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Centenario de su nacimiento

Alexander Solzhenitsyn, el Nobel que mostró los gulags a Occidente

Se cumplen cien años del nacimiento del novelista ruso, que nunca se casó con nadie, ni siquiera con Boris Yeltsin, que esperaba contar con su apoyo y vio como éste criticaba con igual ferocidad a los capitalistas de nuevo cuño

El Vladimir Putin de 2007 estrecha la mano al defensor de los derechos humanos Solzhenitsyn, a quien hizo entrega del Premio de Estado EFE

ABC

Alexander Solzhenitsyn (1918-2008), uno de los escritores más comprometidos con la justicia de su tiempo, nació el 11 de diciembre de 1918 en Kislovodsk (Rusia). El autor de «Archipielago gulag» y «Un día en la vida de Iván Denísovich» vivió una existencia plenamente condicionada por su militancia con la moral, como podremos averiguar según avance el artículo («el orden social es extremadamente importante, pero el orden moral lo es todavía más ).

Solzhenitsyn fue desterrado de la URSS, volvió décadas después y tampoco le gustó lo que vio. No se calló. ¿Qué opinaba de los intelectuales, tantísimos, que apoyaron el comunismo? «El apoyo generalizado a la dictadura comunista a partir de los años treinta entre los pensadores occidentales es una señal y una consecuencia del declive del humanismo laico: ahora lo estamos padeciendo, y seguiremos haciéndolo en el futuro». Esto lo dice en una entrevista a Daniel Kehlmann reproducida en este periódico en 2006, poco antes de dejarnos. Y que queremos recupararla porque este novelista ruso fue un gran disidente soviético pero también un luchador contra «las fuerzas tenebrosas» del capitalismo.

El novelista ruso primero estudió Matemáticas y Física, además de cursos de Filosofía, Letras e Historia. Fue condecorado por su participación como soldado en la Segunda Guerra Mundial y, posteriormente detenido en 1945 por sus comentarios antiestalinistas y mandado a un campo de trabajo. En 1970 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura , que no recogió hasta el 74 cuando le deportaron a Alemania. Tras un periodo en Suiza, vivió veinte años en Etados Unidos, invitado por la Universidad de Standford. Aquí va la valiosa entrevista que sacó ABC con el autor de «Pabellón de cáncer» , uno de lo intelectuales más libres de su tiempo.

Recurrió a la prensa clandestina y extranjera para distribuir sus obras, y en 1970 le fue concedido el premio Nobel por sus esfuerzos. Cuando parte de «Archipiélago Gulag» -su historia y memoria clásica de los campos que introdujo el término «Gulag» en Occidente (significa «Dirección General de los Campos de Trabajo»)- fue publicada en Francia en 1973, Solzhenitsyn fue expulsado de la URSS poco después. Él y su esposa, Natalia, se instalaron en la pequeña ciudad de Cavendish, en Vermont (EE.UU.) Durante su exilio se hizo célebre por su reclusión, centrado monásticamente en su trabajo, y rara vez concedió entrevistas a los medios de comunicación y los admiradores que le veneraban.

Las relaciones de Solzhenitsyn con el Gobierno mejoraron después de que el presidente soviético Mijail Gorbachov presentara la política de apertura, o «glasnost», y de que la Unión Soviética acabara desmoronándose. En mayo de 1994, él y su mujer regresaron a su país para siempre.

Pero el presidente ruso Boris Yeltsin, que esperaba contar con el apoyo de Solzhenitsyn, no tardó en descubrir que el escritor no era menos desdeñoso con su Gobierno de lo que lo había sido con el régimen comunista. En sus apariciones televisivas y obras de no ficción, Solzhenitsyn denunció el desenfreno de los capitalistas rusos de nuevo cuño, alentó la reforma de los organismos judiciales, y puso de manifiesto que los sistemas sanitario y social rusos se estaban viniendo abajo. Se dice que también le decepcionaba que los jóvenes rusos no leyeran sus trabajos, aunque una de sus primeras novelas, «El primer círculo», fue adaptada para una popular serie de televisión.

En esta entrevista en exclusiva con Daniel Kehlmann, autor de grandes éxitos y columnista de la revista política alemana «Cicero», Solzhenitsyn habla sobre el efecto que tuvo el Gulag en sus escritos y qué le depara el futuro a Rusia.

Una y otra vez, usted ha expresado algo que resulta paradójico: su alivio por haber sido enviado al Gulag, por que su destino le viniera impuesto, por así decirlo. Ha escrito que le aterra la idea de qué tipo de escritor habría sido sin el Gulag.¿Qué clase de escritor habría sido?

