Los últimos caminos de Javier Reverte
Acaba de publicarse ‘La frontera invisible. Un viaje a Oriente’, el tercero de los libros que Javier Reverte dio a la imprenta antes de fallecer el 31 de octubre de 2020
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Iniciar sesiónJavier Reverte afrontó su último viaje pertrechado de una mochila cargada de fármacos, la lectura de libros imperecederos sobre Oriente y la certeza de que le quedaba muy poco tiempo entre los vivos. El escritor madrileño, fallecido el 31 de octubre de 2020 , ... dejó a David Trias, su editor durante dos décadas, instrucciones precisas en cuanto al orden de publicación de sus tres últimos títulos , todos póstumos : una novela, ‘Hombre al agua’ ; sus memorias, ‘Queridos camaradas’ ; y un cuaderno de viaje, ‘La frontera invisible. Un viaje a Oriente’ , en el que proyecta su mirada a ras de suelo en torno a esa divisoria imprecisa que separa dos formas, casi siempre contrapuestas, de concebir el mundo.
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El escritor, muy tocado ya en la salud, convenció a sus médicos para trazar la última estampa , desafectada y socarrona como todas las suyas, en un periplo con partida en Estambul y meta inicial en Isfahán (Irán), a casi tres mil kilómetros de distancia. Por qué un destino tan desacostumbrado como ese enclave en el centro del país se explica por esa mezcla de curiosidad y capricho que le movía a elegir sus itinerarios. En este caso, él mismo lo cuenta en el prólogo del libro: una imagen vista en un periódico de la cúpula de la mezquita situada en la plaza de la ciudad le ayudó a zafarse de la melancolía y emprender la marcha. «¿Por qué no ir a Isfahán?».
Trias recuerda el entusiasmo y la dedicación del autor durante los preparativos. «Javier era muy concienzudo en la labor de documentación previa, y eso se nota en sus textos, cuajados de referencias literarias e históricas de autores y personajes que ya habían dejado sus impresiones y referido sus experiencias de los lugares que le interesaban». En este caso, Chateaubriand, Blasco Ibáñez, Camba, Loti y Ruy González de Clavijo, entre otros, acompañan al escritor, junto a la farmacia ambulante que era su bolsa de viaje («píldoras, jarabes, cremas e inyecciones»), por las calles de Estambul, Ankara y Teherán. O en los vagones de tren desvencijados que para Reverte eran una forma más de felicidad.
También planea la sombra de Alejandro, y la de Atatürk , el padre de la Turquía moderna. Murió joven, de una cirrosis provocada por su alcoholismo. La figura de Mustafá Kemal suscita una valoración algo contradictoria en el juicio del viajero: «No solo Atatürk liberó a las mujeres del serrallo, les arrebató el velo y las llevó al Parlamento; además, abrió universidades y escuelas y cerró seminarios musulmanes (las madrasas); les quitó a los hombres turcos, de un guantazo, el feo cucurucho rojo, un atuendo de significado integrista que era obligatorio por orden del sultán, y les recomendó los sombreros y las chisteras parisinos; armó una constitución que desbarataba la sharía (la ley islámica); creó un código civil que imitaba al de Suiza, y enseñó a leer a la gente de su país...». Hasta aquí lo bueno. Ahora lo malo: «Era, sin embargo, autoritario en exceso: intentó crear un partido de oposición para hacer posible la democracia, pero lo prohibió de inmediato al considerarlo poco revolucionario. Hitler le admiraba y también los fascistas españoles, como Ramiro Ledesma ». De algún modo, Atatürk pasó a la historia como un caudillo cargado de buenas intenciones, un extremista secular obsesionado con occidentalizar su país aun al precio de desdibujar la propia identidad de este. Reverte consigna esta doble faz para que cada cual escoja.
La mirada cotidiana
La prosa del mejor escritor de literatura de viajes en español quedó definida, ya desde su proverbial ‘El sueño de África’ , por un tono de cotidianidad servido en un estilo de sencillez aparente en el que el camino supone una excusa para sondear la condición humana . En este caso, Reverte va dando con criaturas inefables, junto a las que vive episodios de toda laya, por lo general tragicómicos, como suele pasar en cualquier viaje. Ahí está, por ejemplo, Torga, funcionario turco asignado como traductor a la Embajada española en Ankara: casi dos metros de bigardo, licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca y experto conocedor de El Quijote. Un musulmán, cosecha de Reverte, «al que le gusta beber como un vasco».
Teherán supone para el escritor una decepción inasible : le parece una ciudad caótica en la que hasta los taxistas tienen dificultades para orientarse. En la capital iraní –en el metro, en los mercados– observa escenas, siempre rendidas al bullicio, en las que aflora el paradójico devenir de una gran urbe de corazón islámico y cabeza laica. Tras Teherán, Isfahán. Y, muy en registro Reverte, talento de la improvisación viajera, un puñado de sitios más al este: Shiraz, Persépolis, Dubái y Omán. El mar fue su parada final en esos Caminos de Oriente que transitó seguro de que serían los últimos.
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