Markus Gabriel: «Lamentablemente, son buenos tiempos para la filosofía»
Se convirtió en catedrático de filosofía con 28 años. Hoy es uno de los intelectuales de referencia en Alemania. Dice que necesitamos una Nueva Ilustración
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Iniciar sesiónMarkus Gabriel (Remagen, Alemania, 1980) es un hombre que no puede ocultar su inteligencia: se le escapa hasta en los gestos. Habla un español como de verano, disfrutón, dice «maravilloso», «exacto», y antes de empezar la entrevista se pide un pincho de tortilla y un ... café con leche: «Esto es magnífico». Gabriel es uno de los filósofos más conocidos de Alemania. Fundó el Nuevo Realismo, una corriente llamada a superar al fin el posmodernismo, y sigue insistiendo en que necesitamos una Nueva Ilustración. Es catedrático de la Universidad de Bonn, dirige el Centro Internacional de Filosofía de Alemania y el New Institute y es uno de esos intelectuales que disfrutan en la arena pública.
—Se convirtió en catedrático con 28 años. ¿Eso cómo se hace?
—[Ríe] Con muchísimo trabajo y buenos mentores. Es algo que tenía claro desde los catorce. Se lo iba diciendo a todo el mundo: voy a ser catedrático antes de los treinta. Y todos se reían, claro. Pero es que desde niño lo único que me ha interesado es la filosofía.
—Polarización, posverdad, guerra, desigualdad… ¿A quién le importa hoy la filosofía?
—Lamentablemente, son buenos tiempos para la filosofía. Esto es siempre una mala señal para la humanidad. Y pasa de vez en cuando en la historia. En la primera ola de la modernidad, antes y después de la revolución francesa y la industrial, se necesitaban filósofos para resolver algunos de los problemas del primer capitalismo. Desde entonces, sólo en tiempos de máxima crisis la filosofía ha entrado en el contexto público. Y ahora estamos en esta situación precisamente porque estamos frente a un sistema de crisis entrelazadas. Y este sistema es hipercomplejo. Es decir, no tenemos en este momento herramientas políticas, conceptuales y científicas para responder a este problema. Es una espiral de crisis: una crisis influye en la otra sin que haya un centro. Por eso no existe la gran conspiración. Esta es una situación nueva. Y los filósofos tenemos el deber de responder a este sistema de crisis socioeconómicas, políticas y mediáticas. No podemos quedarnos en la caverna.
—Una pregunta pequeña: ¿cuáles son los grandes problemas de nuestro tiempo?
—El cambio climático, las confrontaciones geopolíticas, que son en realidad guerras de religión, la IA, que es una forma más rápida y más disruptiva de la industrialización… Es como la primera revolución industrial, pero exponencial. Y en general tenemos una crisis del ser humano. Hay una gran crítica al humanismo y a los valores de la Ilustración, como si estos fuesen responsables del colonialismo, del imperialismo y de todos los males de la modernidad. Y sufrimos otras grandes crisis, claro: de población, de hambre, de pobreza. Y tenemos una desigualdad económica inaceptable. No tenemos una democracia social global, no existe este sistema. Y todas estas crisis se afectan entre sí.
—¿Por ejemplo?
—El cambio climático influye en las decisiones de la Unión Europea en favor de un Green New Deal, lo que provoca una reacción rusa. Pero eso no explica el ataque de Rusia a Ucrania, porque Rusia también tiene intereses regionales. Al mismo tiempo, la iglesia rusa ortodoxa tiene muchísimo que ver con la cosmovisión del putinismo… Así que una crisis está dentro de otra. Y solo la filosofía, junto con otras disciplinas y prácticas, será capaz de resolver esta situación.
«No existe la gran conspiración, sino un sistema hipercomplejo de crisis que se influyen unas a otras»
—En 2015 publicó 'Por qué existe el mundo', que se leyó como una respuesta a la posmodernidad.
—Exacto.
—¿Qué le ha hecho la posmodernidad a Occidente?
