Peter O'Toole, condenado a interpretar personajes históricos
El fallecido actor mostró su talento para calzar como un guante el amplio espectro de la psicología desviada
ANTONIO WEINRICHTER
Como ocurre con muchos otros actores , de preferencia británicos, que han compartido el cine con el teatro, es posible que los cinéfilos nunca hayamos podido ver el mejor trabajo profesional de Peter O’Toole : quizá su Shylock, su Petruchio o su Hamlet ... contuvieron ya tempranamente la e sencia de su arte , cuando era una de las estrellas jóvenes de la escena inglesa. Pero su trabajo para el cine no anda escaso en interpretaciones memorables , precisamente, aunque le basta con una para figurar en el panteón del séptimo arte: para el gran público su nombre evocará ahora, en el momento de su desaparición, la figura de T. E. Lawrence .
Lawrence de Arabia fue, en efecto, la película que en 1962 le colocó en el mapa , al principio mismo de su carrera cinematográfica, y el actor debió pasar los cincuenta años subsiguientes −hasta que anunció su retirada oficial en el año 2012 - negociando la pesada herencia de haber quedado marcado para siempre por un personaje complejo, atormentado y neurótico , pero cuyos demonios interiores no le impidieron cambiar el curso de la Historia.
Sentido natural de autoridad
A la sombra de este Lawrence, la carrera de Peter O’Toole pareció condenarle a encarnar… personajes históricos. Así, en el primer tramo de su carrera fue rey en más de una ocasión , dándose la circunstancia de que repitió monarca con sólo cuatro años de diferencia mediada la década de los sesenta: fue Enrique II en «Becket», pero también en «El león en invierno» ; y los críticos remarcaron cómo su segundo enriquesegundo era muy diferente, menos amanerado que el anterior. O’Toole proyectó durante toda su vida profesional un sentido natural de autoridad que le llevó a encarnar este tipo de personajes, sobre todo en producciones americanas (ya se sabe que para los americanos un buen acento inglés es garantía de clase): así, y hasta el final mismo de su carrera, fue un aristócrata decadente y loco que se creía Jesucristo en «La clase dirigente» (1972), fue emperador en «Calígula» (1979), fue un noble y coach de un imposible John Goodman en la paródica «Rafi, un rey de peso» (1991), emperador de Liliput en «Los viajes de Gulliver» (1996), rey en «Troya» (2004)…
La otra herencia de Lawrence fue la de mostrar su talento para calzar como un guante el amplio espectro de la psicología desviada. Uno todavía se estremece al recordar su inquietante oficial nazi en «La noche de los generales» (1967). Antes había recibido malas críticas por otro neurótico, el que encarnaba en «Lord Jim» (1964), papel del que el actor también renegaba pero el tiempo ha demostrado su genuina raigambre conradiana .
Más en general, O’Toole fue adquiriendo con el tiempo y su mantenido aunque no renovado (con megataquillazos) estrellato un peso específico que le hacía apto para personajes más grandes que la vida misma , como el colérico y rumiante (por su afición a los soliloquios) director de cine que hacía en uno de sus títulos más populares, «Profesión, el especialista» (1980). Y el tiempo también, el tiempo vivido, la edad marcada en la cara y los movimientos, es lo que le da un espesor especial a los papeles en los que hace de actor, de un actor temperamental, incluso alcohólico, como él mismo, en dos de sus mejores trabajos: la vieja y decadente star de antaño repescada para la televisión en «Mi año favorito » (1982), y el más viejo pero menos decadente actor que vive una relación vivificante con una jovencita en «Venus» , la película que en 2006 nada menos le valió la última de sus ocho infructuosas nominaciones para el Oscar.
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