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El escritor que murió dos veces
Víctor Sueiro documentó el trabajo de los «curas sanadores», investigó hechos inexplicables y expuso milagros desconocidos sobre la Virgen y los ángeles
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Iniciar sesiónTuve un gran amigo que murió y volvió para contarlo. Era un veterano periodista de mil batallas, pero un día sufrió un infarto y una muerte clínica: 40 segundos en los que experimentó el éxtasis y la luz blanca del más allá. Al regresar, ... con vida y ya sin miedo, Víctor Sueiro se arrojó sobre la extensa bibliografía del tema, escribió un libro que fue un 'best seller' en América Latina y siguió adelante, genuinamente interesado por los asuntos sobrenaturales, pero sólo por aquellos que estaban inscriptos dentro de su propia religión: la católica.
Documentó el trabajo de los «curas sanadores», investigó hechos inexplicables e historias asombrosas, y expuso milagros desconocidos sobre la Virgen y los ángeles que le narraba gente cabal, incluso muchos científicos serios y algunos médicos reputados.
Solían conseguir su teléfono o tocarle el timbre de su casa ciudadanos anónimos en pleno duelo, y Víctor a todos escuchaba con atención y trataba de consolar con la simple narración de su propia experiencia. Jamás medró con su fama ni transgredió la línea de ser un simple periodista que había vivido un hecho extraordinario. Por el camino se convirtió en un verdadero erudito, capaz de separar los fraudes de los «episodios más fidedignos». Alguien lo llamó alguna vez «el detective de Dios», porque era un sabueso y porque era requerido por personas de todas las clases sociales: en la Feria del Libro concitaba largas colas de humildes y de lectores de clase media alta, unos con poca instrucción y otros verdaderamente ilustrados.
Una noche lo llamó Guillermo Coppola, el representante de Diego Maradona, muy preocupado por el Diez, que le dijo al teléfono: «Estoy bien, Víctor, pero necesito, necesito». Y Sueiro fue en su ayuda: «Paz, Diego, necesitás paz». Lo visitó una noche endemoniada y trató de convencerlo de acabar con los excesos, pero fue imposible.
Sueiro tuvo al tiempo otro episodio cardíaco y dos obispos lo fueron a visitar al sanatorio. Uno a cada lado de la cama, comenzaron a ironizar sobre los testimonios que recogía, y Víctor los paró en seco: «Perdón, ustedes son los sacerdotes y yo soy un simple creyente. ¡No puede ser que me hayan vendido los milagros y que ahora yo tenga que convencerlos de que existen!». Sueiro no era un meapilas, sino un católico práctico al estilo Chesterton, y yo por supuesto —alumno de Don Bosco y luego agnóstico— ya no creía en esos asuntos poco terrenales, pero creía en mi amigo: tenía incluso envidia por su fe.
Después de haber vendido dos millones de libros, Jorge Bergoglio quiso conocer al «gerente de marketing de la cristiandad», como yo le decía en broma. Fue el inicio de una larga relación; Sueiro lo visitaba en el Arzobispado de Buenos Aires y un día le contó mi envidia: «Ese muchacho nunca dejó de ser un salesiano», dijo el futuro papa.
Víctor Sueiro murió por segunda y definitiva vez en 2007, y las editoriales se desesperaron por crear un continuador, pero no lo consiguieron: quienes se interesaban por el tema no sabían cómo hacerlo, y los aptos, no tenían legítimo interés. Fue la demostración más contundente de que es imposible crear un 'best seller' en un laboratorio mercadotécnico: Víctor había sido la persona indicada en el momento justo. Una verdadera carambola de Dios.
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