El viaje al delirio de Martin Scorsese
El viaje al delirio de Martin Scorsese
Un hospital es algo desalentador. Un hospital psiquiátrico, más aún, es deprimente. Y si quien lo dirige es Ben Kingsley con su jeta de taxidermista loco, pues cualquier kilómetro que haya por medio será bien recibido. El colmo es que esté en una isla, «Shutter ... Island», y que el director de la película sea Martin Scorsese... Pues ahí es dónde va a parar el personaje de Leonardo DiCaprio, el policia Teddy Daniels, para investigar la desaparición de una peligrosa paciente.
Cualquiera que haya leído la novela de Dennis Lehane sabe que «Shutter Island» es un billete al trastorno, la confabulación y el suspense más absolutos, que uno va en patines por las páginas. Pues esa misma sensación se tiene sobre la película de Scorsese, pero en una tabla de surf, a golpes de viento, de supuestos «flash-backs», de alucinaciones, de cambios de guión (tiene uno de los más sorprendentes que se recuerdan), de papeles, de género y hasta de intenciones. De hecho, el final lo deja a uno tan desconcertado como un rapero en la filarmónica.
Brillante y excesiva
«Shutter Island» es brillante, excesiva, tramposa (el punto de vista es una gota de mercurio) y contiene la magnífica interpretación de DiCaprio, tan al albur de los acontecimientos como el propio espectador. La mezcla de terror gótico con lujosa serie B y con terrible drama semioculto es brutal, una especie de emplaste entre Hitchcock y Stroheim, y lo más satisfactorio de ella es probablemente lo insatisfecho que te deja, como si le faltara agua a la pecera. Hay dos modos rotundos y contradictorios de entender «Shutter Island», y los dos son irrespirables.
Toda la amargura de la película de Scorsese no era más que otro puñadito de la mucha que aporto ayer el cine de la competición. Una película rumana de Florin Serban, «Si quiero silbar, silbo», y la danesa «Submarino», de Thomas Vinterberg. La primera transcurre en una cárcel y el protagonista es un joven desarraigado, una historia fea de madre e hijos rodada por Serban sobre la nuca del protagonista (Florin Serban ha de ser un seguidor de los Dardenne o de Gus Van Sant). Y «Submarino» es, sencillamente, terrible y viene a enfocar unos personajes destruidos desde niños por su propio ambiente familiar, y como ellos reproducen cada una de sus desgracias, taras y anhelos. Lo bueno de darse una sesión completa de cine deprimente y desolador es que luego sale uno a la calle helada y ve florecer hasta las farolas.
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