Muere Fernando Botero, el pintor colombiano más universal
El artista fallece a los 91 años en Mónaco. Días antes, había sido ingresado en el hospital a causa de una neumonía
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Madrid
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Iniciar sesiónEl suizo Alberto Giacometti puso a dieta el mundo del arte con sus figuras filiformes y estilizadas. Y el colombiano Fernando Botero lo plagó de seres obesos, celulíticos, talla XXL, aunque él siempre negaba la mayor. «Nunca he pintado ni esculpido a un ... gordo o una gorda. Nadie me cree, pero es cierto». Lo explicaba así: «He hecho siempre una exaltación del volumen, de la forma. Empecé intuitivamente, cuando tenía 15 o 16 años, a hacer estas figuras excesivas. Me atraía la violencia de la forma, la agresividad de la abundancia, no sé por qué. Después, en Europa conocí la pintura del Quattrocento, la exaltación de la forma de la pintura italiana... Entonces racionalicé la importancia del volumen, que yo hacía intuitivamente. La interrupción del volumen en el espacio en la pintura es la mayor revolución que ha habido. No existía antes de Giotto. Hoy hay mucha pintura plana, pintores que no creen en el volumen. Yo sí creo». Quien mejor ha definido su sensual exaltación del volumen es Mario Vargas Llosa. «La quieta y suntuosa abundancia». A Botero le parecía una expresión muy poética: «Hay una abundancia en el arte, parece que siempre es excesivo, en el color, en la forma...»
Colombia, y el mundo entero, llora a Fernando Botero (Medellín,1932), su artista más universal, quien falleció a los 91 años, tan solo cuatro meses después que su esposa, la pintora y diseñadora de joyas de origen griego Sophia Vari, pura elegancia. Botero murió como siempre quiso: trabajando hasta el último aliento de su vida. En 2012, con 80 años, confesaba que su aspiración era seguir vivo. Para poder pintar. «Cuando se acabe esto ya no podré hacerlo más».
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Días atrás sufrió una neumonía que le obligó ingresar a un hospital de Mónaco. Salió el jueves para recuperarse en casa, pero no pudo ser. Fue su hija Lina, comisaria de muchas de sus exposiciones, quien dio la triste noticia: «Llevaba cinco días bastante delicado de salud porque había desarrollado una neumonía. Murió con 91 años, tuvo una vida extraordinaria y se fue en el momento indicado». Poco después, era el presidente de Colombia, Gustavo Petro, quien escribía en redes sociales: «Ha muerto Fernando Botero, el pintor de nuestras tradiciones y defectos, el pintor de nuestras virtudes. El pintor de nuestra violencia y de la paz. De la paloma mil veces desechada y mil veces puesta en su trono».
Hedonismo y belleza
Exquisito, refinado y elegante, con hechuras y ademanes que recordaban más a un divo de ópera que a un artista plástico, Botero vivió en los lugares donde todos querríamos vivir, siempre rodeado de belleza: La Toscana, Grecia, París, la Costa Azul... Se casó tres veces. ¿Se considera un hedonista, un dandi, un seductor?, le pregunté en cierta ocasión «No, en absoluto. A mis 80 años no estoy para conquistas. Pero la belleza me ha interesado siempre». Comenzó como dibujante en un periódico en Medellín. A los 18 años era ilustrador de la página literaria del periódico 'El colombiano'. Hizo su primera exposición a los 19 años. Vendió su primera obra a un abogado: era la cabeza de una mujer.
Pese a llevar mucho tiempo viviendo fuera de Colombia (aunque conservaba su casa), siempre se sintió cien por cien colombiano. Muestra de ese amor incondicional por su país, hizo dos importantes donaciones a Bogotá y Medellín. Descolgó de sus casas de París, Nueva York y Pietrasanta (Italia) obras maestras que fue adquiriendo en los últimos 25 años y retiró de bancos suizos cuadros y esculturas que mantenía en depósito. Y ese inmenso legado (más de 200 obras) lo regaló a su país. «Con mi donación espero haber aportado una nota de alegría, optimismo y esperanza». Pero puso una cláusula: «Los cuadros no podrán salir nunca del museo, bajo ningún concepto. En Iberoamérica, hay peligro de que un presidente o un embajador diga: mándeme unos cuadros para decorar mi despacho. Eso ya ha pasado en Colombia y no quiero que pase con mi colección». El Museo Banco de la República. Donación Botero de Bogotá reúne 90 obras de su colección, además de un centenar de piezas propias. En Medellín, su ciudad natal, alberga otro importante grupo de obras.
