Chris Isaak, corazón indomable y espíritu retro en Cap Roig
El californiano lideró una pulcra y distinguida expedición a los años dorados del rock rompecorazones con guiños a Roy Orbison y Elvis Presley
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El libro del amor, cantaba Stephin Merrit, es largo y aburrido, pero Chris Isaak sabe exactamente qué páginas marcar, qué pasaje subrayar, para sacarle el máximo partido. ¿Corazones en llamas? ¿Rupturas épicas? ¿Soledades miserables? Ahí está el californiano, corazón indomable y profeta retro ... con traje como recién salido del ropero del Caesars Palace, invocando a los ancestros del rock and roll y amasando la materia prima del desengaño. «Si os gustan las canciones tristes, habéis venido al sitio adecuado», avisó, por si quedaba alguna duda, justo antes de atravesar 'Blue Spanish Sky' con su imponente voz de profesional del desamor.
O de profesional a secas, ya que en su estreno en el Festival de Cap Roig, Isaak deslumbró con sus agudos aún brillantes y su carisma de artista como de otra época. Impecable en su papel de 'showman' de la vieja escuela, estuvo dicharachero y guasón, generoso en el mano a mano con los músicos (al bajista Rowland Salley le cedió el micrófono para que cantara 'Killing The Blues') y encantador en el trato con el público: hizo ponerse en pie a todo el mundo para recibir el primer arreón eléctrico («ya lleváis demasiado rato sentados; esta es la parte de los adolescentes», anunció ante una audiencia que andaba ya por su segunda o tercera juventud) y cantó 'Here I Stand' recorriendo la grada, subiendo y bajando escaleras.
«Gracias por venir, en serio. ¿En qué otro sitio podría ir vestido así», dijo mientras los focos se volvían locos con los brillos y la pedrería de su flamante traje rojo.
En Cap Roig, lejos del griterío de la actualidad y a resguardo de los vaivenes de las modas, hubo espacio para casi todo, fiesta vintage y simpática invasión de escenario durante 'Baby Did a Bad Bad Thing' incluida, pero el californiano brilló especialmente cuando inflamó baladas rompecorazones y evocó los primeros temblores de aquellas canciones nacidas para hacer inventario de cataclismos emocionales.
Ocurrió, claro, con una madrugadora 'Wicked Game',recibida entre suspiros y móviles en alto, pero también con los temblores de 'Forever Blue', la engañosamente jovial 'Somebody's Crying' y esa 'Can't Help Falling In Love' de la que Elvis Presley se sentiría orgulloso.
La banda, impecable, le seguía donde quiera que fuese, lo mismo a una boda que a un funeral; a la electricidad retorcida y pantanosa de 'Go Walking Down There' que al terciopelo azul de 'Don't Leave On My Own'. Parte 'crooner' melancólico parte rockero de tupé engominado y raíces profundas, Isaak visitó el panteón de Roy Orbison para forzar la máquina con 'Oh! Pretty Woman', asaltó los dominios de James Brown para desenterrar una tersa 'I'll Go Crazy' y, a sus 68 años, exhibió poderío vocal cada vez que se plantó ante el micrófono.
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Ya en los bises, con el californiano enfundado en un exageradísimo traje de láminas reflectantes, algo así como una bola de discoteca humana, quedó claro que un concierto puede ser una sucesión más o menos apañada de canciones o un espectáculo total que secuestre la atención del espectador durante noventa minutos. A Isaak, queda claro, el cuerpo le pide lo segundo, y se deja la piel en conseguirlo. Así que larga vida al baladismo inflamado, las canciones de amor a quemarropa y el pulcro rocnanrol para viajar el tiempo sin moverse de la Costa Brava.
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