La ley del deseo impera en el arte
Bajo el título «Lágrimas de Eros», el Museo Thyssen y la Fundación Caja Madrid inauguran hoy la exposición más esperada de la temporada, en la que se revisan todos los tormentos de la pasión
Es ésta una historia de inocencia, pecado, tentación, culpa, expiación, muerte... Todos los tormentos de la pasión y el lado oscuro del deseo sexual se hallan atrapados en las 120 obras que conforman esta exposición de alto voltaje y que, bajo el título «Lágrimas de ... Eros», se inaugura hoy en sus dos sedes: el Museo Thyssen y la Fundación Caja Madrid. Tomando como hilo conductor el libro de George Bataille del mismo título, Guillermo Solana, director artístico del Thyssen y comisario de la muestra, da cabida en ella a todos los grandes mitos de Eros (y su relación con Thánatos) y aborda todas las aristas del deseo.
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La publicidad está hoy inundada de erotismo. Basta con echar un vistazo a las últimas campañas de Armani o Dolce & Gabbana para comprobar cómo sube la temperatura unos cuantos grados cada vez que te das de bruces con una de ellas por la calle. Primero fueron los Beckham y ahora Eva Mendes, Megan Fox y Cristiano Ronaldo los nuevos iconos eróticos... en ropa interior. Pero la ley del deseo es tan antigua como la vida misma. Ahí está desde el origen del mundo. Podemos comprobarlo visitando a Courbet en el Museo d'Orsay.
Para todos los públicos
Esta exposición, apta para todos los públicos —aclara el comisario—, revisa todos los nichos del deseo desde el gran arte. «No se han querido exhibir rarezas de coleccionistas erotómanos», aclara Solana. Pero siempre los ha habido. Recordemos la sala reservada de Godoy, en la que, entre otros tesoros, guardaba la «Maja desnuda», de Goya, y la «Venus del espejo», de Velázquez. Esta última, una de las pinturas más eróticas de la Historia del Arte. Incluso hay museos, como el Arqueológico de Nápoles, que tienen un gabinete secreto para el arte más subido de tono.
La perversidad, suelen decirnos, está en la mirada. No sabemos si los visitantes que se acerquen a ver esta muestra serán libidinosos o no, pero motivos para serlos, haylos, y muchos: voyeurismo, exhibicionismo, fetichismo, sadomasoquismo... Comenzamos el recorrido por esta excitante exposición en el Museo Thyssen. Absténganse cardíacos. La primera sala está protagonizada por la musa erótica por excelencia, Venus, diosa de la belleza y el amor, inocente y seductora al mismo tiempo. Cuenta Hesíodo que Afrodita (Venus en su versión latina) nació adulta del semen de Urano que arrojó al mar su hijo Cronos. De ahí que encontremos en este primer espacio motivos simbólicos relacionados con Eros, como las lágrimas. Las hay bellísimas (Man Ray, Kiki Smith). También el mar o las largas cabelleras que se atusan dos deidades ensimismadas en sendos cuadros de Amaury-Duval y Bouguereau. No falta tampoco la correspondencia bíblica de la diosa pagana: Eva. Y con ella llegó la tentación en forma de serpiente. Como las que se enroscan en los cuerpos de Nastassja Kinski y Rachel Weisz —la Hipatia de Amenábar—, fotografiadas por Richard Avedon y James White, respectivamente. Sólo falta Salma Hayek bailando para Tarantino y Clooney en «Abierto hasta el amanecer». A destacar, dos excepcionales préstamos del Museo d'Orsay: «La encantadora de serpientes», de Rousseau, y un relieve («Enamoraos y seréis felices») que esculpió Gauguin en su última casa en las islas Marquesas.
