La callada 'disputa' por las catacumbas de París
El Ministerio de Cultura y la alcaldía parisina pugnan por la «modernización» de un patrimonio material e inmaterial muy sensible
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Un escrito de las catacumbas de París
El ministerio de Cultura y la Alcaldía se «disputan» la defensa, salvación y restauración de una melancólica joya del patrimonio municipal y nacional, las catacumbas de París, donde están depositados los amenazados restos mortales de varios millares de hombres mujeres, célebres y menos célebres, ... que son una de las grandes atracciones turísticas de la capital.
Entre 600.000 y 700.000 turistas visitan anualmente los kilómetros de catacumbas que pueden visitarse de una red de cerca de veinte mil metros, subterráneos, pertrechados con velas y luces artificiales (teléfonos móviles, etcétera), para descubrir, de cerca, los osarios de la capital, cuya historia se confunde con la construcción de la ciudad moderna, entre finales del XVIII y principios del XIX.
Entre el año 1000 y principios del XVIII, París construyó una veintena de cementerios que comenzaron a entrar en crisis tras las guerras de religión de los siglos XVI y XVII: muchos cementerios comenzaron a dar síntomas inquietantes de podredumbre, con indicios de previsible propagación de enfermedades.
A mediados del XVI, los médicos de París denunciaron una situación amenazante. Un siglo más tarde, Voltaire denunció a las autoridades religiosas por la «baja calidad» de sus cementerios«. Bueno.
Un primer y legendario cementerio parisino, que databa del siglo V, en la actual Plaza de los Inocentes, en el corazón histórico de París, había sido habilitado como osario.
A partir de 1786, el Estado decide comenzar a construir osarios donde trasladar los restos mortales de millares de hombres y mujeres, que son bendecidos religiosamente y estaban llamados a proliferar por el París subterráneo, una red de canteras transformadas en osarios. La tendencia nacional a cubrir cualquier cosa con el manto sacro de la cultura, transformó las antiguas canteras en catacumbas, en recuerdo y homenaje a las catacumbas romanas de los primeros siglos de nuestra era, que también existieron en el París sometido al yugo imperial romano.
La Revolución de 1789 / 93, precipitó una suerte de trágica guerra civil: la revolucionarios entraron a saco en las catacumbas, destruyendo osarios… para terminar ofreciendo reposo definitivo a los restos mortales, no siempre identificados, de revolucionarios históricos devorados / guillotinados por la revolución, de Danton a Robespierre.
Napoleón devolvió a las catacumbas buena parte de su aura definitiva, restaurando lo que pudo restaurarse, clasificando los osarios, convirtiendo esa red de osarios municipales y nacionales en motivo de orgullo nacional.
Napoleón III y Eugenia de Montijo
En 1833, la jerarquía religiosa decidió la catalogación de las catacumbas como un lugar sagrado, aconsejando prohibir las visitas. Suele atribuirse al emperador Francisco José I de Austria la primera visita (1814) de las catacumbas parisinas de una gran personalidad internacional. Con éxito. Años más tarde, Napoleón III y su esposa, la última emperatriz de Francia, la granadina Eugenia de Montijo, hicieron una visita espectacular. Comenzaba la leyenda… siguieron, a paso de carga, las visitas de Bismarck y los reyes de Suecia…
Esa tradición real dio a las catacumbas parisinas un barniz de lugar «sagrado», misterioso, cuya visita permitía «tocar» (metafóricamente) los últimos restos mortales de hombres y mujeres que tuvieron un puesto anónimo o importante en la historia nacional. Violar ese espacio se consideró como una suerte de traición a la matriz espiritual de Francia. Durante las jornadas revolucionarias de la Comuna (1871), inmortalizadas por Baroja, los insurrectos entraron a saco en muchos osarios. Restaurado el orden, los culpables fueron fusilados «como ejemplo».
A lo largo del siglo XX, las catacumbas comenzaron a convertirse en un monumento de indispensable visita para viajeros y turistas ilustrados. Sin duda, la catedral de Notre-Dame, la basílica de Montmartre, la Torre Eiffel, el Louvre, tienen más visitantes. Pero visitar las catacumbas es un rito iniciático para turistas que sienten la tentación del «misterio espiritual».
A partir de 1983, la gestión de las catacumbas visibles y visitables se encomendó a la alcaldía de París. El 2002, las catacumbas fueron consagradas como un sitio histórico de la memoria nacional.
El desafío de su conservación
Con el paso del tiempo, los siglos, osarios y catacumbas comenzaron a acusar el paso del tiempo. Desde hace quince años, las catacumbas son cerradas regularmente, con el fin de proceder a obras, trabajos y reformas que permitan su conservación indefinida.
Isabelle Khafou, administradora del centro histórico Catacumbas de París, resume de este modo, los desafíos pendientes: «En nuestras catacumbas reposa una parte significativa de nuestros ancestros parisinos. Es un patrimonio que debemos preservar, conservar, para la historia y las generaciones futuras». Tarea que tiene un costo financiero y requiere técnicas de conservación muy especializadas.
Es en ese terreno donde el Museo Carnavalet, dependiente de la red de museos nacionales, controlada por el ministerio de Cultura, y la alcaldía de París, responsable de la gestión de muchas de las antiguas canteras subterráneas, sostienen una callada «disputa» por la «modernización» de un patrimonio material e inmaterial muy sensible.
El patrimonio material (huesos, osarios, paredes de las catacumbas) reclama un tratamiento frágil y delicado. El patrimonio inmaterial (la memoria de algunos hombres ilustres, como Rabelais, La Fontaine, Colbert, Danton, Robespierre) es fácil de identificar y difícil de realizar. ¿Cómo rendir grandes homenajes a unos huesos conservados en unos subterráneos?