Vuelve Aramburu: la vida, a pesar de todo

Este planteamiento es también de escritor comprometido, pues afronta el desafío de seguir durante setecientas paginas los pasos de este personaje y media docena de otros de su entorno familiar , a los que añade los dos que finalmente dan aliciente a la trama: su amigo ‘Patachula’ y su primera enamorada, Águeda, novia poco agraciada a quien dejó para casarse con una más atractiva, Amalia. Ellos, el hermano Raúl y su cuñada Elena, y algunos ‘flashbacks’ que reconstruyen relaciones con los padres, es todo lo que tan extensa novela ofrece. No hay otro argumento que el tedio de Toni, y en cierto modo la sinrazón que alberga la vida sin horizonte ni amor de un héroe sin atributos, que tiene más de Mersault (protagonista de ‘El extranjero’ de Camus ) que de Ulrich, el antihéroe de la novela de Musil titulada ‘El hombre sin atributos’.

No es Camus el único citado a lo largo de ‘Los vencejos’, también lo son otros apóstoles del escepticismo, por ejemplo el filósofo rumano afincado en Francia E. Cioran , que fue introducido en España por Fernando Savater . Porque no es únicamente la materia de seguir con cercanía y parsimonia los pasos de un don nadie. Es que se trata de hacerlo durante setecientas paginas. La prueba del algodón de la calidad de esta novela la ofrece que pese a no tener casi intriga el lector que no tenga horizontes simples continúa atrapado en ella y leyéndola, y es lo que aconsejo a todos, que sigan esos pasos del tedio hasta llegar al cambio de fortuna de la anagnórisis final.

Podría decirse que ‘Los vencejos’ en una novela que funciona como contraejemplo de la novela amorosa, pues toda ella vendría a recorrer la experiencia de un hombre incapaz de amar y para el que el mundo carece de sustancia. Que la lección moral del libro pueda ser que esa insustancialidad no lo es del mundo sino del individuo que no tiene la generosidad del amor , alcanza a saberlo el lector en las últimas y emocionantes páginas, en las que por cierto la perra Pepa tiene un lugar especial, junto a los dos seres que aman a Toni, sin que éste haya sido capaz de advertirlo.

Pío Baroja señalo, según nos cuenta Benet en ‘Otoño en Madrid hacia 1950’, que los vencejos de su cielo significaban vida y alegría para la gran ciudad. También para Toni que, a lo largo de la novela, había soportado la mirada de un escéptico. Resultan muy sabrosas las pullas que lanza hacia los políticos españoles , también hacia nuestro empobrecido sistema educativo, que a lo largo de la novela dibuja reflexiones de enjundia, pero hechas como Aramburu suele hacer, sin darle mayor relieve o importancia.

Otra cualidad del libro es que la voz de quien habla no es impostada , no suena a hueca, pese a que su discurso predominante sea el del vacío. Quizá Fernando Aramburu haya querido traer a su mundo literario aquel de sus lecturas del existencialismo francés para desmentirlo en un canto a la vida, la amistad y el amor con la esperanza que dibuja el vuelo de los vencejos.