El 'linaje' inglés del mastín de Las Meninas
El perro de cámara de Felipe IV desciende de una pareja de mastines del palacio de Lyme que Jacobo I de Inglaterra regaló a su padre como signo de paz
Cristina muñoz osuna
Manchester
El palacio Lyme, en el condado de Cheshire, al norte de Inglaterra, situado entre los bosques de Peak y Macclesfield, atesora una prueba del origen inglés de uno de los perros más fotografiados de la historia del arte, de la que apenas se ... ha escrito. Subiendo las escaleras que llevan a «la galería larga», en la cartela de un cuadro copia de 'Las Meninas', el más querido por los españoles según el Museo del Prado, y respetando la ortografía original, se puede leer en letras mayúsculas: COPY OF VELASQUEZ´S 'LAS MENIÑAS' IN THE MADRID GALLERY, SHOWING A LYME MASTIFF, DESCENDED FROM A PAIR PRESENTED BY JAMES I OF ENGLAND TO PHILIP III OF SPAIN IN 1605. (Copia de 'Las Meniñas' de Velasquez en la Galería de Madrid, mostrando un mastín de Lyme, descendiente de una pareja regalada por Jaime I de Inglaterra a Felipe III de España en 1605).
Este regalo de Jaime I de Inglaterra y VI de Escocia (1566-1625), conocido como Jacobo I, al rey Felipe III (1578-1621) forma parte de la historia entre ambos países. Tras la derrota de la armada española y después de casi 20 años de guerra, Jacobo Estuardo era coronado rey de Inglaterra en 1603. Por primera vez Inglaterra y Escocia estaban bajo un mismo monarca y con las finanzas de la corona debilitadas, uno de los primeros empeños del rey era alcanzar la paz con España. Al poco tiempo enviaba a la corte española un regalo propiciatorio como muestra de reconciliación. Además de esta evidencia escrita en la cartela del cuadro de «Las Meniñas» de Lyme, el historiador inglés John Stove, en 1614, también escribió sobre el obsequio de Jacobo I a los reyes de España en Anual o Crónica General de Inglaterra, aunque lo data un año antes: «Seis majestuosos caballos con sillas de montar, (…) mantillas muy ricas y curiosamente bordadas, tres para el rey y tres para la reina, (…) dos ballestas con haces de flechas (…), una pareja de sabuesos de Lyme de singulares cualidades».
Felipe III y Margarita de Austria recibieron el regalo en el Palacio Real de Valladolid, que por entonces era la capital del reino. «En la entrega de los regalos por Thomas Knoll Esquirer, el rey y la reina vinieron en persona a ver y recibirlos con una aceptación muy amable y principesca». James D. Lavin y Pedro de Ameller en «El regalo de Jacobo I a Felipe III en la Real Armería» también enmarcan el «suntuoso regalo» de 1604 en el contexto de la reconciliación del rey Jacobo. El verano de ese mismo año se firmaba el Tratado de Londres que ponía fin a la guerra anglo-española.
Desde la Edad Media
Los mastines recién llegados a la corte de los Austria procedían de Lyme, una gran propiedad que Ricardo II le había otorgado a un antepasado de Sir Piers Legh IX (1563-1636) por méritos de guerra y que durante 600 años formó parte del patrimonio de la familia. La casa aún mantiene elementos originales de la época Tudor y se fue ampliando por sucesivas generaciones de Legh hasta convertirse en el palacio barroco obra de Giacomo Leoni que puede contemplarse hoy; con jardines, lago y rodeada de más de 560 hectáreas de bosque y páramos en los que todavía se avistan ciervos, recuerdo del pasado.
El origen de los canes de Lyme se remonta a la Edad Media y la historia parece sacada de un libro de caballería. En el campo de batalla de Agincourt, el 25 de octubre de 1415, donde se libró una de las victorias heroicas de la historia de Inglaterra, Piers Legh II, señor de Lyme, cayó herido y una perra mastina permaneció a su lado protegiéndolo de los franceses hasta que fue rescatado.
Así comenzó la fama de los mastines de Lyme, descendientes de aquel ejemplar extraordinario, cuya saga formó parte de la familia durante generaciones, tanto que siglos después los incluyeron en el escudo de armas. Aunque no hay evidencias de que la mastina que salvó la vida a Sir Piers fuera suya, en aquella época era habitual que los caballeros llevaran su perro a la guerra. Hay quien afirma que «los mastines de Lyme Hall vienen de perros nacidos generaciones antes de que se ganara la batalla de Agincourt», como recoge Rawdon B. Lee a finales del siglo XIX en 'Historia y descripción de los perros modernos de Gran Bretaña e Irlanda'.
