LO moderno
Zorrilla, traidor, inconfeso y mártir
No hay un archivo vivo, ni vestuarios teatrales, ni una gran librería de referencia con ediciones anotadas
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El poeta y dramaturgo José Zorrilla
La casa es encantadora, con su jardín recogido y sus cipreses altos. Allí nació Zorrilla, vivió su infancia hasta los diez años y volvió, ya mayor, como invitado ilustre, que es una forma elegante de decir que no tenía otra casa a la que ... volver.
Todo respira un aire de buena familia, un poco destartalado, pero con memoria. Junto a la sala de música, el alma del lugar: la silla donde murió —sentado, porque el tumor cerebral no le permitía tumbarse—, la mesa, la máscara mortuoria. Objetos verdaderos que estuvieron a su lado cuando cayó el telón.
Sin embargo, uno sale con la extraña sensación de que falta algo. Tenemos la casa y al genio. Pero no se ha hecho con ello patria, ni mito. No es la casa del Romanticismo, ni el templo de 'Don Juan Tenorio', ni el museo vibrante que exhiba escenografías de las miles de veces que El Tenorio se representó, consolidando el noviembre de los muertos. No hay un archivo vivo, ni vestuarios teatrales, ni una gran librería de referencia con ediciones anotadas.
En la casa del hombre que parió a 'Don Juan Tenorio' no hay ni Tenorio, salvo una estatua en la puerta, como si el personaje se hubiera quedado castigado por dar demasiadas funciones. Casi uno espera que aparezca alguien para decirte: «El señor Tenorio no vive aquí».
Tenemos la casa y al genio. Pero no se ha hecho con ello patria, ni mito. No es el templo de 'Don Juan Tenorio'
La guía, profesional, explicó que «es por respeto». Que Zorrilla detestaba esa obra porque de joven, por tonto o por hambriento, vendió los derechos y nunca los recuperó. Murió como mueren los genios (en España): solo, arruinado y ninguneado por su propio éxito.
Cualquier inglés medianamente avispado habría hecho aquí su particular 221B de Baker Street. Con su biblioteca y su 'merchandising' irresistible. Y eso que Conan Doyleodiaba a Holmes con la misma pasión que Zorrilla al Tenorio. Pero qué más da lo que opinen los autores de sus criaturas cuando el mundo las ama.
Sin embargo, Valladolid no es Londres. Allí prefieren el respeto. Respetuosos hasta la estupidez. Y así, en pleno noviembre, mes de difuntos, uno baja las escaleras de la casa-museo con el corazón entre bambalinas, y se encuentra —lo juro— un altar mexicano. Con sus calaveras dulces, su papel picado, sus xoloitzcuintles, su sahumerio con copal, sus Catrinitas.
Porque sí, Zorrilla vivió en México. Pero también en París, y nadie te recibe con una copa de Château d'Yquem y un bloc de foie-gras de canard del Périgord. Que tengamos al padre del Don Juan redimido, al gran dramaturgo romántico, y lo homenajeemos con un altar a lo Xochimilco… en Valladolid, es para sentarse –como él– y no levantarse más.