—La posmodernidad es el maoísmo de los ricos. Solo en contextos en los que podemos vivir bien, gracias a muchos éxitos económicos, podemos empezar a pensar que los fundamentos de la riqueza no tienen nada que ver con la ética. Que los valores éticos objetivos que organizan una sociedad no existen o no importan porque estamos más allá del bien y del mal: ese es el espíritu de la postmodernidad. No hay hechos, solo hay interpretaciones. Todo depende de decisiones democráticas, y fuera de la decisión democrática no hay nada. Pero esto es falso, lamentablemente. La posmodernidad fue una gran ilusión, una película de Fellini sin fundamento en la realidad. El Nuevo Realismo y el proyecto político de la Nueva Ilustración quiere superar el gran error del posmodernismo: la negación de la objetividad, de la verdad y de la ética. Porque en el fondo, la posmodernidad es una forma de nihilismo extremo.
—¿Y qué consecuencias ha tenido?
—Para empezar, las políticas de la identidad. Los grandes pensadores de la posmodernidad –Foucault, Derrida, Deleuze…– afirmaban la diferencia. La suya era una teoría de la diferencia y de la diversidad real. Decían que la realidad es siempre más rica, compleja y diferente que los conceptos que tenemos. Y en este sentido, creo, eran realistas, porque la realidad todavía era diferente de los conceptos. Pero la posmodernidad como fenómeno político se convirtió en una política de la identidad, es decir, en simplificaciones extremas. La esfera pública posmoderna, en la que todavía vivimos, hace imposible distinguir entre lo real y la descripción de la realidad, el discurso. Es por eso que existe tanta confusión respecto al lenguaje. Quieren resolver problemas reales, problemas políticos, problemas éticos, cambiando el idioma.
—O sea: pensamiento mágico.
—Eso es: pensamiento mágico. La postmodernidad en acción en realidad no cambia nada. Pero habla mucho del cambio: cambio social, cambio climático… Habla mucho en Twitter, bueno, en X. Y lo que produce es pensamiento X, un pensamiento en realidad vacío. Los objetivos son correctos. Claro que tenemos que respetar los derechos de las personas trans. Es un hecho moral evidente. ¿Pero qué significa para la ley, para la política? Estas son discusiones reales, importantes, no es una mera discusión online. Y es por eso que la extrema derecha está ganando en todo el mundo, porque ellos por lo menos hacen una política de la realidad. Confundiendo todavía lo real con lo ficcional, bien es cierto. Porque la ultraderecha contemporánea también es un fenómeno postmoderno, como la polarización.
«La posmodernidad es el maoísmo de los ricos»
—Usted está fuera de las redes sociales.
—Sí, pero durante años yo tuve simpatía por ese mundo. Los progresistas, los periodistas en general, pensaban que Twitter era una plataforma de información, una forma más directa de comunicarnos. Pero era una ilusión. Twitter ha ganado contra Facebook y Snapchat gracias a Donald Trump. Fue él quien convirtió Twitter en una herramienta política. Fue un acto terrorista, una trampa… Todo eso cambió la esfera pública de una manera muy problemática. Es el origen de la polarización. Ya existían trazas de la polarización en la época de Facebook, pero era otra cosa. Ahora tenemos la polarización plena.
—¿Nos toca huir?
—Yo tengo otra idea: crear un nuevo lugar de discusión. Tengo pensado hasta el nombre, Ágora, una plataforma creada por los grandes periódicos europeos, que serían sus propietarios. Tendría la tecnología de una red social, pero con otro modelo económico. Esto sería un gran movimiento para todos los periódicos que están luchando contra Internet. Porque contra Internet nunca se gana.
—Ahora mismo, los medios también somos esclavos de Google, de su algoritmo.
—Para luchar contra eso necesitamos varias estrategias. En todo caso los Estados tienen que destruir el monopolio de Google, que es incompatible con los mercados libres. Es un problema económico y político. También hace falta crear una nueva alternativa.
—Le veo muy combativo con la tecnología. ¿Qué hacemos con los 'smartphones' y la Gran Distracción?
