Tarsila do Amaral, la 'caníbal' brasileña que devora el Guggenheim de Bilbao
El museo reivindica a esta gran figura del arte latinoamericano, «una caipirinha vestida por Poiret», con una retrospectiva que reúne 140 obras
Hilma af Klint, la pintora que 'inventó' la abstracción y se llevó el secreto a la tumba
Bilbao
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Iniciar sesiónLas mujeres protagonizan la temporada del Guggenheim de Bilbao. A punto de aterrizar Miren Arzalluz, que fue designada como nueva directora del museo (en abril cogerá el testigo de Juan Ignacio Vidarte), la brasileña Tarsila do Amaral abre la programación expositiva, ... a la que seguirán otras artistas como Helen Frankenthaler, Barbara Kruger y Maria Helena Vieira da Silva.
Emblema del modernismo brasileño, es una de las grandes figuras de las vanguardias latinoamericanas. La exposición que le dedicó en 2009 la Fundación Juan March fue un punto de inflexión. En 2018 y 2019 llegarían retrospectivas en el MoMA y en el Museo de Arte de Sao Paulo. En estos momentos, la Royal Academy de Londres exhibe '¡Brasil! ¡Brasil! El nacimiento del modernismo', que incluye obras de Tarsila do Amaral, entre otros artistas. Sus pinturas (apenas unas 230), arrasan en el mercado: 'La luna' fue adquirida en 2019 por el MoMA por 20 millones de dólares.
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La 'inventora' de la abstracción que se llevó el secreto a la tumba
Natividad Pulido
Aterriza ahora en el Guggenheim bilbaíno con una exposición, 'Tarsila do Amaral. Pintando el Brasil moderno' (del 21 de febrero al 1 de junio), comisariada por Cecilia Braschi (Geaninne Gutiérrez-Guimaraes se suma al proyecto en España). Organizada junto con GrandPalaisRmn –se vio en 2024 en el Museo de Luxemburgo–, reúne unas 140 obras.
Tasila do Amaral (Capivari, 1886-Sao Paulo, 1973) pertenecía a una familia de terratenientes cafeteros. Su abuelo, conocido como 'O Milionário', llegó a tener 400 esclavos trabajando en sus cafetales. De 1902 a 1904 estuvo con su hermana Cecilia en el Colegio del Sagrado Corazón de Barcelona, donde pintaba copias de santos. Y de 1920 a 1922, en París, donde estudia en la Académie Julien. En 1922 se celebra la Semana de Arte Moderna en Sao Paulo, donde estalla la vanguardia brasileña gracias a un grupo de pintores, músicos y escritores, a los que se sumaría más tarde Tarsila. Junto a la pintora Anita Malfatti y los escritores Oswald de Andrade, Menotti Del Picchia y Mário de Andrade forman el Grupo de los Cinco. Tras divorciarse de André Teixeira Pinto, su primer marido, un primo de su madre, con el que se casó en 1904 y con quien tuvo a su única hija, Dulce, se casaría en 1926 con Oswald de Andrade.
Como confesaba la propia Tarsila, 1923 fue un año decisivo en su carrera. Regresa a París, donde se mete de lleno en la efervescente escena artística. Abraza el cubismo, que ella concibe como el «servicio militar» del artista moderno («todo artista, para ser fuerte, tiene que pasar por él»). Hay tres pintores que tuvieron una influencia decisiva en su formación: André Lhote, Fernand Léger y Albert Gleizes. También, el poeta Blaise Cendrars. Tarsila se codeó con la aristocracia de la bohemia: Picasso, Miró, Cocteau, los Delaunay, María Blanchard... Esta le diría en una clase: «Vous savez trop» («sabes demasiado»).
Exótica, sofisticada, cosmopolita (hablaba francés, tocaba el piano, vestía de Patou y de Poiret), Tarsila deslumbra en París con el personaje que ha creado, una imagen que se convierte en su propia marca y con la que ilustra la portada de los catálogos de sus exposiciones: el pelo recogido muy tirante, los labios pintados de un intenso carmesí y unos pendientes largos. Así se autorretrata en 1923 y 1924. El resultado, una Tarsila 'exotizada', que fascina en la capital francesa, como ocurrió con Frida Kahlo en Estados Unidos. Ambos autorretratos cuelgan en la exposición junto a otro, 'Caipirinha', de 1923, en el que se pinta de forma cubista pero como una campesina brasileña. Esta dualidad entre París y Sao Paulo marcaría su vida y su obra, tan complejas. «Una caipirinha vestida por Poiret». Como una campesina brasileña vestida por el modista francés Paul Poiret la definió Oswald de Andrade en el poema 'Atelier'.
