Francesc Gascó-Lluna: viaje al barro

El lunes 28 dio una de sus charlas en el Caixaforum de Lérida. «Después, vine hacia aquí porque tenía una grabación en unos yacimientos para À punt, la televisión valenciana», recuerda. Como cada vez que graba sus colaboraciones, se quedó a dormir en casa de su padre. «Por eso estaba aquí». El miércoles, «comimos con mi hermana en Sedaví; hacía mal tiempo, pero no había ninguna alerta». A lo largo de la tarde, todo empezó a cambiar: «Llegaban mensajes de conocidos, y la gente por la calle gritaba avisando de que ya venía el agua por Sedaví, Alfafar, Paiporta... Hacia las ocho, cuando llegó la alerta, ya había un centímetro de agua en Llocnou».

Su primera publicación del jueves 31 no puede ser más elocuente. En ella, se ven unos pies enfundados en unos zapatos hundidos en el barro. Una escueta frase lo resume todo: «Nosotros estamos bien. Gracias por los mensajes». Antes de llegar a ese punto, el autor de 'Esto no estaba en mi libro sobre dinosaurios' había vivido junto a su padre las peores horas: «Aquella noche cogimos la cena y nos fuimos a la planta de arriba. Vimos como el agua iba subiendo de nivel en la calle. De repente, escuchamos que la presión reventaba la puerta de entrada, que era de aluminio. El peso del agua hizo que cediera y que el agua entrase con toda la fuerza. Fuimos conscientes de la vivienda de mi padre se había echado a perder, porque él vivía en la planta baja. Ha quedado completamente destrozada».

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A la mañana siguiente empezaron a achicar el agua y él inauguró también un relato que sigue día a día en su cuenta de Instagram. «Al segundo día llegaron los voluntarios, pero el primero fue un caos, de no saber qué hacer. Intentamos sacar el barro y pusimos en su sitio los muebles caídos. Luego ya nos dimos cuenta de que estaban todos inflados por el agua y que había que deshacerse de ellos». Anteayer, el martes, llegaron las excavadoras «y ahora, por fin, ya no tenemos en la calle la acumulación de barro y suciedad, pero hay pueblos que todavía van a tardar en llegar a este punto». En el fondo, se siente afortunado en comparación con otras familias: al fin y al cabo, ellos están todos vivos y tienen comida.

A cada momento se hace eco de iniciativas para ayudar a otros pueblos damnificados, desde recogidas de alimentos hasta colectas de dinero. Entre las últimas peticiones, que alguien les ayude a poner orden en las ayudas públicas que se van convocando: «Estamos todavía quitando barro, no estamos para ponernos a leer el BOE, así que si alguien desde la distancia se puede poner a recopilar toda esta información para que cuando podamos mirarlo tengamos un acceso a esta documentación de forma más amable, sería muy útil».

Estos días, cuando puede pararse a reflexionar un momento como científico, lo asalta un pensamiento recurrente: «No me puedo quitar de la cabeza que hay expertos a los que deberíamos hacer caso, y que han hecho su trabajo». Se tiene que sentir frustrado al pensar que «las desgracias suceden igual, pero quizás se podrían haber salvado algunas vidas si se les hubiese hecho caso».