En los siglos XVI y XVII ya eran conocidos en Inglaterra y con este regalo real, su fama pudo haber llegado al continente. «Destacaban por tener una talla inmensa», tanto es así que Lady Evelyn Newton, esposa de Thomas Legh, II Barón Newton, de Lyme, en su libro 'La casa de Lyme. Desde su fundación hasta el final del siglo XVIII', publicado en 1917, los describe: «Casi tan grandes como burros, de color limón pálido con cabezas gigantes algo parecidos a los sabuesos, orejas y hocicos negros, pechos inmensamente anchos y ojos marrón claro». Una descripción que también se ajusta a la morfología del más ilustre de todos los mastines de Lyme, el de Las Meninas. En ese libro sobre la historia de su familia, escrito cuando los mastines de la casa aún no se habían extinguido, Lady Newton aseguraba que «el perro (de Las Meninas) es precisamente igual que los mastines de Lyme de la época actual, teniendo todas sus características y era sin duda un descendiente del par regalado por Jaime I a Felipe III de España en 1604».
El obsequio de los mastines de Lyme tuvo que ser un éxito. Ambos monarcas eran grandes aficionados a los perros, tanto de caza como de cámara. Jacobo I estaba tan orgulloso de sus canes que incluso llegó a proponer un debate teológico en la Universidad de Cambridge sobre el razonamiento de sus sabuesos, según recoge Erica Fudge en 'Razonamiento brutal, animales, racionalidad y humanidad a principios de la Inglaterra moderna' (2018). Quería tanto a estos animales que al Duque de Buckingham, uno de sus favoritos, lo solía llamar «Perro Steenie» y a Sir Robert Cecil, el ministro encargado de la transición de la dinastía Tudor a la Estuardo, «pequeño Beagle», como afirma Iris Rodríguez Alcaide en 'Los perros de Gondomar' (2015). De hecho, Lady Newton se refiere a la mala reputación de la corte de Jacobo, «notoria por su despilfarro e inmoralidad, (…) se había hundido hasta tal punto de depravación que la mayoría de las familias dirigentes se habían retirado en la medida de lo posible de la capital».
Aficionados a la caza
En aquella época Lyme era un paraíso para la caza donde se criaban ciervos y muchos otros animales, además de los mastines. Al igual que la caza era la principal dedicación de Felipe III y una de las grandes aficiones de Jacobo I, «la caza de ciervos era la afición favorita de la familia Legh, junto con las peleas de gallos», según Lady Newton. Desde la Edad Media los Legh de Lyme eran los guardianes del bosque real de Macclesfield, por nombramiento real, con las prerrogativas que conllevaba, entre ellas recaudar multas e impuestos. En medio de ese mundo los mastines cumplían un papel esencial: «era el perro elegido para guardar la granja, patrullar el bosque y detener a los cazadores furtivos» como apunta Amy Fernández en 'El legendario Lyme Hall'. Otro privilegio añadido era que a ellos no se les aplicaban las duras leyes que regían para los perros de gran tamaño que «incluía el corte de las tres garras de las patas delanteras, para evitar que mataran la caza».
Sir Piers IX, el mismo que había puesto a disposición de su rey una pareja de mastines como regalo de paz para España, era un noble culto y refinado, miembro del parlamento británico y «amante de la música». Al igual que los anteriores Sir Piers, mantuvo la tradición de tener «su propio bufón que sin duda hizo que en la vieja casa se oyeran risas con sus bromas ingeniosas», como señala Lady Newton.
Precisamente unos 50 años más tarde, otro sirviente, pero en la corte española, Nicolasito Pertusato, posaba su pie sobre el perro de compañía de la familia real. Un mastín por cuyas venas corría sangre inglesa, al que también estaba inmortalizando Velázquez mientras pintaba «La Familia de Felipe IV». Las Meninas. Y lo situaba en el primer plano del cuadro, por delante de todos los personajes, incluso por delante de la propia infanta Margarita, entonces la heredera al trono y de María Agustina Sarmiento de Sotomayor. Es posible que el rey, que frecuentemente estaría acompañado de su mastín, ya le hubiera contado a su hija y quizás también a Velázquez, aposentador mayor de palacio desde hacía un lustro y pintor de su casa desde hacía más de 30 años, esta historia del origen inglés de su perro y que descendía de una pareja de mastines de Lyme que Jacobo I le había regalado a su padre.
Aunque Jacobo I nunca llegó a visitar Lyme, los vínculos de los Legh con la corona eran estrechos. Años antes habían recibido la visita de la madre de Jacobo, la católica María de Escocia, durante los años de su cautiverio impuesto por su prima la reina Isabel I de Inglaterra, en una dura época de conflictos político-religiosos relacionados con la Reforma. Precisamente la cama donde aseguran que durmió, en una pequeña estancia vigilada por sus carceleros, con pasadizo subterráneo que la comunicaba con el exterior hasta lo alto de una de las colinas, es una de las atracciones del palacio, que fue donado por Richard Legh, III Barón Newton, al National Trust en 1946 y está abierto al público.
Además de este documento que aporta nueva luz sobre las raíces inglesas del mastín de Las Meninas, Lyme atesora otras joyas como el incunable 'Lyme Caxton Missal', tapices de Mortlake y una gran colección de relojes. Mientras paseamos por estos jardines, con el palacio y el lago como telón de fondo, los que aún sueñan con la literatura romántica pueden imaginarse por estos parajes al Mr. Darcy de Jane Austen, porque aquí Collin Firth protagonizó la cándida escena del lago, en la serie 'Orgullo y Prejuicio' de la BBC y Lyme se convirtió en Pemberley. Pero esa es otra historia.
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