Peter Sloterdijk: «El populismo es solo uno de los viejos nombres de la democracia»
El pensador alemán, uno de los protagonistas del Festival de las Ideas, asegura que vivimos en un mundo gris, lleno de descontento
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Iniciar sesiónPeter Sloterdijk (1947) amansa el tiempo cuando habla. Y lo estira. De pronto evoca a Goethe y a Wittgenstein como si fueran viejos amigos («¿se acuerdan de cuando dice…?»), cita los experimentos de privación sensorial de John C. Lilly de los años cincuenta y sesenta, ... le resta gravedad a la situación política europea actual, relaciona el mercado del arte con el barroco y acude a Hemingway para definir a los genios. A veces alarga sus respuestas con subordinadas encadenadas, otras las corta como de un latigazo. En algunos de sus silencios podrían encenderse y fumarse varias pipas. Él sostiene que hay una relación muy estrecha entre la filosofía y la música.
Sloterdijk llega a la sede de Siruela en Madrid protegido por un fular de elefantes. Viste una americana floja, mira a través de unas gafitas redondas de carey y se toca muy poco el bigote, ya legendario y amarillo. Antes de saludar comprueba las portadas de sus últimos libros al español: la que más le gusta es la de 'Gris: El color de la contemporaneidad'. Se sienta en la mesa ante tres periodistas por petición propia. Parece un jugador de ajedrez simultáneo a punto de mover el primer peón. «Pregúntenme, pregúntenme. No he venido a Madrid a leer ningún manifiesto». Pero antes de escuchar nada, empieza: «Llevo más de cuarenta años escribiendo. Y de alguna manera todo sigue aquí, en mi último libro. Todo es evolución, 'work in progress'. Mi amigo el compositor Wolfgang Rihm, que murió hace poco, hacía varias versiones de sus sinfonías. Y creo que eso tiene que ver con la filosofía. Siempre pensamos lo mismo, siempre concluimos más o menos lo mismo. La filosofía es, a su manera, una sinfonía».
—Entonces, ¿nuestro mundo es un mundo gris?
—Eso creo. La gente está convencida de que vive en un mundo colorido. Pero es un falso colorido. Si mezclas todas esas fotografías a color hechas con los móviles, lo que te queda es un color gris. Al menos a nivel metafórico. A nivel de pigmentos pictóricos, es una verdad literal. Si mezclas todos los pigmentos, lo que obtienes es un gris oscuro.
—Afirma que la política ha pasado del rojo al gris. ¿A qué se refiere?
—Es una forma metafórica de hablar y un resumen de la experiencia con el socialismo durante el siglo XX. Todo empezó en un rojo intenso y acabó convirtiéndose en un gris muy triste. Y este movimiento del rojo al gris contiene una de las verdades más importantes en términos de política del color del siglo XX, porque el rojo ha perdido su luminosidad y se ha vuelto más gris que el gris. El socialismo ha perdido su atractivo. Toda aquella mitología de Oriente era rojo, todo eso ha desaparecido por completo. Con la paradójica excepción de China, que sigue siendo un mundo rojo pero que también es extremadamente gris, muy gris.
—Y el populismo, ¿de qué color es?
—También es gris, solo que se pinta por encima de distintos colores: rojo, verde, amarillo...
—¿Cómo explica el auge del populismo en Europa?
—El populismo es solo uno de los viejos nombres de la democracia. El populismo es el tipo de democracia que no nos gusta. Si la opinión de la gente contase realmente en el sistema democrático sería muy difícil excluir estas expresiones de descontento en nuestra civilización. Porque en la actualidad hay mucha más gente miserable, insatisfecha y descontenta de la que estamos dispuestos a reconocer.
—¿Le preocupa el crecimiento de AfD en Alemania?
—No, no demasiado. Por supuesto, la historia alemana reciente nos dice que esta forma errónea de votar puede acarrear consecuencias desastrosas. Pero hoy no tenemos en Alemania seis millones de desempleados, seis millones de desesperados. A los votantes de la AfD les va bien económicamente. No son el lumpenproletariado. Simplemente se sienten incómodos. Es lo que Freud llamaba la sociedad y su descontento. Es una forma profunda de descontento, pero no con respecto a la sexualidad, sino con respecto al reconocimiento social. Porque hoy en día la gente no sólo busca la satisfacción sexual, sino que también busca la importancia. Y lo que el ser humano no puede soportar es la constatación de lo poco importante que es. Todos trabajamos para llegar a ser importantes. Y si el Gobierno y tus vecinos hacen todo lo posible para demostrarte que nunca serás escuchado, que nunca serás importante, que tu voz nunca cambiará nada en el mundo...
