La barbitúrica de la semana
La palabra emancipada
Para mirar el mundo hay que despellejarlo y para sentirlo hay que despellejarse
Locos guiando ciegos (28/01/24)
Sudor de negro y cacao (15/01/24)
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Iniciar sesiónNombrar la realidad nos sustrae de la confusión. Las palabras son el antídoto para no dejarnos hundir por el desorden. Forman, juntas, un precinto para comprender el mundo y ser comprendidos dentro de él. Pero qué pasa cuando no bastan. ¿Qué ocurre en ese momento ... en que la realidad las desborda y la lengua, como la de Teresa contada por Mayorga, se rompe en pedazos? ¿sólo da gemidos, porque más se no se puede? Cuando el idioma regresa a su naturaleza salvaje, las palabras echan a correr, se derraman, rozan. Esa palabra emancipada del texto muda en ser vivo: toca, roza, inaugura, enloquece, estremece y nos estremece. Eso es lo que hace Mónica Ojeda en su novela 'Chamanes eléctricos en la fiesta del sol', publicada esta semana por Literatura Random House.
Para mirar el mundo hay que despellejarlo y para sentirlo hay que despellejarse. Y eso lo sabe Ojeda. Su más reciente novela, electrocuta y embiste. Cada página es una membrana tejida para su desgarro. El sexo, la locura y el origen se mezclan. Hacen tumor en el pecho. Todo cabe en este desfile de cóndores que hunden el pico en la entrepierna y las cantoras que juntan la vida y la muerte.
Todo ocurre en el año 5540 del calendario andino. Dos adolescentes escapan de Guayaquil para asistir al Ruido Solar, un macrofestival en las laderas de un volcán. Huyen de las bandas del narcotráfico, los sicarios y las autodefensas. Una busca al padre que la abandonó, pero en el camino halla el saber que una abuela chamana le ha legado. Como en un viaje a los infiernos del Renacimiento, Noa y Nicole atraviesan el páramo con la intención de no regresar jamás.
Como en la 'Divina Comedia', Mónica Ojeda reparte el mundo en condenados y poetas, nada hasta la ultratumba para descubrir un carrusel de goces y castigos. Convierte en fuego el cuerpo que arde antes de hacerse cadáver. Desde su propio vestíbulo andino, Mónica Ojeda avanza a través del lenguaje. Se queda con lo esencial para conseguir lo que normalmente no podría: que la palabra nos alcance, que sea capaz de tocarnos y sujetarnos al mundo.
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