ha convertido en un espectáculo, y el espectáculo necesita estrellas. En mi opinión, esto es tremendamente peligroso, porque el periodista lo que tiene que hacer es ser riguroso, honesto e independiente, un mero puente entre realidades y personas distantes y distintas.
—¿Siente que muchos españoles han conocido el mundo a través de usted?
—Es una cosa que me dicen mucho cuando me para por la calle gente mayor. Me enorgullece haber podido hacer ese servicio. Cuando trabajaba, yo solo pensaba en contar lo que pasaba. No se me ocurría pensar eso, pero ahora me lo dicen continuamente. Me dicen: «Yo realmente creo que he conocido el mundo gracias a usted». Pienso que es un privilegio.