Loquillo: «He sobrevivido a la heroína, a la cocaína, al alcohol, al éxito, al poder y a la cancelación»
Está a punto de cumplir 65, y cada vez está más lejos de la jubilación. Acaba de publicar novela y disco de poemas
Madrid
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Iniciar sesiónSe le ve venir en la distancia, igual que a los osos y los mitos. Camina como si alguien lo estuviera grabando, y así se acerca: Loquillo (Barcelona, 1960) es todo lo que te esperas que sea Loquillo, y también lo que no. Nada más ... llegar a la Biblioteca Nacional abre los brazos y dice: «El mundo es mío». Y después: «Estoy a seis meses de la jubilación». Y uno lo imaginaría retirándose a un castillo igual que un Casanova, a vivir feliz entre libros y recuerdos y silencios, viajando solo ya en las conversaciones, pero el hombre no tarda en confirmar que sigue agarrando a la vida por la pechera y que todavía le gustan los aeropuertos: ahí siempre se siente en casa, tal vez porque nació al lado de una vía de tren, viendo huidas y regresos, imaginando futuros posibles. «Yo soy barcelonés», dirá varias veces. «Un tío del barrio del Clot». Lleva el escudo de su ciudad en su antebrazo derecho. «Montserrat Roig me dijo una vez que las raíces están para empaquetarlas y llevarlas contigo. Y le hice caso».
Viste el luto de siempre, que será el de la muerte de la inocencia, o del aburrimiento, o del miedo, y despliega su encanto ante todos los que le saludan camino al diván de esta entrevista, que no son pocos. Ya en el ascensor empieza a enumerar sus últimas gestas de coleccionista: una primera edición del 'Cyrano de Bergerac', otra de 'El vampiro' de Polidori firmada por Byron («una estrategia editorial para vender más»), un mapa de la Guerra Civil usado por el bando nacional («yo tengo una sala de mapas en casa»)... Y así. También acumula motos y gramolas, y a punto estuvo de comprarse un hangar para guardar toda su memorabilia. «Al final lo descarté: ya estoy regalando motos a mis amigos. Ah, y en mi boda me regalaron la última Tercera que Ruano publicó en ABC», añade, encadenando anécdotas en el aire.
Sobre la mesa está su primer disco, 'Los tiempos están cambiando'. Comprueba la foto y comenta: «Aquí tenía diecinueve. No sabes la que se lió por versionar a Dylan». Acaba de lanzar 'Europa', un álbum donde versiona poemas de Julio Martínez Mesanza, además de 'Paseo de gracia', una novela llena de experiencias. En el primer título un hombre se va a las Cruzadas, en el segundo otro hombre vuelve a casa para enterrar a su madre: todo tiene sentido, a su manera. Que empiece el viaje.
—Le gustan los aeropuertos. Esto es noticia.
—Me gustan mucho [y ríe]. Son un territorio neutral, como decía Hemingway de los hoteles. El aeropuerto es el lugar donde empiezan y acaban las cosas. Es un lugar que te permite irte. Y yo siempre he tenido eso en la cabeza, desde mi infancia. Vivía en una calle que daba a una vía del tren. Y veía los trenes pasar continuamente, desde el balcón, con los pies colgando: los trenes iban y venían... Desde muy pequeño tuve la sensación de que tenía que marchar, de que tenía que escapar, de que tenía que ir a algún lugar, a ese lugar. Ese lugar al que consigo ir y nunca consigo llegar. Y en eso estoy, en la búsqueda.
—¿Sigue viajando mucho?
—Me resulta difícil quedarme en un sitio demasiado tiempo. De hecho, el otro día un amigo mío me decía: ¿y tú de dónde eres al final? Soy un disidente. Me fui de Barcelona, vivo en Donosti, pero llevo Barcelona en mi ADN. Soy cosmopolita, mundano, metropolitano, individualista. Y creo que el rock and roll es un deporte individual que se juega en equipo, como el baloncesto.
—Explíquese.
