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Javier Gomá: «La filosofía no garantiza la felicidad, pero da profundidad a la vida»

El autor reúne todos sus microensayos, incluidos seis nuevos, en el libro «Filosofía mundana»

Javier Gomá, en su despacho de la Fundación Juan March IGNACIO GIL

JESÚS GARCÍA CALERO

El filósofo Javier Gomá (Bilbao, 1965) vuelve a las andadas. Acaba de publicar «Filosofía mundana» (Galaxia Gutenberg) en el que reúne lo que llama microensayos completos, una colección o un mundo de textos en los que arroja su mirada reflexiva sobre la realidad. Verdadero filósofo de guardia , ha encontrado en estos breves ensayos una unidad argumental que le permite analizar las más variopintas manifestaciones de la vida moderna -y de la otra- en una verdadera reivindicación de la utilidad y la grandeza de la filosofía. Esa cortesía de la claridad y de la concisión, es, en parte, la que le aporta pruebas de una mundanidad que el autor reivindica como precio para que el lector de hoy le preste -porque nunca la regala- su atención

Lo breve si bueno…

…se gana el derecho de no ser tan breve, el derecho de extenderse un poco más, porque ha pasado la gran prueba: no hacer perder el tiempo a los demás, no malgastar su atención. La atención se presta y ese préstamo, como todo préstamo, hay que devolverlo con intereses, los intereses de la amenidad y del conocimiento. Aunque, para escribir bien y con brevedad sobre una idea, lo normal es haber escrito antes un libro entero.

El libro es de filosofía mundana. A la filosofía (lo que clásicamente se entiende por filosofía) ¿le faltaba mundo, le sobraban mundos o estaba en otro mundo?

Acusa últimamente una triple falta de mundo: filosofía que no habla del mundo, sino de libros (los grandes de la filosofía); no trata de comprender la totalidad del mundo, el cuadro entero, sino solamente una parte de él cayendo en una especialización que es más propia de otras disciplinas; y filosofía tosca, torpe, que carece de mundanidad, de urbanidad, de buen gusto, de estilo literario y tacto social.

¿Para qué sirve en realidad una filosofía mundana hoy? ¿Se ve como un Montaigne, por su mirada sobre las cosas más dispares?

Montaigne es un escritor asombroso: como Cervantes, su voz suena moderna y además atractiva. Emana autenticidad, opiniones basadas en una experiencia consciente. Pero al mismo tiempo hay aspectos que, a diferencia de lo que me ocurre con Cervantes, me separan de él. Abusa de la cita de autoridad. Y el aroma de invencible escepticismo. Yo busco más bien razones para el entusiasmo en este mundo desencantado. Un escepticismo que repercute en su falta de ontología y de visión sistemática: también esto me enfría.

¿El filósofo debe vivir definitivamente en el mundo como Sócrates y escribir periódicos como Ortega, o puede estar ausente, siempre que tenga la delicadeza de bajar de sus cimas como un Zaratustra para explicarse o explicarnos?

Debe vivir en el mundo y escribir sobre el mundo, para todo el mundo y con un poco de mundo. Nietzsche escribió muchas barbaridades porque nunca hubo de decirlas ante personas de buen gusto en un salón, donde hubieran causado sonrojo. El Zaratustra de Nietzsche es una figura muy pretenciosa, energuménica y bárbara, casi ridícula. Ahora bien, «mundo» no se identifica necesariamente con los medios de comunicación, sino con la experiencia común y compartida de los hombres. Un filósofo puede, si quiere, recurrir a los medios pero mejor no mediatizarse.

Pensando en las cosas, ¿somos más felices? Hay mucho inconsciente… Alguien le diría que, si vivimos más intensa, conscientemente, también sentiremos más cerca los abismos y los problemas…

La filosofía no garantiza la felicidad, pero sí ayuda a dar significatividad, intensidad y profundidad a la vida. Hacerla, en fin, más digna de ser vivida. Pero también te lleva a sufrir más sus atropellos, a compadecerte más por las injusticias que padece, la muerte la primera de ellas.

