La escritura caníbal picassiana

El rostro agitado del doctor que escribiera su tesis sobre la paranoia quedó (re)velado en esa fotografía del grupo de los conspiradores de 'El deseo atrapado por la cola', la surreal obra de teatro que Picasso escribiera. Entre tantas luminarias del existencialismo, Picasso derramaba su verbosidad delirante o, mejor, sus automatismos para-surrealistas.

La extraordinaria edición de los escritos de Picasso en español, un volumen en el que se recogen sus textos desde 1935 a 1959, con páginas facsímiles que permiten disfrutar de la letra ornamentada, los tachones y los subrayados enérgicos, hace posible que constatemos que se trata, no exagero, de uno de los poetas más singulares del siglo XX. Sin duda, su inmensa fama como pintor eclipsa todas sus otras facetas creativas, siendo un escultor soberbio, un renovador de la cerámica e, insisto, un escritor de un talento alucinante para los automatismos.

Michel Leiris, en el prólogo a la edición de 1989 de estos escritos en francés, advertía que «sin someterse a ninguna regla de eufonía, de ritmo, ni siquiera de sentido racional, y en una línea más cercana (en conjunto) al nihilismo que al surrealismo, verso libre, camina a merced de los encuentros, deriva el hilo de las palabras y al hilo de las ideas (que no pueden existir sin aquellas, que son de algún modo su sustancia y no sólo su vehículo)».

La impresión que produce la lectura de las fulguraciones picassianas no es la de un pesimismo gris sino, al contrario, la de un dionisismo febril en el que las palabras literalmente hacen lo que les viene en gana.

No es nada fácil ni escribir como lo hace Picasso ni tampoco podemos entregarnos a una lectura convencional con estos textos palpitantes. Acaso son frases para proferir en voz alta, divertimentos con algo de carnavalesco. Diario sedimentario de hallazgos poéticos en los que la razón cartesiana está sepultada por el placer de lo grotesco.

Arabesco, voluta y aroma, sin que, todo hay que decirlo, el olor sea siempre grato. Al contrario, Picasso se regodea en lo escatológico y la 'mierdra' (sic) que abría 'Ubu Rey' de Jarry impone su atmósfera provocadora en esta forma de pensar que, como pretendiera el dadaísmo, se origina en la boca.

Este admirador del conceptismo gongorino, ilustrador de las metamorfosis de Ovidio y colega de Apollinaire (el maestro de los 'caligramas') asumía que todo pensamiento, a la manera mallarmeana, emite un golpe de dados. El azar asiste a Picasso en sus deslenguados textos, con el ojo entre los dientes como en un dibujo del 9 de octubre de 1936. Al escribir se comporta como un caníbal, capaz de tragarse todo sin respetar ninguna regla 'académica'. «No dejo de maravillarme —apunta— ante el milagro de no saber nada de este mundo y tan sólo haber aprendido a amar las cosas y comerlas vivas». Este soliloquio picassiano es también un jolgorio y una salmodia, un caos hermanado, en cierto sentido, con el de Joyce en 'Finnegans Wake', una escritura burlesca que nos deja un raro sabor de boca, la cantinela hondamente española de un artista que terminó viendo su rostro o su máscara identificado con el de la Celestina.