Sigrid Kraus: «Nunca me vi en una torre de marfil editando libros que venden 500 ejemplares»
Salamandra, casa de Harry Potter y paradigma del «best seller» literario en España, ha cumplido este año dos décadas de aciertos editoriales
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Iniciar sesiónHace veinte años, Sigrid Kraus tomó la decisión más importante de su vida profesional. En lugar de aceptar la oferta para integrarse, junto con Emecé, en Planeta , decidió seguir su propio camino hacia la independencia. Eran los primeros pasos de Salamandra , ... que nació, como editorial, con un pan bajo el brazo de esos que te solucionan toda una vida: Harry Potter . Claro que cuando Kraus puso sus ojos en la saga de J. K. Rowling algunos la tomaron por loca (¿un niño mago?) y otros por ingenua (¿una escritora desconocida?).
En estas dos décadas, por sus manos de sabia editora han pasado éxitos como «El niño con el pijama de rayas» o «El abuelo que saltó por la ventana y se largó»; clásicos como Irène Némirovsky o Sándor Márai , y autores contemporáneos de los que se siente «muy cercana» («amigos no los llamo nunca, porque siempre quiero tener conciencia de que tenemos una relación de trabajo», puntualiza) como Jonathan Franzen, Zadie Smith o Nicole Krauss . Con la sensación agridulce de celebrar este aniversario en un año tan nefasto como el que está a punto de terminar, Kraus afronta el futuro con la tranquilidad de que su preciada independencia está asegurada en Penguin Random House, grupo que compró Salamandra en mayo de 2019.
—¿Qué valoración hace cuando echa la vista atrás en un año como este?
—La vista atrás es muy positiva. En aquel momento, cuando escogimos el camino de la independencia, hicimos muy bien. En todo este tiempo no hemos tenido ni un año malo, incluso en la crisis del 2008 nos fue bien, tuvimos suerte porque tuvimos un libro que funcionó, eso siempre pasa en el mundo editorial, ¿no?
—Bueno, no siempre…
—Yo no me arrepiento nada de la decisión de aquel septiembre. Y este año para cumplir es muy malo, evidentemente. No quise hacer nada, porque me pareció que no es momento de celebrar, ya lo haremos para las bodas de plata.
—¿Qué hizo que prefirieran ser independientes a entrar en Planeta?
—Teníamos la idea muy clara de cómo debíamos hacer, cómo debíamos funcionar, y todo eso no se hubiese podido concretar en un gran grupo. Yo no me veía, la verdad, y en aquel momento los grupos eran peores que ahora, también.
—¿Por qué?
—Porque eran todavía más a la antigua, había mucha menos independencia, no se entendía mucho la independencia del editor… Yo veía a colegas, gente muy válida, que tenían muchos más problemas para realizar sus ideas que yo. Tenía tantas cosas a favor… En ese momento, Harry Potter todavía no era tanto como lo fue después, que fue una suerte increíble, fue la lotería esta venta.
—También influye el olfato de editor. No es sólo suerte, es oficio.
—Sí, pero también fue mucha suerte, porque en aquel momento todavía no había despegado y, entonces, nos dejaron independizarnos. Si Harry Potter ya hubiese sido un gran éxito, Planeta no nos hubiera dejado ir.
—Imagino que luego alguno se llevaría las manos a la cabeza en Planeta…
—Sí, yo creo que les debe haber dolido.
—¿Cómo definiría su olfato de editora?
—Lo más importante para poder desarrollarlo es la libertad. Y eso yo lo tenía con el apoyo de Pedro [Del carril, su pareja y socio, con el que fundó Salamandra], que era incondicional. Los números no son lo mío, y él siempre me respaldaba, cuando veía que yo estaba enamorada de un libro sabía que había que apostar. Y muy poca gente tiene como editor este respaldo detrás. Luego, tienes que haber leído muchísimo y tener mucha curiosidad. Pero también hay muchas maneras de ser editor. Hay editores que son mucho más intelectuales, que quieren mostrar al mundo lo que es bueno y no tratar de adivinar lo que puede ser bueno para más gente... Son distintas personalidades.
—¿Cuáles serían los mayores flechazos de su carrera como editora?
—Harry Potter fue maravilloso. Todavía me acuerdo de la primera vez que lo leí, me volví a sentir una niña pequeña. Me acuerdo de Sándor Márai, de «Suite Francesa»... Cuando le conté a Pedro sobre «El niño con el pijama de rayas» empecé a llorar... Muchas, muchas... Cada libro tiene una historia. Son libros que te hacen entender mejor el mundo, entenderte a ti misma…
—¿Cómo se consigue el equilibrio entre lo literario y lo comercial?
—Yo creo que lo vas afinando. Yo nunca me vi como una editora en su torre de marfil, editando libros que venden 500 ejemplares. Siempre quise ganarme la vida con esto. Al final, es la sintonía que tienes con tu público sin saber muy bien de dónde viene.
—¿Por qué existen tantas reticencias hacia el término «best seller»?
