paso a nivel
«Cette nuit, la liberté»
El mítico expreso nocturno entre Madrid y París dejó de operar en 1996 tras 27 años
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Trenes de la felicidad: grandeza de alma
La primera composición del 'Puerta del Sol'
Pocos trenes han tenido tanta carga simbólica como el expreso que unía Madrid y París en los años 70. Tardaba 14 horas en recorrer el trayecto que comenzaba en la estación de Chamartín y acababa en la 'gare' de Austerlitz, un edificio rococó junto ... al Sena. Al descender del vagón bajo su enorme techumbre de acero y cristal, uno podía tener la sensación en aquellos tiempos de entrar en otro mundo.
«Cette nuit, la liberté», me decía un compañero de la facultad antes de desplazarse a París cuando todavía vivía Franco. La libertad era lo que buscamos quienes viajábamos allí para estudiar, ver películas prohibidas y pasear por el Barrio Latino. Una mezcla de euforia y ansiedad era lo que sentía cuando me instalaba en una de las literas del 'Puerta del Sol', que salía a las siete de la tarde.
Recuerdo que un mozo uniformado solicitaba los pasaportes al subir al tren, que eran devueltos minutos antes de llegar a París. Una campanilla invitaba a desayunar a los viajeros en el vagón restaurante, donde servían café con leche y un croissant. La marcha parecía acelerarse en los últimos kilómetros del trayecto cuando el expreso atravesaba los suburbios de la capital. Las casas pasaban vertiginosamente y apenas daba tiempo para leer los nombres de las estaciones. Y luego la lluvia, el olor del Sena, el sonido de otra lengua.
Viajar en el 'Puerta del Sol' tenía algo de aventura en aquella España aislada
El 'Puerta del Sol' comenzó a circular en 1969 y realizó su último viaje en 1996. Casi 1.400 kilómetros de trayecto en los que se entablaban amistades y surgían complicidades. Allí conocí a un vasco que custodiaba por la noche la embajada de Venezuela. La velocidad era más lenta desde Chamartín a la frontera francesa, a la que se arribaba a medianoche. Luego se aceleraba. El tren paraba en Burgos, Miranda, Vitoria y San Sebastián. Y luego en Burdeos, donde apenas subían viajeros.
Cuando se inauguró, la prensa española valoró como un hito la posibilidad de viajar a París en una noche sin hacer trasbordo, obligado por los diferentes anchos de vía. Los ingenieros habían diseñado una plataforma en Hendaya en la que los trenes eran elevados sobre la vía por gatos hidráulicos. Con los vagones en suspensión, se cambiaban los bogies (las ruedas y sus ejes) para adaptarlos al ancho del otro país. La operación tardaba unos 40 minutos mientras los pasajeros dormían en sus coches cama o en las literas. Era como un ritual de paso hacia un territorio donde podíamos sentirnos tan libres como anónimos.
Viajar en el 'Puerta del Sol' tenía algo de aventura en aquella España aislada por los Pirineos y con un régimen donde operaba la censura. Pero además era un punto de encuentro de la oposición a Franco. Había altas posibilidades de toparse con personajes como Tuñón de Lara, García Calvo y algunos de los personajes que frecuentaban 'La Boule d'Or', aunque tal vez estoy mezclando recuerdos y eso sucedió tras la muerte del general.
'El Puerta del Sol' es hoy una especie de clave secreta para quienes huíamos a un París donde era posible toparse con Sartre y Beauvoir, escuchar a Juliette Greco en una cava, pasar horas mirando los libros de la FNAC de la rue de Rennes o que una bruja te leyera el futuro en el Pont des Arts.
Si yo tuviera imaginación, que no la tengo, escribiría una novela sobre las conversaciones en aquel expreso, los amores soñados y perdidos y las vanas esperanzas de un futuro que se trocó más tarde en decepción. París era una fiesta, éramos jóvenes y exigíamos lo imposible. Nos habían dicho: «Bajo los adoquines, hay una playa». Y aquel tren nos llevó a la playa.