Jaime Siles

El espíritu de Velintonia

Jaime Siles

Los historiadores del arte han acuñado el término espíritu de 1925 para referirse a la pintura de aquel periodo que se identifica con la llamada 'Escuela española de París'. Del mismo modo, pero con una extensión cronológica muchísimo más amplia, podría denominarse espíritu de Velintonia ... al que, desde finales de los años veinte del pasado siglo hasta la muerte de Vicente Aleixandre , impuso su singular sello propio a la historia de la poesía española del Siglo XX.

Por Velintonia 3 - utilizo la grafía con que el poeta hizo suya el nombre de su calle: Wellingtonia, según el callejero- pasaron infinidad de poetas y de generaciones. Aquel chaletito -hoy tan maltratado por la desidia de las instituciones que lo debían y lo debieron conservar- fue testigo de poemas y palabras de Lorca y de Cernuda, de Altolaguirre y Prados, de Miguel Hernández y Rafael Morales… Y, ya en la posguerra, de las visitas de Carlos Bousoño, Vicente Gaos, José Hierro, Julio Maruri, José Luis Hidalgo, Leopoldo de Luis, Ricardo Molina, así como de la mayoría de los poetas del 50 (Claudio Rodríguez, José Ángel Valente, Alfonso Costafreda, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Francisco Brines, José Corredor-Matheos, Manuel Álvarez Ortega, etcétera) y del 70 (Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Félix de Azúa, Vicente Molina-Foix, Antonio Carvajal, Antonio Colinas, Luis Alberto de Cuenca, Javier Lostalé, Luis Antonio de Villena, Jenaro Talens y yo mismo).

Velintonia 3 fue -durante mucho tiempo y para muchos- un lugar de culto y peregrinación , una isla que servía de eslabón con la cultura anterior a la guerra civil, un conector con los poetas del exilio posterior a ella, y un punto de encuentro entre muy distintos poetas, que encontraban en la persona de Aleixandre no solo un testigo de excepción de nuestra intrahistoria literaria posterior a Galdós -del que trazó un dibujo preciso-, sino una memoria viva, que sabía escuchar, alentar, aconsejar y comprender a cuantos -jóvenes o no- practicaban el enriquecedor rito de visitarle.

Una carta de Vicente, una cita en su casa, una dedicatoria y, sobre todo, el placer de escucharle eran un verdadero don que para muchos de nosotros todavía figura entre lo mejor que nos ha sucedido. Oír a Aleixandre hablar de los poetas de su generación o corregir alguno de los poemas que tímidamente le entregábamos era una lección a la que asistíamos con una actitud casi religiosa.

En aquel espacio mágico en que nos recibía vibraban resonancias de un tiempo anterior, en el que distintas promociones se cruzaban. Lo que hacía que nos sintiéramos contemporáneos de nosotros mismos. La elegante sencillez con que nos escuchaba y acogía, el clima de confianza que de inmediato se creaba , la variedad de temas abordados en la conversación, los consejos que nos daba, todo eso, forma parte de la mejor educación poética y humana que muchos de nosotros recibimos.

Aleixandre era -tanto por su abierta personalidad como por la absoluta solidez de su obra- un faro, más que un referente, capaz de iluminar con su luz cualquier punto que con su acertada opinión y equilibrio tratara. Tenerle como maestro y amigo fue -tanto para los poetas de mi generación como para las de todas las promociones anteriores- un enorme privilegio. De ahí que todavía conservemos el recuerdo del tono y timbre de su voz, del fulgor de su mirada y, sobre todo, de la afabilidad de su atento y distinguido trato.

Entrar en Velintonia era acceder al espacio interior de un tiempo en el que distintos tiempos, poetas y poéticas se cruzaban, y del que partía un invisible hilo que nos hacía partícipes de un sentido de la historia, la tradición y su continuidad. Lo que generaba una sensación de seguridad, eternidad y pertenencia, que impedía cualquier asomo de orfandad. Max Aub lo definió muy bien: «Nunca perdimos ni perderemos a España del todo mientras viva Vicente Aleixandre en Velintonia». Y eso- vivencia de la historia poética de España- era lo que muchos de nosotros fuimos a buscar y encontramos allí.

Fui a Velintonia por vez primera en compañía de Marcos Ricardo Barnatán en el otoño de 1969; lo visité por vez última. en compañía de Antonio Colinas , a inicios del verano de 1983. Entre una visita y otra pasó mi juventud.

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Anual
Un año por 15€
110€ 15€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
5 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 5 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios