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Ian Rankin: «Todos tenemos el potencial de convertirnos en monstruos»

El autor escocés de novela negra recupera al inspector John Rebus, su personaje más carismático, en «Sobre su tumba»

Ian Rankin: «Todos tenemos el potencial de convertirnos en monstruos» colin hattersley

inés martín rodrigo

Ian Rankin (Cardenden, 1960) se convirtió en escritor de novela negra por accidente. Estudió Literatura en la Universidad de Edimburgo y, mientras estaba escribiendo la tesis doctoral sobre Muriel Spark , se cruzó en su camino el género negro, al que se entregó con devoción casi sin pretenderlo. Treinta años después, Rankin es un auténtico fenómeno editorial. Sus libros se han traducido a 36 idiomas y ha vendido más de 25 millones de ejemplares en todo el mundo.

Pese a todo, vive «como cualquier persona normal» en Edimburgo (es vecino de J. K. Rowling ), donde frecuenta casi semanalmente el Oxford Bar. Se trata de un diminuto pub, donde tuvo lugar esta intensa charla y que es, además, el cuartel general del inspector John Rebus, su personaje más carismático, a quien ha recuperado tras una jubilación temporal en su última novela, «Sobre su tumba» (RBA).

-Tras «jubilarlo» en 2009, ¿por qué ha recuperado a John Rebus?

-Después de que escribir el libro en el que Rebus se jubila («La música del adiós»), sabía que no se había retirado realmente. En la Policía de Edimburgo hay un departamento que se dedica a investigar casos no resueltos y se me ocurrió escribir una historia sobre un caso antiguo. Así que pensé: «O me invento un nuevo personaje o traigo a Rebus de vuelta».

- Y decidió traerlo de vuelta. Pero, ¿sería capaz de matarlo?

-No, nunca. Lo único que se me ocurre es que podría escribir un libro en el que Rebus se muere, pero lo escondería hasta que yo falleciera para que nadie pudiera escribir sobre él.

-J. K. Rowling dijo que cuando terminó Harry Potter se pasó dos días llorando. ¿Le pasó a usted lo mismo cuando John Rebus se retiró?

-No, vine aquí y me tomé una cerveza. Lo divertido es que yo ya sabía que J. K. Rowling iba a escribir una novela negra porque es una gran fan del género. Las novelas de Harry Potter están estructuradas como libros de misterio.

-¿Era su intención crear una serie de John Rebus como Rowling hizo con Harry Potter?

-No. En el primer borrador de la primera novela, Rebus moría. Pero, no sé por qué, en el segundo borrador lo cambié para que no muriese. Nunca he tenido la intención de hacer una serie y cuando se retiró no tenía intención de que volviera, pero tiene una personalidad muy fuerte y nunca se fue de mi cabeza. Así que, cuando encontré el modo de traerlo de vuelta, a John Rebus le encantó.

-Ha vuelto algo cambiado, diferente.

-No es tan distinto, salvo por el hecho de que el tiempo ha pasado. Es un Rebus más mayor, el último de su especie, como un dinosaurio que ahora trabaja con policías más jóvenes, todos con una educación universitaria y expertos en nuevas tecnologías. Es el último de su generación. Fue muy divertido comparar los métodos a la vieja usanza de Rebus y los que ahora usa la Policía. No pude evitar sonreír mientras escribía la escena en la que una joven detective intenta explicarle cómo funciona Twitter. Él investiga yendo a lugares como el Oxford Bar y hablando con la gente cara a cara.

-Es algo parecido a lo que ahora sucede con el periodismo. No pude evitar pensar que en el libro había una especie de crítica velada hacia los nuevos medios.

-Es problemático. Los escritores se convierten en escritores porque les gusta estar aislados, y ahora es muy difícil aislarse. Incluso si estás sentado en tu casa escribiendo, tu editor te pide que estés en Facebook, en Twitter, en todas las redes sociales. Cada vez es más difícil tener una vida privada normal. Es una presión añadida para los jóvenes. Es como si ya no pudieses tener un pensamiento privado, siempre tienes que compartirlo. Vivimos en la era de la información masiva, pero eso no equivale a conocimiento, es algo superficial. Se nota sobre todo en Reino Unido: en Londres hay más cámaras de seguridad que en todo Estados Unidos.