A su regreso a Brasil en 1924, Tarsila do Amaral viaja a bordo de un Cadillac por el país (Sao Paulo, Río de Janeiro, Minas Gerais) con el objetivo de reconectar con sus raíces, redescubrir el paisaje, la tierra, las tradiciones y hallar su identidad como pintora brasileña. «Quiero ser la pintora de mi tierra. Soy profundamente brasileña», escribe a su familia.
Hay dos ausencias muy destacadas en la exposición. Por un lado, 'Abaporu', icono y símbolo del arte brasileño y latinoamericano. Algo así como la 'Mona Lisa' de Brasil. El cuadro, un regalo de cumpleaños para su esposo, representa una figura con una cabeza minúscula y un cuerpo gigantesco, un cactus y el sol. El cuadro está en manos, cómo no, del coleccionista argentino Eduardo Costantini (lo compró en Christie's de Nueva York en 1995 por 1,3 millones de dólares, hoy su precio sería astronómico). Atesora en el Malba de Buenos Aires las obras clave de los artistas de Latinoamérica: Frida Kahlo, Diego Rivera, Leonora Carrington, Remedios Varo... y Tarsila do Amaral. 'Abaporu' no se presta.
Cuelgan en las salas del Guggenheim un par de bocetos junto al 'Manifiesto antropófago', publicado en 1928 por Oswald de Andrade y que dio lugar a Antropofagia. Este movimiento se crea en torno a 'Abaporu', palabra en lengua indígena tupí-guaraní que significa 'hombre que come hombre'. Un canibalismo artístico con el que Tarsila devoró las vanguardias europeas digiriéndolas en una modernidad brasileña completamente propia.
Tampoco está en la exposición 'A Negra', del Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de Sao Paulo. Una obra muy solicitada. Solo cuelgan dos bocetos del cuadro, que sí estuvo en la sede parisina de la exposición. Hay mucha crítica en Brasil, explica Cecilia Braschi, en torno a la mirada de esta mujer, blanca, rica, culta, independiente (Tarsila) sobre esa mujer negra, que al parecer era una esclava de la hacienda familiar que la amamantó. La esclavitud se abolió en Brasil dos años después de que naciera Tarsila. Hay quienes ven una mirada racista, de subordinación de la modelo. «Hay que repensar la presencia de los negros, y especialmente las mujeres negras, en el arte. Es un debate muy actual. El museo donde se halla ha realizado una nueva instalación en torno al tema de las mujeres negras en el arte brasileño». La comisaria no quiere juzgar a la pintora, no ve un «racismo personal» en Tarsila, que tiene una mirada muy 'europeizada', sino un «racismo intrínseco, estereotipado, cultural».
La exposición no se centra solo en su época más conocida. También aborda una etapa un tanto oscura, en la que, tras arruinarse con el crack de la Bolsa de Nueva York del 29 y separarse de Oswald de Andrade, viaja con su nueva pareja (Osório César, un psiquiatra e intelectual de izquierdas) a la URSS. Hay una sala dedicada a esta pintura militante, que oscila entre el realismo social y el muralismo mexicano y cuya paleta se oscurece. Junto a la pintura más conocida de este periodo, 'Obreros', cuelgan lienzos inéditos. Su paso por la Unión Soviética la llevó a la cárcel en 1932 a su vuelta a Brasil, acusada de ejercer proselitismo marxista. Estuvo retenida casi un mes.
De 1933 a 1949 Tarsila cae en el olvido, del que sale en 1950. Sufrió la tragedia de las muertes de su hija, Dulce, y su nieta Beatriz. Su última pareja fue el escritor Luís Martins. El recorrido de la exposición acaba con sus últimas pinturas, en las que vuelve a los motivos de sus composiciones anteriores, pero parece un tanto perdida. Le achacan que copie lo que ya hizo antes. Ya no tiene su obra la frescura de sus trabajos de los años 20. La abstracción geométrica, los rascacielos, el nacimiento de Brasilia... se cuelan en su pintura. No hay una Tarsila, hay muchas. Fue una mujer, una artista, siempre fuera de lugar: 'exotizada' en París y 'europeizada' en Brasil.
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