—En una banda de rock and roll tiene que prevalecer la individualidad. O sea: cada miembro de la banda es uno. Yo dejé de tener el complejo adolescente de llamarme Loquillo y los Tal [los Trogloditas] hace mucho tiempo, hace muchísimo tiempo. Porque decidí buscar individuos para crear una banda potentísima. Cada uno de los miembros del grupo, desde Josu García, Laurent Castagnet, Alfonso Alcalá o Igor Paskual, cada uno de ellos podría tener su banda propia. Yo no soporto a las bandas que salen vestidas todos iguales. Hay que mantener la personalidad de cada uno de los miembros de la banda para que sea creíble. Yo quiero tener un conjunto de individuos que trabajen en una idea común, que es Loquillo. Loquillo ya no es una sola persona. Y otra cosa. El líder de una banda es elegido por todos. Porque es alguien que sabe llevar el concepto de grupo. Y tiene la responsabilidad de llevar al grupo lo más lejos posible.
—¿Le costó dejar los Trogloditas?
—Yo tardé mucho en largarme de los Trogloditas, porque seguía teniendo eso tan romántico de estar en una banda de rock desde el inicio, todos juntos. Pero la gente crece, madura o no, y ve la vida de distintas maneras. Yo aguanté mucho con los Trogloditas, me tenía que haber ido mucho antes. Pero tampoco creo que yo estuviera preparado para asumir el rol que la vida me tenía preparado. Que era la de agarrar la historia. Y creérmelo.
«No me fío de los que dicen: no te lo creas demasiado. Si no te lo crees tú, ¿cómo te va a creer el público?»
—¿Hay que tener ego para subirse a un escenario?
—Es muy importante creérselo. No te fíes nunca de alguien que te diga: no te lo creas demasiado. No: créetelo siempre. Porque, ¿cómo te van a creer el público si no te lo crees tú? Quizás el hecho de haber sido hijo único, o impar, como decía Umbral, que me encanta, haya tenido que ver en esto. El haber tenido que jugar solo, imaginar solo, crecer solo. El haber sido un poco como Cyrano, que es mi héroe favorito: tener la nariz grande, ser alto, ser distinto. Y que en el colegio fueran a por mí desde el primer día, hasta que solté la primera hostia. Me lo dijo mi padre: si no te defiendes, la vida es eso. Así que me comí mi timidez y me gané el respeto. En aquella época era así.
—Entonces, ¿qué es una estrella del rock?
—Un artista de rock o un grupo de rock tiene que ser peligroso. Físicamente o intelectualmente, pero peligroso. Debe transmitirte sentimiento de duda. Debe transmitirte experiencias. Tiene que transmitirte el andar por los extremos, por los laterales de la vida. Debe transmitirte la duda, el que a lo mejor todo lo que te cuentan no es verdad. Y eso no solamente lo tienen las bandas de rock and roll: también lo tenían los románticos. Y también lo tenía Lope de Vega, que fue el primer rocker español, al menos conocido. Lo mejor para una estrella del rock es que te quieran y te odien a la vez.
—Habla y escribe mucho de sus padres. ¿Tiene algo de ellos?
—Yo no sería lo que soy sin mi pasado. Y mi pasado es ser hijo de un exiliado carabinero republicano que luchó por España y por la democracia española. De ahí supongo que viene mi parte más reivindicativa. Y por el lado de mi madre, anarquista desde la CNT y de la FAI, me viene mi parte más salvaje. Y además: fui el hijo de un perdedor, con lo que yo crecí con el sentimiento de ganar. De no conformarme con lo que me esperaba, que era ser el tercer miembro de la familia estibador del puerto de Barcelona, que era a lo que estaba abocado. Soy muy consciente de dónde vengo… Claro, cuando te alimentas de todo esto y ves ahora el miedo, ves ahora lo políticamente correcto, ves cosas que no veías desde hace muchos años... Con 14 años yo viví el final del franquismo, la Transición y la llegada a la democracia. Pero estoy asombrado.
—Viendo las noticias, parece que la vida del rock and roll la estaban llevando los políticos. Los mismos que exigían a los artistas comportamientos intachables.
