Perfil
Michael Ignatieff: la prudencia del pensador valiente o cómo mancharse sin perder la elegancia
El premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales reconoce su obra intelectual, pero su esfuerzo ensayístico, histórico y filosófico es indistinguible de su compromiso con las cosas humanas
Michael Ignatieff, insigne intelectual liberal, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales
La última Tercera de Michael Ignatieff para ABC | 'Razones para estar preocupados'
Alexis de Tocqueville nos recordó que, en Inglaterra, los que escribían sobre política se comprometían con ella y la ejercían: los políticos eran filósofos y viceversa. En su Francia natal, por el contrario, pensadores y gobernantes pertenecían a castas distintas, lo que acabó por generar ... excesos indeseables. La mezcla de esas dos naciones es Canadá, y no he podido dejar de pensar en esta cita de 'El Antiguo Régimen y la Revolución' al recibir la noticia de que Michael Ignatieff había ganado el Princesa de Asturias de Ciencias Sociales. El premio reconoce su obra intelectual, pero su esfuerzo ensayístico, histórico y filosófico es indistinguible de su compromiso con lo que los clásicos denominaron los asuntos públicos o, si lo prefieren, las cosas humanas. En línea con la mejor tradición liberal (el propio Tocqueville, Constant…) este profesor canadiense ha sabido compaginar su desempeño intelectual en algunas de las mejores universidades del mundo (Oxford, Harvard, Central European University) con un ejercicio abiertamente político que le llevó a presentarse a las elecciones como candidato del partido liberal de Canadá en el año 2011. Andando el tiempo, lo más memorable de aquel paso por la política profesional fue su sonora derrota de la que, como todos los sabios, Ignatieff supo rescatar un sentido para inspirar uno de sus libros más conocidos: 'Fuego y cenizas'.
En un tiempo en el que la democracia liberal se ve amenazada por el populismo y sus sutiles mutaciones, es una excelente noticia que se premie a un ensayista de firmes convicciones y maneras exquisitas. La elegancia es un atributo estético que también debe predicarse de las ideas. Y el profesor Ignatieff es, de forma inequívoca, un pensador estéticamente imbatible. Gran parte de su aportación al debate público no tiene tanto que ver una ideología concreta, sino con la defensa de unas reglas civilizadas desde las que arbitrar el disenso y su reivindicación de la tolerancia como valor civil, nunca como beatería, le ha servido para conjugar el pragmatismo y el idealismo de una forma equilibrada. Casi todas sus ideas son clásicas, pero gran parte de la pertinencia de su obra ha consistido en acercarlas a una coyuntura tan volátil como la actual.
La libertad que propugna no es una apuesta nihilista sino que, siguiendo la herencia de quien fuera su maestro, Isaiah Berlin, la convicción liberal de la que parte está nutrida por una ambición moral y social. Ignatieff recuerda que cuando su madre le ofrecía una porción liberal de un pastel era, sobre todo, una porción generosa. El nuevo Princesa de Asturias no es un pensador simplista y su adscripción ideológica encuentra valiosos matices que demuestran que los mejores atributos políticos deben seducir a cualquier demócrata. Su defensa formal de la democracia no le ha impedido comprometerse con valores sustantivos y reconocibles que, en ocasiones, le han llevado protagonizar alguna controversia. Esa es la prueba también de quien se atreve a pensar sin andaderas, que diría Arendt, y con franqueza, pues toda tentativa -y la reflexión suele ser siempre un ensayo o un intento- entraña apuestas, aciertos, errores y sobre todo enmiendas.
De Michael Ignatieff se pueden rescatar muchas virtudes, pero tiene dos que son tan seductoras como poco frecuentes. La primera de ellas es su capacidad para reconocer sus errores. Este intelectual canadiense nunca ha rehuido la exposición e incluso antes de tomar partido político demostró una rotunda vocación pública que canalizó a través de medios de comunicación como la BBC y hoy también, por fortuna, en la Tercera de ABC. Quien ha fijado opinión en muchas ocasiones está condenado a haberse equivocado otras tantas. Pero a Ignatieff no le adornan sólo sus aciertos, sino la valentía con la que ha sido capaz de asumir sus errores y la sincera humildad con la que ha intentado explicarlos.
Como buen pensador de matices, Ignatieff también ha exhibido un coraje singular a la hora de decepcionar a los suyos, sean quienes sean. Cuando un intelectual se proyecta en el terreno ideológico es imposible no generar expectativas que atenazan e inmovilizan el pensamiento, y este profesor, político y hasta periodista nunca ha tenido miedo, o si lo ha tenido lo ha vencido cuando ha creído oportuno disentir de lo que muchos esperaban que fuera su posición. Este premio es un justo reconocimiento y, sobre todo, es un gesto que abona la esperanza. El intelectual canadiense es un ejemplo de cómo el cultivo de las ideas puede ser socialmente útil y de cómo la virtud civil puede practicarse en el orden intelectual. A fin de cuentas, lo que nos ha enseñado Ignatieff es que hay una forma muy elegante de mancharse. Y eso es mucho.