Su esposa, Sophia Vari, pintora y diseñadora de joyas de origen griego, falleció en mayo, solo cuatro meses antes que él
Desde la distancia, siempre le dolió Colombia, como a Unamuno le dolía España. «Espero fervientemente que la situación política mejore y el proceso de paz dé resultado. No hay un cese del fuego, sigue el sabotaje, el secuestro...», decía. Sabía muy bien de lo que hablaba. En el Parque de San Antonio de Medellín se halla «Pájaro herido», de Botero, que explotó en un atentado en 1995, en el que murieron 23 personas. Aún no se sabe si fue como respuesta a la detención del líder de un cártel de la droga o como protesta por los 800.000 dólares que costó la escultura de Botero, cuyo hijo era ministro de Defensa por entonces en Colombia. A su lado, «Pájaro de la paz», regalado por el propio Botero.
Arte en vena
Amaba el arte por encima de todo. «Cuando pienso en el gran arte, pienso en los grandes maestros de la pintura y ese pensamiento me guía en mi trabajo. Sé qué es la belleza o la calidad absoluta del arte, que está en manos de diez artistas de la Historia. Son faros que me guían en mi trabajo». Velázquez, Tiziano, Rubens, Miguel Ángel, Rafael... En su 75 cumpleaños, siete galerías de Europa y América le rindieron homenaje con «Botero global». «No creo que ningún artista vivo haya hecho tantas exposiciones en tantos sitios tan diversos», decía. Se mantuvo siempre fiel a la figuración, tanto en pintura como en escultura. Entre sus series pictóricas más célebres, Latinoamérica, religión y clero, el circo, homenajes a los maestros del arte, la corrida, naturalezas muertas, Abu Ghraib... «Me impresionó, como al mundo entero, la revelación de que los americanos estaban torturando en la misma casa donde torturaba Sadam Hussein. Sentí una ira terrible por la hipocresía, porque un país que se presenta como el modelo de la compasión y defensor de los derechos humanos no podía hacer eso. Esa doble moral me pareció terrible. Por esa ira me puse a pintar». Hubo quien le tildó de antiamericano: «No es ser antiamericano, sino una reacción humana de un artista contra un crimen». También hizo una serie sobre la violencia en Colombia, pero no quería convertirse en el «cronista de las desgracias». Sus obras, decía, «siempre provocan una reacción. No hay indiferencia: o las odias o te entusiasman».
En 1994 expuso 21 esculturas monumentales en el Paseo de Recoletos de Madrid. Donó una a la ciudad. Y en 2020, el Ayuntamento de la capital mostró una completa retrospectiva de seis décadas de trabajo. No le molestaba que su obra sea tan identificable. Sabes que es un Botero a la legua. «Me parece un logro enorme haber encontrado una forma de expresión tan distinta a todo. Pocos artistas lo logran». No le interesan artistas como Koons o Hirst: «Conozco sus obras, porque están por todas partes, pero no me interesan sus obras ni los admiro a ellos». Tampoco el Guggenheim Bilbao escapó a sus afilados dardos: «Es un museo que se concibió como un monumento al arquitecto, Gehry. Es un arquitectura revolucionaria, pero un lugar prácticamente imposible para hacer exposiciones». En 1949 hizo la escenografía de 'Ardiente oscuridad', de Buero Vallejo, que dirigió José Tamayo en Medellín. Entonces se inspiró en Magritte y Dalí. Muchos años después, trabajó en la ópera 'La hija del Regimiento', de Donizetti, en el Teatro de la Zarzuela.
Los toros eran otra de sus grandes pasiones. Estuvo a un paso de vestir él traje de luces. Siendo aún un niño acudía a las corridas de toros en Medellín, acompañado por un tío suyo muy aficionado, que llegó, incluso, a inscribirle en una escuela de tauromaquia. «Me faltó el valor. Era el mejor en el toreo de salón, pero no pasé de ahí». No llegó a ponerse delante de un toro, pero la experiencia le sirvió para tomar la alternativa en otra disciplina artística -menos peligrosa, pero igual de apasionante-: la pintura. Su afición al arte la logró a partir de su afición a dibujar toros y toreros cuando estaba en el colegio. Sentía devoción por Manolete: «Es el torero que más me ha emocionado. Sólo lo vi una vez, en Medellín, pero me dejó un recuerdo inolvidable. Nunca había visto tanta personalidad y presencia en la plaza».
Se mostró muy crítico con la prohibición de los toros en Cataluña. «Me parece absurdo y doloroso que priven a tanta gente de una pasión como esta. No solo los toreros, que viven de ello, sino también el público. Esta prohibición tiene mucho más que ver con la política que con la realidad misma. En Bogotá, el alcalde también decidió prohibir las corridas. Y en Ecuador prohibieron matar los toros. No sé qué está pasando. Hay que respetar a la gente que tiene esta pasión, que da trabajo a muchos y proporciona alegría a la gente. Es una gran tradición cultural: pintaron la corrida Manet, Goya, Picasso, Bacon... No se da con el fútbol. No hay un gran arte inspirado en el fútbol. Es un mal momento para la tauromaquia, para el arte... Para todo».
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