—Es una cosa heredada del pasado, esa idea de que para ser de calidad tiene que ser minoritario. Eso es muy arrogante, es una postura de arrogancia que yo no comparto para nada. El autor me da una obra para la publique y tengo que tratar de que sea un éxito, hay algo como de compromiso ético. Mi trabajo es que eso se venda. Vender poco es hacerle un mal servicio al autor.
—Y también al lector, ¿no?
—Sí, y a veces consideramos que es menos inteligente de lo que es, que eso es muy grave, le tomamos el pelo o le engañamos. La gente demuestra siempre que tiene mucho criterio.
—¿Por qué ese recelo a hablar del mundo literario como una industria?
—Sí, nos cuesta mucho, suena como sucio, como producto, es una palabra mucho más técnica, fría para la pasión que le ponemos todo. Pero más vale reconocer que estamos en una industria, porque esto es lo que nos va a salvar.
—En los últimos años, Salamandra también se ha diversificado: de la colección de libros gastronómicos a la de novela negra o gráfica.
—Lo bueno es que han estado primero las personas y luego la realidad. Siempre he sido muy abierta a todo tipo de géneros, porque al lector que soy yo le gusta leer de todo.
—Habla de personas, y eso es casi una excepción en un sector en el que priman las cifras.
—Mi generación es la posterior a Herralde y a Beatriz de Moura, que fueron editores maravillosos, pero la diferencia es que nosotros somos más de equipo.
—¿Menos personalistas?
—Sí. Lo que a nosotros, en Salamandra, nos distinguía es que nos podíamos dar el lujo de trabajar muy intuitivamente, y la intuición también vale para las personas. Cuando me preguntan por dónde te vas a expandir en los próximos dos años, qué planes tienes, yo respondo: no tengo ni idea, lo siento, pero no lo sé.
—¿Vamos a la edición sin editores?
—El editor tiene que estar en tantas cosas ahora en un gran grupo, con el marketing, con la venta, que dificulta mucho ser el editor que se preocupa de sus autores. Por otro lado, están los pequeños editores, pero que ya son muy pequeños. La generación de editores que viene después de la mía es ese editor que empieza en la cocina de su casa y crea una pequeña editorial. Son editores que todo lo dan fuera, tienen un mínimo de personal y externalizan lo demás, lo cual es muy respetable y está muy bien, pero es otro tipo de trabajo. La figura de editor está cambiando.
—¿Cómo ha cambiado el mundo editorial en estas dos últimas décadas?
—Muchísimo, empezando por la crisis de la prensa, que ha sido un cambio muy grande. En librerías también ha habido muchos cambios, los libreros han sufrido mucho, han empezado con ese frenesí de que la librería tiene que ser como un centro cultural... Las grandes superficies ahora pesan menos, hace veinte años El Corte Inglés era la librería de España. En el mundo de las agentes hay más, lo cual es bueno porque en aquella época dependíamos mucho de a quién se dignaban a dar un libro… Ahora se ha democratizado, la información fluye con más rapidez, en aquella época dependías de que alguien tuviera ganas de fotocopiar un manuscrito para ti.
—Y luego está Amazon…
—Amazon es bueno en unos aspectos y muy malo en otros. Todos esos conglomerados que no dejan nada en el propio país... A mí me parece que hay una injusticia fundamental, es indignante para el librero y para todos nosotros. Y como Amazon es un algoritmo y premia lo que se mueve, para el autor desconocido es mucho más difícil. El mundo regido por Amazon sería tremendo.
—¿Y cómo ha cambiado el autor?
—Ha cambiado mucho. Ahora, prácticamente no hay autor que se niegue a la promoción.
—Salvo J. K. Rowling…
—No necesita promoción, es tremenda. Pero hace veinte años había bastantes autores que consideraban que ellos no estaban en el mundo para eso.
—¿Qué le parece la autoedición?
—Está muy bien, es una posibilidad más para poder llegar cuando no hay otras.
—¿Por qué aceptó la oferta de Penguin, metiéndose en un gran grupo?
—Por un lado, fue una cuestión de la edad de Pedro, que va a cumplir 70. Anik [Lapointe, su mano derecha en Salamandra] y yo somos editoras, no somos personas de números, de producción, de distribución… todo eso que hacía Pedro, que eran muchas cosas. Entonces, tenía mucho más sentido vender. Fue muy divertido, porque en ese momento le dije a Pedro si no podíamos esperar unos años más y él dijo: «El mundo está muy raro, no sé sabe lo que puede venir. Yo prefiero coger esta oferta».
—¿Qué le diría a quienes vieron en la venta la desaparición de la última gran editorial independiente en España?
—Que siempre habrá otros que crecerán. El concepto que tiene Bertelsmann de mantener la independencia del editor al máximo nos ayudará mucho para poder establecernos en ese conglomerado. Ahora tenemos un apoyo bestial. No hay leyes muy fijas para la integración, hay mucha flexibilidad.
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