LA CRISIS ESPIRITUAL DE LA CULTURA

La ventura incomprendida de José Ángel Valente

Hay algo en la obra final del poeta José Ángel Valente que le emparenta con la experiencia humana de la tradición mística

Hacia un misticismo del siglo XXI

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José Ángel Valente (Orense, 1929-Ginebra, 2000)

Uno no puede hoy afirmar alegremente haber conocido a un místico, pero hay algo en la obra final del poeta José Ángel Valente que le emparenta con la experiencia humana de la que bebe esta tradición. Sus estudios sobre Miguel de Molinos y la ' ... Guía espiritual' le permitieron iluminar un cierto camino que, con independencia de la religión, buscaba trascender dentro de la experiencia meditativa.

«Un estado de infinita escucha» era para él la escritura de un poema. De este camino propio fue dejando muestras en sus libros finales, 'Al dios del lugar' («Solamente en la ausencia de todo signo/ se posa el dios»), 'No amanece el cantor' («En esta noche, cuerpo, iluminada hacia el centro de ti, no busca el alba, no amanece el cantor») y sobre todo 'Fragmentos de un libro futuro', el libro que escribió ya enfermo, en el que hay poemas de amor que hablan desde algún lugar más allá de la sombra («Qué dolor el morir, llegar a ti, besarte/ desesperadamente/ y sentir que el espejo/ no refleja mi rostro/ ni sientes tú,/ a quien tanto he amado,/ mi anhelante impresencia»).

La mística no sonaba en el siglo XX, ni lo hacen en el XXI, con la misma música, con el sonido de los instrumentos originales de San Juan o Santa Teresa. La poesía final de José Ángel Valente comparte con sus obras numerosos senderos de desprendimiento, soledad y fragmentación, algunas obsesiones por el fulgor y, sobre todo, por traspasar por amor el lugar del 'aparecer', el borde de la luz, aun si no hubiese Dios al otro lado.

Unió místicas cristianas y hebreas y lanzó palabras más allá del límite del aparecer del mundo sensorial

Ese empeño lo supo mantener y convertir en una ventura, que le llevó a unir místicas cristianas y hebreas en 'Tres lecciones de tinieblas', y sobre todo a lanzar palabras más allá del límite del aparecer del mundo sensorial, como en 'No amanece el cantor', donde escribe «los vestigios del límite aún visibles» mientras recuerda la muerte de su hijo. Ve en el silencio «la pura plenitud del sonido. Acelerada percusión. Los dedos. La llamada del dios. Los dedos solos sobre el puro temblor». O el haiku que dejó escrito sobre su muerte y que cierra su obra: «Cima del canto./ El ruiseñor y tú/ ya sois lo mismo».

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