Redescubriendo a Julio Romero de Torres

«No es una reforma, es una reinauguración», sintetiza la directora de los Museos Municipales y máxima experta en la obra del autor, Mercedes Valverde. Quizá por eso desde el pasado martes la entrada es libre y los cordobeses acuden en masa a disfrutar de un centro que sin dejar de ser el mismo se ha renovado.

Más de medio millón de euros ha invertido el Ayuntamiento en estos trabajos financiados con fondos «anticrisis» y que comenzaron a primeros de agosto de 2010. El nuevo aspecto, unido a las jornadas de puertas abiertas, ha disparado las visitas: 550 el martes y 400 sólo en la mañana del miércoles. Todo un récord para un centro acostumbrado a una media de 5.500 al mes.

El trabajo está a la vista del visitante o, aún sin percibirse directamente, puesto a su servicio. Así, el Museo Julio Romero de Torres es uno de los primeros que cuenta en España con iluminación LED , algo que los visitantes ya han comenzado a notar, igual que las tabletas de guía donde se da una explicación de los trabajos.

El centro además ha eliminado las barreras arquitectónicas y cuenta con un ascensor desde la planta baja hasta la primera, de forma que quien acceda en silla de ruedas no tendrá problemas y además hará el trayecto escoltado por una reproducción del cuadro «Naranjas y limones».

Hay el doble de videocámaras de seguridad, se han impermeabilizado las cubiertas y se han modernizado las instalaciones, pero los espectadores andan sobre todo buscando al pintor, y menos a su casa, aunque esté remozada. Junto a la taquilla está la primera novedad: una vitrina con objetos relacionados con Julio Romero de Torres , desde libros que tienen sus obras en la portada hasta publicidad, sellos y todo tipo de objetos.

La Sala Íntima no ha variado mucho, pero tiene el primer anticipo en las paredes: el ya conocido como «rojo Caravaggio». Se trata de un tono conseguido gracias a las indicaciones del pintor cordobés Ginés Liébana, y que destaca por su calidez e integración con el conjunto.

Por las escaleras se accede a la primera planta, donde las galerías rebosan de miradas. Las obras toman una nueva luz entre la luz LED y el rojo de las paredes. A la izquierda, en un rincón, «La capilla», donde están las obras religiosas del autor. Preside la estancia el llamativo «Retablo de la muerte de Santa Inés», donde las señas de identidad del pintor en la belleza femenina se funden con la tradición de la pintura cristiana.

Inés González, María del Carmen Castilla y Lola Jiménez están admiradas de lo que ven, pero comentan que no ven sacralidad en las obras religiosas de Romero de Torres. «Puede la belleza de la mujer», dicen, para después puntualizar que sí consigue espiritualidad con «la pena de la muerte», tan presente en su obra. Están en la segunda de las salas, la dedicada al flamenco, y en ella abundan los desnudos. «Son impresionantes, sabía pintar a una mujer», dicen, mientras aprueban con sus palabras la reforma. «El color es llamativo, y las obras resaltan bastante», cuentan mientras elogian la perfección de algunas pequeñas obras, como «Viva el pelo».

En la sala están «Alegrías», «La nieta de Trini» y «La consagración de la copla», con toda su carga simbólica. Siguiendo, a la izquierda, los retratos. Fue, explicó Mercedes Valverde, una de las tareas a las que el pintor dedicó más tiempo, fruto de los encargos de sus protagonistas. Como si fuese una moderna galería de imágenes, una de las paredes recoge cuadros de muy pequeño formato, que sin embargo son ventanas privilegiadas donde recoger el peinado de moda en cada época, la ropa que se llevaba y la belleza femenina, eterna protagonista.

De allí a la tenida como sala principal. El denominador común de los cuadros es el fondo, y en Romero de Torres rara vez es otro distinto a Córdoba, su ciudad. Una de las paredes la dominan «El pecado» y «La gracia», los dos lienzos simbólicos que se complementan. En frente, «Poema de Córdoba», con sus siete paneles hablando de la esencia de la ciudad, y alrededor las obras más emblemáticas, como «En la Ribera», «Ofrenda al arte del toreo», «Ángeles y Fuensanta» y, por supuesto, la recién restaurada «Chiquita piconera».

Ante ella están dos jóvenes que parecen hablar con conocimiento de causa y se fijan en detalles técnicos. Con razón: son pintores y residentes en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores. «Estábamos deseando que el museo abriera para verlo», dice Juan Manuel Moreno Sánchez, que quiere hacer su proyecto a partir de la obra de Julio Romero de Torres. El rojo les gusta, dicen, porque no llama la atención y les permite disfrutar de la obra de un autor que les impacta por su casticismo. Hasta la música, una versión para guitarra de la «Iberia» de Albéniz, les parece apropiada para su relajada visita.

Fuera ya hay una cola que sale a la plaza del Potro esperando para entrar. Las pequeñas pegas del éxito.