-¿Se siente cómodo con la situación que me está describiendo?

-No. Me convertí en escritor porque quería comunicarme con el mundo a través de mis novelas, pero eso ya no es posible. La gente quiere saber cada vez más de mí, pero la verdad es que a mí nunca me pasa nada. Me siento en una habitación donde escribo libros, y después voy de gira a hablar a la gente sobre esos libros. Pero eso no es muy interesante.

-Así que no es el alter ego de John Rebus.

-No. Cuando los fans vienen aquí, al Oxford Bar, siempre se decepcionan porque yo no soy Rebus. No soy tan complejo, ni peligroso, ni tan interesante.

-En esta última novela también aparece Edimburgo, aunque de un modo más secundario. Pero en toda su obra Edimburgo es un personaje más.

-Edimburgo es el personaje más importante de mis novelas.

-¿Más importante que John Rebus?

-Sí.

-La ciudad tiene esa dicotomía entre el bien y el mal.

-Jekyll y Hyde, lo racional y lo irracional. Intentaba encontrarle sentido a Edimburgo y para ello necesitaba a un personaje como Rebus. Solo existe porque necesitaba que explorara Edimburgo por mí. Un inspector de policía era el mejor personaje, porque tiene acceso a la gente que está en lo más alto y en lo más bajo, a los problemas de las capas más altas de la sociedad y de las más bajas.

-¿Es cierto que se convirtió en escritor de novela negra por accidente?

-Sí, así es. No leía novela negra. De hecho, soy el único escritor de novela negra que no leía novela negra cuando empezó a escribir (ahora sí lo hago). Quería escribir sobre Escocia, sobre temas sociales, sobre Edimburgo... Cuando el primer libro fue publicado pensé que había escrito una novela literaria, no de género negro. Pero fui a una librería y vi el libro colocado en la sección de novela negra.

-¿Eso le gustó?

-No. De hecho, cogí el ejemplar y lo coloqué en la sección literaria. ¡Pero si estaba haciendo un doctorado en Literatura escocesa!

-Y escribía una tesis sobre Muriel Spark. Venía de un mundo completamente distinto.

-Sí, salvo que Muriel Spark usaba mucho el crimen en sus libros y estaba interesada en la dicotomía de Edimburgo, el bien y el mal. «Mrs Jim Brody» es un ejemplo de Jekyll y Hyde.

-He leído que la enfermedad de su hija le hizo ser mejor escritor.

-Sí. Tengo dos hijos y mi hija pequeña, que ahora tiene 19 años, tiene una enfermedad muy grave (síndrome de Angeliman). Cuando se la diagnosticaron, volqué toda mi ira en la literatura. Estaba escribiendo «Black & Blue» y fue mi primer best-seller. En él había ira, enfado, pasión... En la novela podía ser Dios, pero en la vida real no. No podía hacer que mi hija mejorara, no podía curarla. Fui un poco quisquilloso y en el siguiente libro hice que la hija de Rebus tuviera un accidente, porque me dijeron que mi hija no volvería a caminar. Fue terrible hacerle eso, vengarme así... Pero la hija de Rebus se recupera.

-Con una carrera tan larga en el género negro, ¿ha llegado a descubrir las razones por las que el crimen sigue existiendo?

-No. Toda la novela negra gira alrededor de esa pregunta: ¿por qué nos hacemos cosas malas los unos a los otros? Es una pregunta fácil de hacer, pero muy difícil de responder. Hace unos años participé en un documental para televisión que indagaba en el origen del mal, en su naturaleza. Al final, encontré acciones puntuales que encarnaban el mal, pero no a una única persona que fuera mala en sí misma. Creo que eso es porque todos tenemos la capacidad del bien y la del mal en nosotros mismos.

-El monstruo también reside en nuestro interior. Como Jekyll y Hyde.

-Sí, tenemos el potencial de ser monstruos. Puede ser circunstancial, deberse a un desequilibrio químico... A mi padre le dieron un arma cuando tenía 16 o 17 años y le mandaron a matar gente. Pero era la Segunda Guerra Mundial y, por tanto, se aceptaba. Después, volvió a casa y se supone que tenía que volver a ser él mismo de nuevo.

-¿Es eso posible, volver a ser uno mismo después de ese infierno?