—¿Y qué quieren decir esos a los que nadie escucha?
—«I can't get no satisfaction» [ríe]. Lo que cantaron los Rolling Stones se ha convertido en una verdad general. La mayoría de la gente está insatisfecha. Ni siquiera los dueños de los yates más grandes están satisfechos a bordo del lujo. Excepto cuando están en buena compañía [y vuelve a reír]. Aquí sólo son felices las personas con trabajos creativos, porque los creativos están insatisfechos consigo mismos o están insatisfechos con lo que hacen. Estar insatisfecho con uno mismo es necesario en esto, porque si estás demasiado relajado nunca llegarás a ser creativo. Eso es lo que decía Hemingway sobre los genios: solo hay dos condiciones para ser un genio, tener talento y haber tenido una juventud infeliz.
—Dice que el gris es la metáfora de la indiferencia, por eso encaja tan bien con el mundo de hoy. ¿Ya no nos importa nada?
—Los medios de comunicación apelan permanentemente a nuestras emociones y nos vuelven cada vez más indiferentes, hace que sintamos aburrimiento por todo: si todo es increíble, nada lo es. La cultura de masas nos vuelve monótonos, porque se basa en la repetición de fórmulas. Siempre pretenden ofrecer algo nuevo, pero lo nuevo es siempre bien conocido [deja un silencio]. La sobreestimulación es nuestro entorno semántico o semiótico. Y esto nos lleva a una indiferencia cada vez mayor. Por eso estamos perdiendo la capacidad para indignarnos. La gente del campo, cuando viene a las ciudades, se indigna o se asombra de todo. Mientras que el habitante habitual de la ciudad ya no se asombra de nada. Así que se trata, por así decirlo, de un entrenamiento permanente en el estoicismo [ríe]. La ética estoica llevará al alma a la capacidad de ya no asombrarse por nada. Por eso su lema es 'nihil admirari': no sorprenderse por nada. Parte del presupuesto de que la admiración o el asombro es una de las reacciones más negativas del alma.
—¿La filosofía nos puede ayudar?
—Tal y como yo lo veo, la filosofía puede ayudarnos a ser más conscientes del mundo. Es más una cualidad espiritual que una formación analítica. Es una forma de entrenar la epojé, es decir, la suspensión del juicio para conocer la realidad sin prejuicios. La filosofía también es una oportunidad para la lentitud. Aunque la mejor definición de la filosofía es la de Nietzsche, por supuesto: el fin de la filosofía consiste en combatir la imbecilidad.
—Son buenos tiempos para la filosofía, ¿entonces?
—Mi sensación es que la filosofía clásica ha terminado. Lo que vemos hoy es una nueva síntesis entre filosofía y tecnología, o filosofía y biología, o filosofía y arte... Ya no veo a nadie que haga filosofía pura de forma seria. Así que la impureza se ha convertido en la condición general del pensamiento contemporáneo. Y si miras a tu alrededor, lo ves por todas partes. Maurice Clavel empezó escribiendo ensayos filosóficos y luego se convirtió en crítico de cine. Bruno Latour comenzó filosofando y después se convirtió en un epistemólogo. Y yo… me convertí en escritor. Preferiría haberme convertido en cantante, pero ya era demasiado tarde.
—Por cierto, ¿cómo está viendo el desarrollo de la inteligencia artificial?
—Mi actitud es muy irónica. Yo era una inteligencia artificial antes de que nadie empezara a hablar de esto. Porque como animal que habla, soy una inteligencia artificial. Pero es cierto que estamos al principio de un nuevo capítulo en la historia de la inteligencia. Y tal vez esa inteligencia haya sido malentendida hasta ahora. Quizá los antiguos teólogos tuvieron una buena intuición cuando dijeron que Dios era una gran inteligencia y que los humanos solo eran el epifenómeno de esa inteligencia divina. Quizá la inteligencia artificial sea un nuevo capítulo en la autorrealización de esa inteligencia divina.
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