Concha Martínez Barreto y el naufragio imprescindible

La exposición se conforma a través de pinturas al óleo, fotos manipuladas y esculturas o instalaciones que remiten continuamente a estados críticos, telúricos y cíclicos del individuo que habita en la más profunda ruina. La artista combina los medios visuales para sacar a la superficie estados íntimos que son universales, el miedo, las apariencias y las apariciones recurrentes de ciertas heridas infantiles.

En palabras de Martínez Barreto: «Si bien Francis Baconn dijo que los niños tienen miedo a la noche y los mayores a la muerte, el primero no desaparece nunca en nosotros». Freud y los sueños atraviesan las salas; a los personajes con doble brazo, los gestos; las escenas que comunican el sentimiento a través de la proporción, el desasosiego.

'Arbolillo' da nombre a una obra en la cita y a una técnica prohibida para capturar pájaros que consiste en instalar un pájaro en una jaula para atraer con su canto a otros que tarde o temprano se posarán en unas varas metálicas impregnadas de pegamento. Al intentar volar se caerán al suelo. Martínez Barreto muestra una videoinstalación en bucle del momento de caída de las aves. A medida que se avanza por las salas se camina en busca de una fatalidad inminente en cada obra. La exposición envuelve en su naufragio.

«De alguna manera, en mis pinturas hay siempre una lucha entre contrarios, entre ocultar y mostrar, entre el equilibrio y el trauma», dice Martínez. Y es que la artista, al escribir sobre su trabajo, lo define de manera fotográfica, como si viese sus propias obras desde fuera, como si ella fuera una cámara o como si estuviera contando lo que ha soñado, con clarividencia y naturalidad.

Concha Martínez Barreto

'Cuando acaba el día'. MARCO. Vigo. C/ Príncipe, 54. Comisario, Miguel Fernández-Cid. Hasta el 14 de enero de 2024

La coherencia de su proyecto resulta aplastante, pues sus referencias están dentro de cada pieza. Consigue comunicar con nitidez, tanto con palabras como a través de imágenes, el terreno donde se encuentran los claroscuros anímicos, nuestros compañeros de viaje más fieles.