En primer lugar, permítame decir algo sobre el papel decisivo que desempeñó el Gulag en mi vida de escritor. Ya en 1936, a mis 18 años, en realidad quería describir y comentar con detalle la historia de la Revolución Rusa de 1917 (que acabó con el gobierno autocrático del zar Nicolás II; los bolcheviques pronto se hicieron con el poder). Sólo por esta razón básica, no pude convertirme en un autor soviético leal. Pero la suerte que corrí en el Gulag tuvo un gran efecto en mis opiniones y mis creencias a lo largo de los años. Me aportó una clara visión de todo lo que era el bolchevismo, el comunismo soviético, y en última instancia me dio la posibilidad de penetrar muy profundamente en las condiciones de nuestra existencia.

En más de una ocasión ha escrito que la terrible experiencia del siglo XX fue algo que Rusia en cierto sentido tuvo que sufrir como representante de la humanidad. Por otro lado, en su novela «La rueda roja» aborda una y otra vez lo evitable de la catástrofe y la facilidad con que la historia podría haber seguido un rumbo totalmente distinto. ¿Realmente cree que este enorme sufrimiento tenía algo de necesario, o que bien pudo ser completamente descabellado?

Con respecto a la historia del mundo en su conjunto, considero que si la Revolución Rusa no se hubiera producido, una revolución similar habría agitado al mundo inevitablemente, como una continuación de la Revolución Francesa del siglo XVIII (que desencadenó revoluciones en otras muchas naciones europeas). Porque el conjunto de la humanidad había de pagar forzosamente por la pérdida del sentido de limitación autoimpuesta, de moderación autoimpuesta de sus deseos y exigencias, por la franca avaricia de los ricos y poderosos (personas y también Estados), y por el desgaste de los sentimientos de benevolencia humana.

Muchos pensadores y escritores occidentales apoyaron activamente la dictadura soviética. Básicamente, fue sólo la postura resuelta que usted adoptó y el efecto que causó en el mundo lo que provocó un cambio en todo esto. De hecho, usted se negó a reunirse con el filósofo y escritor francés Jean-Paul Sartre por este motivo cuando él visitó la Unión Soviética. ¿Realmente se produjo una «traición de los intelectuales», como el filósofo francés Julien Benda lo denominó, una infidelidad, por tanto, de los intelectuales a los valores de la Ilustración?

El apoyo generalizado a la dictadura comunista a partir de los años treinta entre los pensadores occidentales es una señal y una consecuencia del declive del humanismo laico: ahora lo estamos padeciendo, y seguiremos haciéndolo en el futuro.

Probablemente ningún otro escritor, desde el autor francés del siglo XVIII Voltaire, haya tenido un efecto político tan profundo como el de usted. ¿Está satisfecho, o hay cosas que todavía desea finalizar?

En varias ocasiones, he instado a las potencias occidentales a no equiparar el comunismo soviético con la propia Rusia y su historia. Pero, desgraciadamente, muchas potencias occidentales no han hecho esta diferenciación. Y la política de las potencias occidentales, incluso después de la fragmentación de la dictadura soviética, apenas ha modificado su ferocidad hacia Rusia. Eso es lo que más profundamente me decepciona. Pero los acontecimientos en Rusia desde los años noventa han tomado una senda incluso peor. Antes de que pudiera producirse una recuperación nacional, tanto moral como económica, las fuerzas tenebrosas no tardaron en dominar la situación; los ladrones con menos principios se enriquecieron gracias al saqueo sin trabas de las propiedades de la nación, afianzando así el cinismo de la sociedad, y el daño moral ya estaba hecho. Fue una catástrofe para toda Rusia. Experimenté un gran dolor por estas transformaciones. ¿Cómo voy a hablar entonces de «satisfacción»? Y ahora, a mis 87 años, y por si fuera poco con una mala salud, me falta la fuerza para ejercer una influencia real en el curso de los acontecimientos.

Para concluir, le haré la pregunta inevitable: ¿cómo será el futuro de Rusia? ¿Democracia o Estado autoritario a semejanza del modelo chino?

Estoy muy preocupado por el futuro de Rusia. No voy a aventurar ninguna predicción. Sus preguntas guardan relación más que nada con el orden social. Esto es extremadamente importante, aunque el orden moral todavía lo es más. En lo que respecta a la esperada democratización de Rusia, presenté mi propio modelo ya en 1990 (en un ensayo titulado «Cómo reorganizar Rusia»), un plan para la creación progresiva de estructuras democráticas, empezando por una administración local autónoma y ascendiendo hasta el nivel gubernamental. La actividad de la administración local autónoma en muchos países occidentales es un modelo que yo animo a mis conciudadanos a emular. Mi modelo es distinto del sistema parcialmente parlamentario que domina en Occidente. La existencia de partidos políticos cuya única preocupación es subir al poder no me parece algo positivo, sino todo lo contrario. Hasta el momento, mi propuesta no ha sido recibida con simpatía. Aun así, preferiría ver una futura democracia rusa que una traducción heredada de Occidente.

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