centenario julián marías
Una vida presidida por el amor a la verdad
Los dos grandes temas del académico y Premio Príncipe de Asturias son la filosofía
Una vida presidida por el amor a la verdad
Cuando se habla de la Edad de plata de la cultura española no siempre se repara en el ámbito del pensamiento filosófico (más allá de la inevitable y justa referencia a Ortega y Gasset ). Pocos países pueden ofrecer un nivel filosófico comparable al creado ... por el grupo forjado en torno al pensador madrileño. Entre ellos ocupa un lugar eminente Julián Marías junto a Gaos, Zubiri, García Morente, Rodríguez Huéscar y Garagorri, entre otros. También recibió Marías el magisterio de Martin Heidegger y Gabriel Marcel. Mi grado de adhesión a sus ideas y a las realidades que estima es elevadísimo: el cristianismo, la filosofía de Ortega, el amor a la libertad (no diré «liberalismo» para evitar posibles equívocos, pues la palabra también se ha prostituido como decía Ortega de la palabra «democracia»), la idea de España (y, por lo tanto, de América),…
Lo cierto es que entre sus discípulos hay creyentes y también agnósticosPara corroborar, si es que hace falta, la compatibilidad entre el catolicismo y la filosofía de Ortega bastaría citar, junto a algunos más, su nombre. Lo cierto es que entre sus discípulos hay creyentes y agnósticos. En realidad, el análisis de la vida humana que lleva a cabo es perfectamente compatible con el cristianismo. Y la idea de que la vida humana, la de cada cual, es la realidad radical no se opone a la posibilidad de la existencia de una realidad absoluta y trascendente, como Dios. La realidad radical es la primera y más evidente con la que me encuentro, de la que primariamente tengo que partir como verdadera, pero no es la más importante ni la fundamental ni se basta a sí misma. No coinciden el orden del conocer y el orden del ser.
Si no estoy equivocado, su principal contribución filosófica consiste en la elaboración de una metafísica de la persona según la razón vital. La metafísica de la vida humana de Ortega es profundamente personalista. La reducción del hombre a lo físico y químico, en suma, a lo material, entraña su deshumanización. También es muy fértil su teoría moral centrada no tanto en el deber y la prohibición como en la idea de lo mejor. La moral no consiste sino en la permanente voluntad de realizar «lo mejor». Esta concepción de la moral se encuentra, tal vez, muy vinculada a la filosofía de los valores de Scheler y Hartmann, pues lo mejor tiene de suyo una condición valiosa. Siempre recuerdo esa afirmación suya, tan verdadera, de que los dos mayores errores morales del siglo XX habían sido la aceptación social del aborto y la generalización del consumo de drogas.
Si dejara de ser católica, España dejaría de ser lo que es para ser otra cosaQuizá su momento de mayor influencia en la sociedad española fue la etapa de la Transición, a la que prestó su apoyo y ayudó a entender con lucidez. No es extraño pues, en muy alto grado, sufrió a las «dos Españas» opuestas pero coincidentes en el resentimiento y el extremismo. Creo que los dos grandes temas de Marías son la filosofía y España. Pocas páginas habrá escrito, ya se trate de literatura, cine o historia, que no puedan reconducirse a ambas. Sobre España combina el amor con el acierto en su interpretación. Nuestra nación es ininteligible sin, al menos, el cristianismo, como el resto de Europa, y sin América. No podía ser entonces otra la misión histórica de España que la evangelización de América. Cuando abdica de sí misma, inevitablemente se postra y decae. Incluso se rompe. De la misma manera que si dejara de ser católica, España dejaría de ser lo que es y pasaría a ser otra cosa, nuestra nación no se entiende sin la dimensión americana. Sólo al otro lado del mar resulta España inteligible.
Casi toda su labor filosófica se desarrolló al margen de la Universidad española, pero fue profesor y conferenciante en muchas universidades europeas y americanas. Fue miembro de la Real Academia Española y del Consejo Internacional Pontificio para la Cultura creado por Juan Pablo II . Recibió en 1996 el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y en 2002 el Premio Internacional Menéndez Pelayo. Se escribe, en cierto modo, como se es. Y su estilo es limpio y claro.
Dice Wittgenstein que en la carrera de la filosofía gana el que corre más despacioEn filosofía, como en la vida, lo importante es tener razón, aunque no te la den. La razón, como la libertad, es algo que uno se toma. Visto lo anterior, es natural que a Marías, en general, no se le dé la razón, pues sus ideas no coinciden con el extravío hoy acaso dominante. Incluso tiene una alta estima a los Estados Unidos… No es extraño que quepa hablar de cierto olvido. Los hombres tienden a olvidar lo que no se acomoda a sus caprichos e inclinaciones. La vida es urgencia y, en algunas ocasiones, incluso prisa. Pero la verdad es caminante de paso lento, silencioso. Ni grita ni corre. Dice Wittgenstein que en la carrera de la filosofía gana el que corre más despacio. El pensar es tarea lenta y solitaria. Por algo decía Ortega que prisa tienen sólo los enfermos y los ambiciosos. No, por lo tanto, los sabios. Y Homero que los molinos de los dioses muelen despacio. La verdad, como el amor y todo lo que importa, se toma su tiempo.
Bajo el título «Una vida presente» publicó a finales de los ochenta sus Memorias. De ellas ha escrito su autor: «Mis Memorias han consistido sobre todo en hacer explícita, hasta donde es posible, una vida; y digo hasta donde es posible porque la vida humana es siempre arcana, recóndita, misteriosa, no ya para los demás sino para uno mismo. La mía, después de escribir estas páginas, cuya tensión dramática creo que es perceptible, es un poco menos oculta, más clara, mejor poseída, más mía, y por tanto más verdadera». Y las termina con la declaración de su esperanza en la inmortalidad personal y en la resurrección de la carne, que son imprescindibles para ser verdaderamente quien se es. La suya ha sido una vida larga, lograda, fecunda, que comenzó hace ahora cien años, y siempre presidida por un indeclinable amor a la verdad.
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