Monstruos en extinción
Los monstruos están en peligro de extinción. Es la tesis defendida por Ana Cristina Herreros en su «Libro de monstruos españoles», que acaba de publicar Siruela. El hombre del saco, el tragaldabas, el cuélebres o los cíclopes entre otros muchos personajes, desempolvan sus históricos esqueletos ... y toman forma gráfica y literaria a través de 42 cuentos extraídos de la tradición oral española.
Pero este «Libro de Monstruos Españoles» no es un relato de cuentos al uso, sino un intento de «recuperar nuestros monstruos ahora que corren el peligro de desaparecer porque nadie habla de ellos», afirma la autora. Y sabe de lo que habla. Especialista en literatura tradicional y editora pero, sobre todo, cuentacuentos. Ése es el oficio de Ana Cristina (Ana Griott para los que la escuchan), aquello que más le apasiona y a lo que dedica su vida, ya sea en bibliotecas, teatros, cárceles o escuelas desde hace más de 15 años.
Obligado destierro
Fue en una de esas veladas literarias cuando la autora se percató del peligro que acecha a los monstruos españoles. «Todo comenzó con un espectáculo que se llamaba «Monstruos en peligro de extinción». Me di cuenta de que los niños españoles conocían a monstruos extranjeros como a Mike y Sulley,protagonistas de «Monstruos S.A», pero no tenían ni idea de quiénes eran nuberus o lamias y ahí fue cuando se me encendió la alarma». Herreros, presa de un sentimiento de tristeza propio de alguien que adora la literatura, se propuso desde entonces hacer un recorrido historiográfico por la tradición oral española y, por el camino, recuperar de su obligado destierro a los personajes más adorablemente monstruosos de nuestra cultura.
Pero, ¿de dónde procede esta amenaza y quién es el responsable? La autora del libro lo tiene claro. El culebroncico y compañía están amenazados desde una doble vertiente: comercial y sociológica. La comercial parte de las grandes multinacionales que asedian a los más pequeños con personajes prefabricados, cuya legión de merchandising es tan potente que no les queda más remedio que sucumbir ante su asedio. «Si las abuelas continuaran ejerciendo de cuentacuentos las empresas no podrían hacer caja, y eso no le interesa a la industria», explica Herreros.
Miedo a tener miedo
La vertiente social, sin embargo, tiene una carga psicológica más complicada. «Nos quitan los monstruos de los cuentos y nos dejan solos ante nuestros miedos -explica Cristina-. Unos miedos que ni siquiera podemos reconocer porque estamos obligados a ser felices. Estamos obligados a callar nuestros miedos, a no hablar de nuestros monstruos, porque parece que si los silenciamos dejarán de existir y nos libraremos de ellos». Pero los miedos, al igual que los monstruos, no desaparecen «porque forman parte de la realidad y sólo haciendo frente a la misma seremos capaces de superar nuestros temores, de derrotar a nuestros monstruos».
Para la autora de este tratado de monstruos, el miedo más terrorífico es el miedo al miedo. Y es que tenemos derecho a sentir, incluso miedo. «Uno de los monstruos que más les gusta a los niños es el tragaldabas, que se come a los niños sin masticar» ¿Y por qué les gusta un personaje así? Pues porque a través del tragaldabas «ponen nombre al miedo de no poder ser el proyecto que sus padres quieren de ellos». Un argumento tan convincente como paradójica resulta la derrota del comeniños. Una hormiga haciendo de las suyas y el tragaldabas muere de risa. Así de sencillo y de inocente: el miedo se vence con humor.
Con humor y, a veces, con ayuda del propio monstruo. Así lo defiende la autora y para ello nos remite a Vladímir Propp y su figura del donante. « La tradición oral nos enseña que, te suceda lo que te suceda, siempre habrá alguien que te ayude, el donante. Muchas veces ese donante es el propio monstruo, como la anjana, un personaje de la tradición cántabra que se venga de las mujeres abandonadas».
Monstruos de bosques y cuevas, de fuentes, ríos y mares, de los cielos, de casas y pueblos...son los protagonistas del «Libro de los Monstruos Españoles». Un libro que Ana Cristina Herreros siempre pensó como algo para compartir un padre con un hijo, como vehículo del vínculo paterno filial. A estas alturas de la historia parece claro que poco tiene de cuento y mucho menos de cuentista.
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