Los peligros de la seducción están encarnados en la muestra en dos monstruos mitológicos: la esfinge y la sirena. La cara más bestial y perversa de la primera la firma Louise Bourgeois en «Nature Study» —su peculiar forma de vengarse de su padre—. No faltan célebres esfinges contemporáneas, como Patti Smith —cual felina a punto de saltar sobre su presa— y Kate Moss —cual contorsionista en una postura imposible—, de la mano de Mapplethorpe y Marc Quinn, respectivamente. En cuanto a las sirenas, los visitantes se sentirán irremediablemente atraídos por el canto de una de ellas, «La mujer en las olas», de Courbet (préstamo del Metropolitan), toda voluptuosidad y sensualidad. Y si ha logrado escapar a sus encantos, siempre podrá caer en las tentaciones, como San Antonio, a quien el diablo tendió una trampa en el desierto. En esta sección podemos admirar obras de Cézanne, Furini, Picasso, Saura o Von Stuck, uno de los artistas que se repite a lo largo de toda la exposición.
El regreso de Bernini
Pero si hay un santo que ha dado y sigue dando de sí en el mundo del arte, ése es San Sebastián, «convertido en icono gay, alzado a los altares del homoerotismo», según Guillermo Solana. Así lo vieron autores como Rilke, Wilde y Mishima. Es una de las salas más conseguidas de la muestra. En el centro, el excepcional mármol de Bernini, que Georg, hijo del barón Thyssen, ha cedido al museo no sólo para la exposición, sino que se quedará a largo plazo. Alrededor de él, espléndidas versiones del joven —ex capitán de la guardia pretoriana—, atado a un árbol, desnudo y atravesado por las flechas, firmadas por Ribera, Guido Reni, Moreau, Bronzino... Esta última es, según el comisario, una de las imágenes más perversas. La más bella es, sin duda, la de Reni, cedida por el Prado.
Y si hablamos de perversiones, la sala dedicada a Andrómeda es la más potente y de mayor fuerza visual de toda la exposición. Tras matar a la Gorgona, Perseo volvía volando a su patria cuando divisó a una joven encadenada a unas rocas, que estaba a punto de ser sacrificada por un monstruo marino. El mito remite a la esclavitud erótica. Excepcionales, las «Andrómedas», de Doré, Millais y Rubens (esta última acabada por Jordaens). Junto a las «Andrómedas» clásicas, las más modernas de Dalí, Óscar Domínguez... y las contemporáneas de John de Andrea (una escultura hiperrealista de una mujer desnuda) y el fotógrafo Philip-Lorca DiCorcia (con su versión streaper del mito).
No podía faltar en una exposición dedicada a Eros el beso. Los hay caníbales (Nan Goldin), vampirizados (Munch), lésbicos (María Martins), de película (Warhol), ciegos (Magritte)... Y está el «Cristo y la Magdalena», de Rodin, que merece capítulo aparte. Suele estar habitualmente en el vestíbulo del Museo Thyssen, pero quizá pocos se hayan detenido a observar lo fuerte de la escena: una Magdalena desnuda se abraza con pasión a un Cristo crucificado. No es de extrañar que nunca se expusiera en vida del artista. Como curiosidad, Carmen Thyssen desveló que August, el abuelo del barón, quería que esta escultura estuviera en su tumba. La muestra del Thyssen se cierra con una espléndida sala con tres vídeos de Bill Viola, una suerte de «tríptico de la vida».
El sueño de Beckham
Guillermo Solana ha reunido en la Fundación Caja Madrid, en su sede de la Sala de las Alhajas, un grupo de obras en las que la muerte aparece erotizada. Ahí está el llanto de Apolo por la muerte de su amante Jacinto o el sueño de Endimión (el bello pastor del que se enamoró Selene, la diosa de la Luna), reencarnado en el mismísimo David Beckham, en un vídeo de Sam Taylor-Wood. El contrapunto lo ponen las féminas. Por un lado, la agonía —asociada al orgasmo— de las suicidas Cleopatra y Ofelia; por otro, la figura lujuriosa y lasciva de la pecadora arrepentida por excelencia: la Magdalena. Se echan en falta en este apartado importantes préstamos: ha quedado un tanto pobre la selección. Cierra la exposición un «juego de decapitaciones» (Salomé y el Bautista, Judith y Holofernes, David y Goliat). Para Freud, la decapitación era una imagen simbólica de la castración.
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