-No, no creo que sea posible. Me hubiera encantado preguntarle al respecto, pero nunca hablamos de eso.

-¿Cómo sabe un autor que ha llegado a una línea que no debe cruzar?

-No debería haberla, pero creo que la hay. Cada escritor tiene una línea que nunca cruzaría. Le doy un ejemplo: iba a escribir una de las novelas de Rebus en primera persona, pero, como padre de dos niños, no quería meterme en la cabeza de un pederasta y decidí hacerlo en tercera persona, para establecer una distancia con el personaje.

-¿Por eso en sus libros hay menos sexo y violencia de lo que suele ser habitual en el género negro.

-Hay sexo y violencia, pero fuera del escenario principal. Intento dejar cosas a la imaginación del lector.

-De ahí sus finales abiertos.

-Una de las razones por las que la novela negra es tomada menos en serio es porque todos los libros tienen finales cerrados, todas las preguntas son respondidas, todo encaja de una forma un poco artificial. Por eso, al final de mis novelas intento dejar algo sin explicar, lo no obvio. Porque en la vida nunca es así, nunca se atan todos los cabos ni se responden todas las preguntas. La novela negra tradicional inglesa, del tipo Agatha Christie, es casi como una comedia de Shakespeare, hay caos pero al final el orden se restablece. Pero en la realidad, cuando sucede un crimen, nunca se restablece el orden.

-Quizá por eso los escritores de novela negra nunca aparecen en las listas de grandes premios como el Booker o el National Book Award.

-Sí, algo así. Creo que cuando un autor escribe una novela negra lo que ve es un puzzle geométrico. Ve un universo que es ficticio a propósito, de forma consciente. Pero creo que es una perspectiva que está cambiando. La nueva generación de escritores de novela negra tiene un sentido mucho más literario del género, es un universo mucho más abierto.

-¿Tiene el escritor, especialmente en este género, algún deber moral hacia sus lectores?

-No. Tu único deber es contar la historia que quieres contar. Cuando empiezo a escribir un libro no tengo la menor idea de hacia dónde irá y la historia me dice a dónde quiere ir.

-Como P. D. James, que decía que nunca sabía hacia dónde la llevaría la trama.

-No, pero P. D. James es diferente. Ella escribe sus libros como secuencias; puede escribir el capítulo 10, luego el 20, después el 15... Pero yo escribo de un modo muy lineal. Yo sería incapaz de escribir libros como ella.

-Una vez dijo que los escritores son niños que se niegan a crecer. ¿Es usted así?

-Sí, así lo creo. Cuando me reúno con otros escritores nos comportamos como niños, jugamos a ser otras personas y, como los niños, nos preguntamos constantemente por qué pasan las cosas, por qué la gente es mala. Es el tipo de pregunta que haría un niño. Pero, además, podemos jugar a ser Dios, que es una cosa muy adulta. Tenemos el poder de la vida y la muerte.

-Puede ser una facultad un poco peligrosa.

-No, realmente no.

-Hablando de facultades, creo que es muy aficionado a la música.

-Como muchos escritores de novela negra, preferiría ser una estrella del rock antes que un escritor, pero no tengo habilidades musicales.

-Pero en su día tuvo un grupo.

-Cuando tenía 19 años fui el cantante de una banda y éramos malísimos. Me encanta la música y a Rebus también. La música en los libros te dice mucho sobre el personaje y eso es muy útil para el nuevo lector. Como en mis novelas aparece mucha música, hay artistas que se han hecho fans de mis libros y eso me ha permitido trabajar con ellos. Cuando conocí a Mick Jagger el año pasado me dijo: «Ah, tú eres el tipo que no roba los títulos».

-Además de escribir best seller, creó un libreto para la Ópera de Escocia y hasta se atrevió con una novela gráfica para DC Comics. ¿Hay vida, por tanto, más allá de la novela?

-Es divertido que a uno le pidan que haga cosas distintas. De algún modo tienes que pensar nuevas maneras de presentar tu narrativa. Este año he escrito mi primera obra de teatro, que se estrenó en Edimburgo en septiembre. Son distracciones muy interesantes, pero solo son distracciones. Sigo pensando que la novela es la mejor forma de explorar las cosas que me interesan. Cuando escribo un libreto o un cómic, es como si fueran mis vacaciones.

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