—Sí, eso otro gran problema. Los 'smartphones' son drogas. Y desde el punto de vista del neuroderecho, de la neuroética, tenemos que prohibir varios usos de esta tecnología. Es algo que ya han hecho varios países. Por ejemplo, el 'smartphone' no debería tener sitio en la escuela. Porque el uso del 'smartphone', como sabemos, destruye la atención y cambia la experiencia del tiempo. Es por eso que es tan útil. En el aeropuerto, ¿qué se hace cuando tienes un retraso de veinte minutos? Miras tu pantalla y se destruye el tiempo. Gracias al 'smartphone' conseguimos que las neuronas no se aburran. Porque las neuronas se aburren fácilmente. Es muy interesante. Es un hecho biológico. Y es por eso que somos inteligentes. Pero si las neuronas nunca se aburren, estas no funcionan bien. Pero los 'smartphones' son como una droga que come el tiempo. Veinte minutos pasan como nada. Y cinco horas en Twitter o X o TikTok son como dos minutos. La ley tiene que prohibir ciertos usos de la droga. Necesitamos leyes contra esta droga. Es mucho más peligroso que la marihuana.
«Los Estados tienen que destruir el monopolio de Google. Es incompatible con los mercados libres»
—Usted creó el movimiento de la Nueva Ilustración. Ahora que la verdad ya no vale nada, ¿hay que recuperar las jerarquías intelectuales?
—Hemos confundido la igualdad política con la igualdad epistémica, y eso es un problema. Aunque la situación es más compleja, y tiene que ver con los expertos. Hay expertos en el cambio climático, pero estos no saben nada de política. Esto es muy importante. Podemos respetar al experto en el cambio climático, pero si estos expertos no respetan al resto de los expertos, cosa que no hacen, esto no vale de nada. Por eso la mayoría de los expertos en cambio climático son políticamente extremistas: ven el peligro real, anticipan la catástrofe, pero no tiene ni idea de cómo promover una reacción que sea compatible con la continuación de la democracia. Y si destruimos la democracia defendiéndonos contra el cambio climático, producimos guerras, y las guerras no son buenas para el cambio climático [y ríe]. Esta es la hipercomplejidad de la que hablo.
—Esto ocurrió en la pandemia, ¿no? Cada experto proponía una solución desde su disciplina, muchas veces sin preguntarse si lo que proponían era democrático o no.
—La pandemia fue un momento al que yo llamo de Gran Sincronización. Fue la primera vez en la historia de este planeta en el que todos los seres inteligentes, o casi todos, hacían la misma cosa al mismo tiempo: defenderse contra el virus. Y esta lucha estaba mediada por internet, los algoritmos y la ciencia. Fue una especie de laboratorio del futuro. Experimentamos con la Nueva Ilustración, y no salió bien. Uno de los errores, por ejemplo, fue cerrar las fronteras. Desde un punto de vista epidemiológico era una buena idea, claro. Pero había otras buenas ideas. Si había confinamiento en Alemania y Francia, ¿para qué cerrábamos la frontera? No tenía sentido. Y cerrar fronteras entre Estados europeos sin muy buenas razones siempre es una mala idea. Porque produce conflictos y fomenta estereotipos nacionalistas [deja un silencio]. Si llegara un nuevo virus viviríamos la misma situación. No hemos aprendido nada. Porque gracias a la tecnología, gracias a las vacunas, resolvimos la situación más o menos bien. Y esto fue suficiente. Aunque ese es el espíritu democrático: la democracia resuelve las cosas más o menos bien [y vuelve a reír].
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—¿Y es optimista con respecto al futuro?
—Sí, completamente. Porque creo que el bien y la libertad están conectados. El error de la primera Ilustración fue afirmar que no existía un bien más allá de la subjetividad. Pero el bien existe fuera del consenso y estructura la forma de la vida humana. Por ejemplo, la cooperación es un bien objetivo. No es un bien porque decidamos que sea un bien: que uno ayude al otro es un bien objetivo. Esta idea es súper radical porque ahora somos capaces de interpretar las acciones libres de seres más o menos racionales a la luz del concepto de bien. Y eso es un progreso moral. Yo creo que todavía vivimos en una era de progreso moral, aunque en tiempos oscuros. Pero mi optimismo no es un automatismo. A veces un optimista es un automatista, alguien que cree que existe una ley oculta que organiza el mundo. Pero la única ley somos nosotros. Detrás del ser humano no hay nada más que otro ser humano.
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