Al volver la vista al mundo («el tema es el mundo», dice), ¿se asimila usted en una rama del árbol genealógico del conocimiento? Pienso en una mirada empírica desde Aristóteles, hasta el grito de Husserl: «a las cosas mismas» propio de la fenomenología; incluso en los afanes nominalistas del Medievo (dicho sea también como homenaje a Eco).

Primero, durante siglos, fuimos realistas. Luego, a partir de Descartes, idealistas y subjetivos. Ahora se trata de recuperar una cierta objetividad, pero no una objetividad de las cosas mismas, sino una creada por las personas. Una realidad interpersonal, construida más que dada y, pese a ello, vinculante, normativa.

¿Detrás del reduccionismo de lo políticamente correcto, reside el «finis africae» de hoy?

Dedico a este tema un microensayo, «Poéticamente correcto». Hay un uso de estereotipos biempensantes que resulta muy cansino, porque te relevan de pensar. Pero hoy lo políticamente incorrecto disfruta de un prestigio excesivo: véase Trump. Todo el mundo dice serlo, hasta los ministros, llenos de picardía. Si quieres ser extravagante hoy, diferente, singularizarte, declárate abiertamente políticamente correcto. Sonará provocador. Y digo yo que pensar, actuar con corrección y conforme a lo que conviene a la polis, no necesariamente es tan malo.

A los ensayos cortos los define como música de cámara, en contraposición con su tetralogía (término wagneriano) de la Ejemplaridad. ¿Le divierte más escribir corto? ¿Es bueno que así sea?

Si tienes una buena idea, prueba a contarla con claridad, brevedad y buen estilo. Y veamos qué pasa. Escribir corto es el test de la buena filosofía. Se necesita mucho tiempo y mucho trabajo para escribir con brevedad

«Escurrir el bulto» es uno de los ensayos que podría parecer equívoco, puesto que si uno acude al filósofo de guardia y le recomienda eso, puede quedarse con un palmo de narices. ¿En el fondo es una apelación a la prudencia?

Es una apelación a ser siempre fiel a la visión filosófica. Un filósofo es un especialista en ideas generales y debe permanecer leal a esa visión unitaria sobre el cuadro entero. Escribe sobre el Todo, pero no sabe sobre todo, sobre cualquier cosa. Cuando se me pregunta sobre asuntos que no son de mi competencia, la mayoría de los temas de actualidad, prefiero por honestidad escurrir el bulto para evitar pontificar sobre mil asuntos amparado en la condición de filósofo. A mí me produce placer decir: «Sobre esto no tengo opinión formada». A veces sí la tengo, pero carece absolutamente de interés. Distinto es el caso de aquellos filósofos que, además de serlo, también son competentes en otras materias específicas por diferentes causas. En España, los hay mucho: temas políticos, sociales, educativos. En mi caso, he reunido una cierta experiencia en el terreno de las fundaciones.

En nuestro ambiente político da la impresión de que el ciudadano es la presa de filósofos de pacotilla que le venden la verdad a cambio del voto. Además de la ejemplaridad, ¿qué virtud echa de menos en el debate partidista actual?

La paciencia, la mirada a largo y larguísimo plazo. Las empresas rinden cuentas cada año, los parlamentos se renuevan cada cuatro. ¿Quién vela por lo que ocurrirá dentro de cincuenta o cien años? La ONU y la filosofía.

¿Una gran filosofía es…?

La que no nos dice cómo somos (sociedad líquida, una sociedad riesgo, una sociedad postmoderna, una sociedad narcisista, etc), sino aquella que nos dice cómo debemos ser, conforme a un ideal. Proponer un ideal y esbozar una ontología son las marcas de la gran filosofía.

¿Cuál es su microensayo favorito?

«Lo quiero todo». Quien lo lea sabrá por qué (disponible en Internet). Una apasionada y casi delirante declaración de amor a la vida.

¿Cuál es el que le apetece escribir hoy, el que aún no ha escrito?

Uno dedicado al «Dios escondido». Dios es invisible, ¿porque no existe o porque existe pero se esconde? Y si se esconde, ¿por qué lo hace? Voy a escribir un libro entero sobre la cuestión y luego estaré preparado para contar las ideas con brevedad.

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