—Yo [suspira] entiendo a muchos compañeros de generación, que son incapaces de decir algo. Yo no quiero hablar de política: es mi manera de rebelarme y de dar a entender lo que hay. Y conozco a muchos compañeros de generación que han dejado de hablar, por miedo. Y cuando digo miedo no es como antes. Cuidado con esa palabra: miedo. Yo tengo memoria, y ya sé que ya no se lleva a eso de la democracia contada desde el 75 [hace una mueca como de amargura]. ¿Cómo se puede decir que había más libertades en el año 70? De verdad, yo reto al que diga eso en un cara a cara. Le voy a explicar un par de cosas. Eso a mí me enerva. Aquí se han conquistado muchas libertades. Mucha gente ha muerto por esas libertades.
—¿Qué más le enfada?
—Una cosa que dice mucho Sabino Méndez: que en España los niños bien dirigen la cultura, pero donde está la creatividad es en los barrios, en las bases. Y eso se debería equilibrar. Es penoso que todavía estemos sin desarrollar del todo el estatuto del artista, por ejemplo.
«Un artista de rock tiene que ser peligroso. Físicamente o intelectualmente, pero peligroso»
—En 'De amicitia', canta: «Si tuvieses al justo de enemigo / sería la justicia mi enemiga / a tu lado en el campo victorioso / y junto a ti estaré cuando el fracaso».
—Llegué a Julio Martínez Mesanza por Luis Alberto de Cuenca, que es algo más que un poeta para mí: es un mentor, un hermano. Me dijo: Loco, te pega hacer a Mesanza. Mi colección de amigos en todo el mundo han creado el Frankenstein que soy. Por cierto, que cuando hice el disco con los poemas de Luis Alberto de Cuenca ['Su nombre era el de todas las mujeres'] nos insultaron, nos llamaron de todo. Llamaron a Luis Alberto de Cuenca «fascio de pata negra». ¿Y qué ocurrió? Bueno, que vendimos 20.000 copias de un disco de poesía contemporánea. Eso fue.. No sé: Lepanto.
—Ha escrito un libro sobre una ciudad en la que ya no vive, en un tiempo que ya no existe.
—Es muy propio de mí [y ríe].
—¿Echa de menos ese mundo?
—Mi patria es mi infancia. Pero es que yo tengo muchos círculos que se cierran. ¿Por qué narices voy a nacer en un sitio donde al lado vive Antonio Rabinad? Fue el escritor que escribió 'Libertarias'. Y en una de sus novelas aparece mi padre. Y mi abuela. Es que es muy fuerte. Mi padre, después de salir del campo de concentración, de la cárcel, de Marruecos, etcétera, le explicó todo su recorrido a Antonio Rabinat, que aspiraba a ser escritor. Mi vida está llena de causalidades.
—¿Cree en el destino?
—Sí, está escrito. Todo está escrito. Y la vida te pone en tu sitio. Yo soy muy consciente de que los últimos cinco años de mi vida han sido demoledores. Lo teníamos todo. Habíamos lanzado un disco en 2019 que se llamaba el 'El último clásico', con un single espectacular. Teníamos una campaña de televisión. Teníamos la mitad de los arenas vendidos de todo el país. Y viene el covid. Nos arruinamos. Todo a la mierda. Como le pasó a mucha gente en este país. Y tuvimos que empezar de cero.
—¿Cómo fue?
