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Las tripas de las salas de cine: la informática destierra al celuloide

Las salas ya no reciben las películas en bobinas, sino en discos duros y en la nube

Manuel Postigo, en la cabina de los cine Verdi MAYA BALANYA

JOSÉ MANUEL CUÉLLAR

Pocos sitios hay donde más se vea el envoltorio y menos el interior que en el cine. Aunque «Cinema Paradiso» enseñó algo de la tripas del cine, la gente va a las salas, paga, ve la película (y las palomitas) y se va a su casa. No son muchos los que se interesan por lo que hay detrás de todo eso, lo que se cuece en la llamada cabina de proyección. Y es curioso, porque hace ya algunos años que todo ha cambiado de forma radical en esa fábrica especial que tiene el cine. ¿Se acuerdan de ese ruido leve de la cinta al rodar y de la cuenta atrás antes de comenzar? Pues ya se acabó.

Fue en 2009 cuando todo un mundo empezó a venirse abajo al tiempo que otra era crecía de forma desmesurada. Esos sistemas de proyección tan complejos que inventaron los hermanos Lumière de grandes rollos de película (que si eran muy grandes tenías que hacer un intermedio para colocar el segundo) están a punto de desaparecer, superados por las nuevas tecnologías informáticas. Ya no se proyecta desde los enormes rollos de celuloide, sino que las películas llegan a los cines en disco duro, cuando no transportados por la nube, al estilo de Drop Box, si bien este último sistema se utiliza generalmente para ofrecer publicidad.

Lo que cambió todo fue «Avatar» . Desde ese mismo momento, todo el mundo empezó a rodar en digital. Rodar en 32 o 70 mm (como ha hecho Tarantino con «Los odiosos ocho») era carísimo al lado del nuevo sistema digital. El camino que hace una película desde la distribuidora hasta los cines ya no es completamente físico. Nada de grandes cajas con enormes rollos, sino un paquetito con un disco duro donde va la película.

Por supuesto, las máquinas de proyección han cambiado completamente. Como es sabido, antes había unos complejos mecanismos divididos en dos grandes máquinas, el proyector en sí y un segundo con platos enormes donde se soltaba y se recogía la película al mismo tiempo. El sonido iba en una banda en los márgenes y todo tenía que ir muy ajustado para que la cinta no temblase en su proyección.

Manuel Postigo es el jefe de cabina de los cines Verdi (recientemente comprados por A Contracorriente). Lleva en esto quince años y ahora tiene 41. Empezó en los Ideal, que fueron todo una escuela de aprendizaje. Con esa experiencia lo sabe todo sobre esto. Comenzó con el sistema antiguo y supo transformarse con rapidez al nuevo. Postigo es un romántico, un enamorado del cine clásico y se le nota en su particular habitáculo. Allí se pueden ver carteles antiguos del cine de los 40, los ordenadores de nueva generación y toda clase de cachivaches cinematográficos. Sus pantallas para vigilar las proyecciones son muy antiguas («hemos pedido que nos las cambien porque aún son de rayos catódicos») y también conviven los proyectores antiguos de bobina con los digitales. «La verdad es que, por una parte, ahora todo es más cómodo. Te viene la película en un disco duro, lo metes en el ordenador y proyectas, pero lo de las bobinas crean una liturgia especial. Además, para mí aquello tenía unas virtudes, como la luminosidad, que es más natural, que no tiene esta. Lo digital me parece... ¿cómo diría yo?, más artificial; sin embargo, ahí no corres el peligro de que la película se te raye ».

Problemas informáticos

Sin embargo, también reconoce los defectos de ambos sistemas : «El sistema digital es mucho más barato a la hora de rodar y también más sencillo a la hora de proyectar, pero da muchos problemas técnicos. En cuanto falla cualquier cosita, ya no hablo de virus, sino de cualquier error informático, tienes un lío, y sucede muy a menudo».

La comparación es sencilla, pasa como con los coches modernos: antes tenías un fallo en el coche, lo llevabas a cualquier taller y te lo arreglaban cambiando la pieza. Ahora no es posible. Como todo está informatizado, tienes que acabar yendo a la casa oficial a que lo arregle un informático. Pues en las cabinas de cine pasa igual. «He de decir que con las bobinas el sistema era más complejo, pero una vez que ajustabas todo te podías despreocupar porque ya no fallaba. Era como un reloj de precisión suizo . ¿El problema? Que si los rodillos empezaban a gastarse o la maquinaria en general se hacía vieja, la imagen temblaba más de la cuenta. Generalmente, la gente está muy metida en la trama de la película y no se da cuenta, pero nosotros sí lo notamos», dice Postigo.

La inversión en el sistema digital se hizo con rapidez , sobre todo porque hubo muchas subvenciones del Estado para realizar dicha conversión. Un aparato de proyección digital cuesta desde los 80.000 euros de la primera época hasta los 50.000 de los más modernos, puesto que el precio ha ido bajando al generalizarse. De cualquier forma, hay salas, como los mismos Verdi, que mantienen los sistemas de proyección antiguos. «A veces damos películas antiguas con formato de bobina, o hacemos ciclos de cine clásico, o documentales, que requieren el sistema anterior, pero lo normal es que ahora todos los cines funcionen con el digital porque es mucho más cómodo para todos», señala Postigo.

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