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«Il Trionfo del Tempo e del Disinganno», fantasmagorías en Aix-en-Provence

La nueva producción del Festival de Aix-en-Provence alcanza aquí un punto culminante estupendamente dibujado por la soprano Sabine Devieilhe

Escena de "Il Trionfo del Tempo e del Disinganno" JAVIER DEL REAL

ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

El director teatral Krzysztof Warlikowski ha escrito que el problema de «Il Trionfo del Tempo e del Disinganno» es su belleza musical. Aparentemente habría preferido una partitura más carnal, terráquea e inquietante que la escrita por Haendel para el texto del cardenal Benedetto Pamphili, pero, por encima de cualquier otra consideración, la Belleza es algo fundamental en una discusión alegórica donde el Piacere es un pecado al que acompañan el Tempo y el Disinganno antes de que todo se resuelva en cercanía a Dios y al éxtasis del aria «Tu del Ciel ministro eletto».

La nueva producción del Festival de Aix-en-Provence alcanza aquí un punto culminante estupendamente dibujado por la soprano Sabine Devieilhe, elevada a una posición protagonista desde la academia del festival gracias a la sinceridad y la emoción con la transmite momentos tan decisivos. Al contratenor Franco Fagioli , hay que esperarle hasta la famosa «Lascia la spina», Sara Mingardo no ofrece dudas sobre la calidad de su concentrada interpretación, y el tenor Michael Spyres , robusto, con decidida presencia vocal y formidable igualdad en los registros, es parte esencial del éxito. También tiene su culpa Emmanuelle Haim y Le Concert d'Astrée , por su correcta disposición y una prudente penetración en el estilo italiano de Haendel, es decir, en una partitura luminosa, intensa y apasionada.

Con razón, a Warlikowski le preocupa la música pues sabe que es el bálsamo ante su turbulenta visión del mundo. Que se declare admirador incondicional de la dramaturga Sarah Kane es toda una confesión que se materializa con la llegada a la obra desde un video previo en el que la Belleza vive el desenfreno juvenil de la droga: experiencia de una fantasmagoría que de inmediato lleva a la sala de un cine, entre cuyas butacas surge la duda existencial, el diálogo y el perdón. No hay otra posibilidad, o así se señala, que el final moralizante de la obra, de manera que Warlikowski la deja terminar sin plantear una duda cabal e inquietante. Definitivamente demuestra lo sabido: que la música de «Il trionfo» importa no tanto por placer de lo bello como por la idea de perfección que transmite.

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