—Salimos a la carretera. Íbamos en una furgoneta, cuando el año anterior íbamos en tráilers… Nunca olvidaré a los ayuntamientos que nos permitieron tocar. Cada semana salía el presidente autonómico de turno o el ministro de Sanidad prohibiendo algo. Fue una lucha constante, un estado de tensión tremendo. Íbamos sin vacunar. Y tocar era un acto de resistencia. Es la gira de la que más me siento orgulloso de mi vida. El primer concierto que dimos fue en Aranda de Duero. Lo habíamos petado el año anterior en el Sonorama: 25.000 personas, una locura. Bien, pues tocamos delante de 120 personas y unas cigüeñas que estaban en el campanar de la iglesia. A las ocho de la tarde. Todos con máscaras, todos separados. En esa gira vi lo más kafkiano que he visto en mi vida: gente midiendo la separación entre sillas con un metro, y un promotor diciendo: hay tipos que son infiltrados, comisarios políticos, que entran de repente en la zona de camerinos y para ver si la gente va con mascarilla. Esto es real, ¿eh? Yo he leído '1984, 'Fahrenheit 451', 'Un mundo feliz'. He visto 'Soylent Green'. Y cuando vi eso en real, yo le dije: si me encuentro a alguien en mi camerino haciendo eso, voy a pensar que es un ladrón, así que lo echaré. ¿Cómo? No lo sé, depende de cómo esté de humor. Las barbaridades que se hicieron en ese momento…
—Y mientras tanto, todas las grandes estrellas de la música pop española, calladas. Perdón, pop y cantautores. Y a los que dábamos la brasa, hostia va, hostia viene. Hostia va, hostia viene. Yo no he recibido tantas hostias en mi vida. Y todo porque nos atrevíamos a hacer algo. Pero es que era mi obligación. Se supone que soy un artista, soy un creador y, sobre todo, soy un trabajador. Yo defiendo la clase obrera de mi oficio. Para nosotros era un acto de fe y de orgullo.
«Tuve una crisis cardíaca dramática, vi la luz blanca... y desde entonces soy mejor»
—No ha parado nunca de tocar. Y el cuerpo le dio un susto.
—Cuando haces rock and roll... Eres tú. A mí no me cuesta nada salir al escenario. Soy yo. La mayoría de gente que sale al escenario dice que interpreta un papel. No es mi caso. Yo salgo al escenario y soy yo. El papel lo estoy interpretando ahora, en esta entrevista. Mi casa es el escenario. Ahí soy como soy. Pero cuando haces un espectáculo de poesía contemporánea y tienes que interpretar 18 poemas, entonces tienes 18 personajes. Y en cada personaje tienes que poner la vida. El ejercicio físico y mental que realizas es demoledor: meterte en Pavese, explotar con Bassens, representar el personaje de Jack Brens con elegancia, que cada vez se acerca más a tu edad... Y eso se pagó. Tuve una crisis cardíaca... Dramática, dramática. Vi la luz blanca.
—¿Le cambió eso?
—Hay un antes y un después. Yo he sobrevivido a muchas cosas en la vida. He sobrevivido a la heroína. He sobrevivido a la cocaína. Al alcohol. Al éxito. Al poder. A la cancelación. A todas las relaciones tóxicas del mundo. A todas las traiciones. A crisis físicas. Y lo que me faltaba ya era... Era ver la luz blanca. Pero es que si juegas en el filo es lo que hay. Tienes que tenerlo muy claro. Hay que jugar en el filo si te dedicas a esto. Yo entiendo la película de Dylan ['A Complete Unknown']: es la primera vez que veo reflejado el mundo creativo en una película. Para crear hay que vivir. Y hay que pasar páginas rápido de todo lo que vives. Estos cinco años terminan ahora en 'Corazones Legendarios' [su nuevo disco, sale en septiembre]. He hecho cinco discos en cinco años. Está bien, ¿eh?
—Para estar a unos meses de la jubilación no está nada mal.
—Bueno, es que si no estuviera creando estaría muerto. Lo tengo muy claro. Espero tener la fuerza suficiente para poder estar estos dos años de gira y después volver a la poesía con la lección aprendida. Intentaré mantener el personaje a raya para que no vuelva a tener un susto como el que tuve. Pero desde entonces soy mejor. Eso me ha enseñado mucho. Me ha enseñado a no perder el tiempo y sobre todo a quitar de en medio muchas cosas. Lo hablaba el otro día con Rafael, con el que estaba grabando. Después de su crisis volver al escenario… Eso es grande. Eso es de grandes, de muy grandes. De Dios.
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